«Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:-Tien' asero...Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.»Platero y yo – Juan Ramón Jiménez. 1917, Editorial Calleja (Madrid)
Soplaba un fuerte viento de levante que no hacía especialmente fácil el camino por la orilla de la playa de Bolonia. Pero esa obstinada arrogancia que parece a veces no terminar con la adolescencia, le hacia pensarse invencible —de acero. Andaba erguido y con paso decidido.
En dirección a Punta Paloma, creyéndose por fuera, de acero, apretaba sus dientes y puños ofreciendo su pecho al Levante, como una vela, ignorando que este viento en su camino a Oriente, no soplaba de popa. Por dentro luchaba contra el cansancio, el agotamiento de una vida de lucha constante —sin apenas tregua.
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La tarde avanzaba pero a él le parecía que el viento soplaba con más y más fuerza. No era así. Las gentes del Estrecho sabemos que el Levante amaina al caer el sol —casi siempre. Eran sus fuerzas las que iban menguando.
Finalmente, dejando caer sus rodillas —mientras hundía sus manos en la arena buscando desesperadamente algo donde agarrarse— recostó su frente en la arena y cerró los ojos —en dirección a Oriente. Allí se quedó. En las arenas blancas, junto a la duna que se levanta frente a la piedra de las morenas. Y se hizo de noche.
A su derecha un mar picado de levante y la luna plateada reflejando un camino en el mar y al fondo la montaña de Jabal Mūsā, en la costa de Marruecos. Sintió una caricia en su mejilla derecha —luz de luna de plata que le hacía sentir los labios de Zahrah – la que florece.
Entre susurros parecía oir que Zahrah le hablaba con esa mezcla de sabiduría recia y dulzura
"Si sopla el Levante en tu camino a Oriente y sientes el fuego y la tierra golpeándote, deja de caminar con la arrogancia del niño erguido.
Si caminas como un niño morirás como un viejo.
Cuando sientas el Levante soplar en tu vida con su árido fuego, deja que el viento envuelva tu cuerpo y tu alma. Camina suavemente, sin esfuerzo, encorvado e inclinándote.
Sí caminas como un viejo, vivirás como un niño.
Zahrah le besó de nuevo y él durmió plácidamente sintiendo el viento de Levante, esta vez fresco y húmedo, suave y hermosamente salado —de plata de Luna.
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