La muestra 'Nocturnos de Granada' que recoge paisajes del Albaicín se expone en la sala Zaida hasta el 15 de enero
ELIZABETH FERNÁNDEZ GRANADA
El pintor Ignacio Belda (Granada, 1935) se desenvuelve por su exposición Nocturnos de Granada al estilo de un lord castizo, con ademanes recatados y pasos cortos, que ataviado con un impecable traje sastre azul marino, sonríe pudorosamente ante su obra expuesta, al mismo tiempo que un explícito orgullo le recorre el gesto. El aire popular lo ha recogido de las veces que ha pasado contemplando los paisajes interiores de las provincias andaluzas. El porte de lord quizás proviene de su ocupación como jefe de relaciones en la Caja General y posteriormente de su cargo de concejal en el Ayuntamiento de Granada durante la década de los noventa. Belda lleva intimando con Granada desde su juventud. Observó su luz y una vez que se familiarizó con ella, intentó dominar el cromatismo de su sol. Sabe que Granada es una ciudad de melancolía cerrada, con rincones abandonados a su destino y placetas que reclaman una alegría propia del Sur. Por eso, con sus calles dispuestas para un recogimiento de un carácter casi religioso, Belda prefiere retratarlas sin gente, porque estos paseos están cargados de una soledad que parece no poseer recuerdos. Paseos que se escurren de la presencia dominante de la Alhambra y de la muralla natural que supone Sierra Nevada.
Nocturnos de Granada recopila una serie de paisajes surgidos de la contemplación quieta, constante y callada de un Albaicín vampirizado por la luz de las horas, desde el amanecer hasta el día profundo o desde el atardecer hasta la noche insomne, con días que llegan hasta el verano, regresan al invierno y son tímidos en sus contrastes. Son un total de catorce soles y unas veinte lunas, treinta y cuatro escenas en las que la noche resulta más cálida y sensual. "La soledad de la noche resulta más acogedora que la del día, te embruja más. Me gustaría destacar el contraste entre la luz artificial y la luna", explica. Belda guía con los dedos el ángulo de luz amarilla que traza un tradicional farolillo de hierro forjado. "Estas escenas pictóricas captan un Albaicín de los años setenta, ochenta y noventa, lamentablemente, el de hoy está más deteriorado", apuntilla.
Apunta Manuel de Pinedo García que en Belda existe "un emocionado sentido de la plástica poética". ¿Pero por qué nocturnos? ¿El nombre de la exposición alude a la composición musical o poética? El pintor asegura que no y agrega que no se doblega a los moldes formales: "Mi técnica pictórica es solo mía".
Se refiere a las "rayitas" que perfilan proporcionando un "efecto volumen" la arquitectura del cuadro. "Con esta técnica que inventé yo, hago que las texturas vibren, todas estas rayitas de bermellón, por ejemplo, sirven para modelar y no eliminar la acidez de los colores, así consigo un mayor envolvimiento".
Sin embargo, no es autodidacta. Belda asegura que llegó a la pintura por su hermano Fernando pero después tomó lecciones de Nicolás Prados López, Manuel Maldonado y M. del Moral. Pero asegura que no siente ganas de influenciarse de otros granadinos más vanguardistas. "Me siento muy próximo al realismo. La obra de José Guerrero la conocí muy tarde". No obstante, se considera muy vinculado a la vida artística granadina. "El pintor Jesús Conde es magnífico, Rodríguez Acosta muy buen amigo", reconoce. Confiesa que sus cuadros han tenido una gran aceptación de público y crítica a lo largo de los años. "Siempre me he dedicado a la pintura mural". "No sólo he plasmado en óleo Granada, también el barrio de la Chanca en Almería". "De joven pintaba directamente del natural, más tarde, empecé con las fotografías en blanco y negro y a recuperar los colores desde el recuerdo", comenta.
Nocturnos de Granada es ante todo un imaginario arquitectónico de la ciudad, con sus malvas, sus grises, los amarillos de sus farolillos, la negrura de sus balcones celosos, el bermellón que vibra con el sol insolente y de provincias del mediodía, el azul vacío de un cielo invernal. Varias Granadas, "la bella" de Ángel Ganivet, la rezagada, la aprensiva, al fin, la tierra encerrada en un papel de postal.
Nocturnos de Granada recopila una serie de paisajes surgidos de la contemplación quieta, constante y callada de un Albaicín vampirizado por la luz de las horas, desde el amanecer hasta el día profundo o desde el atardecer hasta la noche insomne, con días que llegan hasta el verano, regresan al invierno y son tímidos en sus contrastes. Son un total de catorce soles y unas veinte lunas, treinta y cuatro escenas en las que la noche resulta más cálida y sensual. "La soledad de la noche resulta más acogedora que la del día, te embruja más. Me gustaría destacar el contraste entre la luz artificial y la luna", explica. Belda guía con los dedos el ángulo de luz amarilla que traza un tradicional farolillo de hierro forjado. "Estas escenas pictóricas captan un Albaicín de los años setenta, ochenta y noventa, lamentablemente, el de hoy está más deteriorado", apuntilla.
Apunta Manuel de Pinedo García que en Belda existe "un emocionado sentido de la plástica poética". ¿Pero por qué nocturnos? ¿El nombre de la exposición alude a la composición musical o poética? El pintor asegura que no y agrega que no se doblega a los moldes formales: "Mi técnica pictórica es solo mía".
Se refiere a las "rayitas" que perfilan proporcionando un "efecto volumen" la arquitectura del cuadro. "Con esta técnica que inventé yo, hago que las texturas vibren, todas estas rayitas de bermellón, por ejemplo, sirven para modelar y no eliminar la acidez de los colores, así consigo un mayor envolvimiento".
Sin embargo, no es autodidacta. Belda asegura que llegó a la pintura por su hermano Fernando pero después tomó lecciones de Nicolás Prados López, Manuel Maldonado y M. del Moral. Pero asegura que no siente ganas de influenciarse de otros granadinos más vanguardistas. "Me siento muy próximo al realismo. La obra de José Guerrero la conocí muy tarde". No obstante, se considera muy vinculado a la vida artística granadina. "El pintor Jesús Conde es magnífico, Rodríguez Acosta muy buen amigo", reconoce. Confiesa que sus cuadros han tenido una gran aceptación de público y crítica a lo largo de los años. "Siempre me he dedicado a la pintura mural". "No sólo he plasmado en óleo Granada, también el barrio de la Chanca en Almería". "De joven pintaba directamente del natural, más tarde, empecé con las fotografías en blanco y negro y a recuperar los colores desde el recuerdo", comenta.
Nocturnos de Granada es ante todo un imaginario arquitectónico de la ciudad, con sus malvas, sus grises, los amarillos de sus farolillos, la negrura de sus balcones celosos, el bermellón que vibra con el sol insolente y de provincias del mediodía, el azul vacío de un cielo invernal. Varias Granadas, "la bella" de Ángel Ganivet, la rezagada, la aprensiva, al fin, la tierra encerrada en un papel de postal.
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