Mirarse en el espejo de alguien que desea morir antes de verse incapacitado y tener que hacerlo de manera clandestina y en la soledad más absoluta ha reavivado un debate social latente desde hace muchos años. No se entiende la acción política sin atender a uno de sus principales cometidos. No es otro que canalizar a través de las normas lo que en la calle despierta interés y es motivo de preocupación. Que el Congreso de los Diputados vaya a debatir por primera vez sobre la eutanasia, con independencia de la posición de cada cual ante un asunto tan complejo y sensible, debe tomarse como un punto de partida necesario. Dar la espalda a la realidad es justo el camino contrario que se ha de tomar cuando se ejerce una responsabilidad pública.
No hay verdad más irrebatible en la existencia humana que su final. Sabido cómo acaba este "capítulo de la vida", como definía José Luis Sampedro desde su sabiduría a la muerte, resta articular los mecanismos precisos para que se haga dignamente. El pulso demoscópico delata claramente la predisposición de la ciudadanía. Según una encuesta de Demoscopia elaborada este mismo año, el 84% de los encuestados son partidarios de permitir la eutanasia en caso de enfermedad incurable. El respaldo sube al 90% en menores de 35 años. Porcentajes que, al menos, exigen este debate parlamentario que se avecina.
Tantas veces hemos oído que más que temer a la muerte se teme al dolor, a la invalidez total, al sufrimiento, que son estos deseos personales a los que una Administración debe dar carta de naturaleza.
Desde el Gobierno valenciano del cambio, en lo que a nuestras competencias respecta -que ni regulan la eutanasia ni el suicidio asistido-, ya lo hemos plasmado a través del anteproyecto de ley de la Generalitat Valenciana sobre la atención al final de la vida. "Yo acepto que no me van a curar, pero me costaría aceptar que no me cuiden". Lo elocuente, si breve, dos veces elocuente. Esta frase que da tanto que pensar pertenece a Alberto Jovell, el médico que dio voz a los pacientes, como fue descrito en uno de sus obituarios. Dejó esta reflexión como parte de su legado poco antes de morir joven a causa de un tumor contra el que peleó muchos años. Esos cuidados al final de la vida y su compatibilidad con la dignidad humana conforman el principio rector de un texto pendiente de ser convalidado en Les Corts.
En su contenido, hablamos de avanzar en la atención paliativa con el fin de proteger la vida de las personas hasta su muerte. Difícilmente una vida será digna si no podemos morir con dignidad. Lo deseable es que el ciclo de la vida expire con las mismas atenciones que recibimos en el nacimiento. Morir sin dolor, en la intimidad, con respeto a los valores y a la dignidad.
En suma, eliminar todo el sufrimiento que esté en nuestras manos eliminar. Tantas veces hemos oído que más que temer a la muerte se teme al dolor, a la invalidez total, al sufrimiento, que son estos deseos personales a los que una Administración debe dar carta de naturaleza. Así se ha hecho en la Comunitat de Valencia con un amplio proceso de participación. La integración de los derechos de autonomía personal, dignidad humana e intimidad en el código ético de la asistencia sanitaria resulta hoy un objetivo imprescindible.
Con ese fin se ha elaborado este anteproyecto que detalla la planificación del tramo final de la vida. El lugar en el que eliges morir, ya sea en centro hospitalario (con garantía de habitación individual dentro de la normativa) o domicilio, al lado de quién, con acompañamiento sanitario, si deseas o no consuelo espiritual y qué tipo de cuidados sanitarios recibes en situaciones irreversibles. En suma, libertad individual y dignidad humana. La Comunitat Valenciana es un buen sitio para vivir. También lo tiene que ser para morir.
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