Estoy realmente convencido de que la muerte en un accidente de tráfico de W. G. Sebald en diciembre de 2001 supuso una pérdida literaria de considerable envergadura. El último libro que publicó en vida, Austerlitz (Anagrama, 2006), había elevado su status como escritor, tanto para la crítica como para un público más generalista al que paulatinamente se iba acercando con mayor fortuna. Por supuesto, con su muerte, su voz se alzó aún más de lo que se esperaba y revitalizó toda su creación anterior, patentizando, además, la desgracia que suponía perder una voz tan original.
Mi primer contacto con su obra, como para tantos otros, fue a través de Austerlitz. De ella, me sorprendió desde el primer momento la atención que prestaba, no sólo a las construcciones arquitectónicas, acontecimientos históricos y paisajes que refiere, y a los que se acerca con mentalidad de historiador o erudito dieciochesco, sino también a la vida animal en su dimensión a la vez prosaica y trascendental.
En un pasaje de este libro se refiere una conversación sobre la vida y la muerte de las polillas, esos insectos que no suelen suscitar mayor interés entre el común de los mortales. Al anochecer, se cuenta, estas criaturas se cuelan en las casas y, al amanecer, se las puede encontrar inmóviles en el mismo lugar de la pared. Añade que si no se las ayuda a salir de nuevo a la calle, permanecen agarradas, ancladas al mismo punto hasta que mueren, un punto fatal y postrero, para ser arrojadas luego por alguna corriente de aire sobre algún rincón polvoriento. Tras esto, viene la clave emocional que guía, según me parece, la práctica totalidad de las aproximaciones de Sebald a los seres vivos, una clave que es la pregunta por el tipo de miedo y de dolor que atraviesan estos animales.
En otra de sus obras más destacadas, escrita en 1995, y una de las más interesantes desde mi punto de vista, titulada Los anillos de Saturno (Anagrama, 2008), se encuentran referencias y atenciones a animales de todo tipo. El pretexto de este libro es un viaje por el condado de Suffolk, en Inglaterra, no lejos de la ciudad de Norwich, en la que Sebald trabajaba como profesor de la Universidad de East Anglia. Al visitar una casa señorial, ya en decadencia, se detiene en una serie de pajareras, abandonadas todas, a excepción de una en la que permanece en estado de locura una codorniz china: el ave recorre, constante y frenéticamente, un tramo de su jaula agitando su cabeza en cuanto alcanza alguno de los dos límites entre los que se mueve. Sebald apunta que ésta lo hace como si no comprendiese cómo había llegado a esa situación desesperada.
Lo que queda claro de la producción literaria de Sebald es que nos acerca a una visión más meritoria de la vida animal, porque no les niega a los seres vivos más insignificantes su vida interior.
Otro ejemplo se encuentra en los arenques, que también gozan de unas atenciones considerables en el libro. Sebald pone en relación la pesca sistemática y abusiva de estos peces en el Mar del Norte a lo largo de la historia, desde época moderna, y las consideraciones que se tenía sobre ellos desde un punto de vista biológico; desde su metálica luminosidad hasta el tiempo que son capaces de sobrevivir fuera del agua. De nuevo, con estos peces, se pregunta cuáles serán sus sensaciones de miedo y de dolor al encontrarse frente al sufrimiento, a las puertas de la muerte al ser arrastrados por las redes de los barcos, al boquear sobre la madera de las embarcaciones.
Dará cuenta definitiva del interés y respeto, de la benévola atracción que mostraba por los seres vivos, otro ejemplo. En un tramo de su camino, en Covehithe, se encuentra con una piara de aproximadamente cien cerdos. Tras saltar una vaya, se acercó a uno de ellos, que estaba dormitando sobre la tierra. Inclinado sobre él, le pasó la mano por el lomo, el hocico, la cara, mientras el animal apenas abría un ojo polvoriento. Tras rascarle detrás de la oreja, dice Sebald, el cerdo empezó a gemir como un ser humano martirizado por infinitas penas.
En este aspecto, lo que queda claro de la producción literaria de Sebald, una producción que fusiona lo real y lo imaginario, como si de un palimpsesto se tratara, es que nos acerca a una visión más meritoria de la vida animal, porque no les niega a los seres vivos más insignificantes su vida interior. Y quien nos permite ubicarnos en esa posición sólo puede considerarse como algo parecido a un genio, a alguien que se ha acercado más al mundo, con menos prejuicios y entusiasmo. Con estas pequeñas referencias que siembra Sebald en sus textos sobre los animales, atendiendo a ellos desde una perspectiva emocional, sin exageraciones plañideras, el autor alemán es capaz de reavivar en nosotros una forma más libre de ver el mundo. Por eso, leer a Sebald es un gran camino para ser una persona más completa, más humana. Si tienen la oportunidad no dejen de caer sobre sus libros, un cosmos de respeto, dolor y crítica sobre lo vivo y lo muerto.
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