Al escribir este blog, me preguntaba qué tienen en común la avalancha en Mocoa, en Putumayo, Colombia, que arrojó un saldo de 254 muertos, con las inundaciones de la ciudad de Comodoro Rivadavia, en Argentina, y las que se registraron en Piura y otras regiones de Perú con miles de damnificados.
No cabe duda de que hay un elemento, un hilo conductor que amplifica los fenómenos climáticos que en el pasado se percibían solo como variabilidad climática. Es el cambio climático.
En mi reciente participación en la Reunión Anual del BID, en Paraguay, coincidí con organismos de desarrollo de Europa, Asia, Estados Unidos y, por supuesto, de América Latina. Independientemente de los temas tratados en mis conversaciones, en todas parecía estar como constante la preocupación por el calentamiento global y el cumplimiento con los Acuerdos de París.
Es que cada inundación, cada lluvia torrencial se potencia con el cambio climático y acarrea la pérdida de vidas, infraestructuras y bienes, que nos obligan a invertir muchos años y cuantiosos recursos económicos en reparar los daños.
Fenómenos como "El Niño", "La Niña", junto a los efectos del cambio climático, nos hacen reconsiderar las políticas de desarrollo para que las mismas sean amigables con el medio ambiente y consecuentes con el cambio climático.
Las políticas de mitigación, es decir, reducir en la medida de lo posible las causas del efecto invernadero y el calentamiento global, tienen en la región un desarrollo histórico de avanzada. Es la región con mayor uso de fuentes alternativas de energía (solar, eólica, hidroeléctrica), por lo que es la que menos contribuye también a la generación de los gases que afectan el medio ambiente. Los países miembros de
FONPLATA son claro ejemplo de ello
El cambio climático y sus efectos estarán con nosotros un largo tiempo. Ojalá que esta voluntad de hacerles frente sea cada vez mayor.
Bolivia, por ejemplo, tiene una matriz energética diversificada, que aprovechando la producción de gas natural incorporó termoeléctricas. Así se produce el 70 por ciento de la generación eléctrica y el 30 restante proviene de energía hidroeléctrica junto a otras alternativas.
Según cifras oficiales de Paraguay, el 57% de su energía es hidroeléctrica, mientras que más del 20 por ciento es biomasa, siendo el resto petróleo y derivados, aunque hay espacio para renovar la matriz, dado el potencial del país para sostener energía eólica, solar y gas natural.
En Uruguay, la matriz energética está compuesta casi en su totalidad por energías renovables, en un modelo inédito incluso a nivel mundial. La energía eólica provee un 25% de la energía eléctrica de ese país, mientras que casi el 60 por ciento es hidroeléctrica y el 15 restante es una mezcla de solar y biomasa.
La matriz energética en Argentina está dominada en más de un 50% por el gas natural. El petróleo está en segundo lugar, con un 37 por ciento, y el resto son fuentes alternativas de energía. La energía eólica tiene un tremendo potencial para incorporarse a la matriz.
Brasil, el gigante latinoamericano, tiene un 50% de energía renovable, donde el etanol es protagonista principal.
También en la región se han logrado diseñar y poner en práctica políticas que privilegien el uso del transporte público sobre los automóviles particulares.
En materia de políticas de adaptación, es decir, aceptar que el cambio climático es una realidad y ajustarnos a los impactos que sabremos que tendrá en el desarrollo de los países, vamos más atrasados, en parte porque muchos fondos prometidos por los países desarrollados aún no llegan.
La adaptación implica ajustes sistémicos de importancia. Se trata entonces de, por ejemplo, modificar las regulaciones para la infraestructura crítica de manera que sea resistente al cambio climático, la generación de nuevas redes de alcantarillado que puedan contener un mayor volumen de agua o implementar planes de reforestación para evitar o minimizar los deslaves en las laderas de las montañas.
Pero los fenómenos meteorológicos no conocen fronteras, y el efecto invernadero que producen los gases emanados por un país genera desastres naturales en otro. Se trata, por lo tanto, de una tarea mundial en la que todos debemos estar involucrados.
El cambio climático y sus efectos estarán con nosotros un largo tiempo. Ojalá que esta voluntad de hacerles frente sea cada vez mayor y que en el futuro las duras realidades que hoy viven los sobrevivientes y los damnificados de Mocoa, Piura y Comodoro Rivadavia queden como duras lecciones aprendidas en el camino hacia una relación más armónica con el planeta.
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