El terremoto de 1431 destruyó uno de los más bellos palacios. Hoy la Almunia de Los Alixares es solo una alberca en un cementerio, el recuerdo de un romance anónimo y los versos del poeta.
CUANDO por vez primera le oí a mi profesor de Literatura Martín Recuerda recitar el romance fronterizo de Abenámar solo me sonaba la Alhambra y el Generalife; pero entre sus versos decía esto: "¿Qué castillos son aquellos? / ¡Altos son y relucían! / El Alhambra era, señor,/ y la otra la Mezquita,/los otros los Alixares / labrados a maravilla./ El moro que los labraba /cien doblas ganaba al día…".
Este palacio real fue construido por el rey nazarí Muhammad V hacia 1390 en la parte más alta de la colina del actual cementerio de San José, en lo que hoy es el Patio de San Cristóbal; el mismo rey que mandó hacer el Patio de los Leones. En la actual reconstrucción del espacio, a mi juicio con gusto muy dudoso, aparecen en oxidados tableros reseñas con letras transparentes de difícil lectura que aluden a las citas que sobre los Alixares dejaron el romance de Abenámar, el poeta Ibn Asim al Garnatí (s. XV) y Lucio Marineo Sículo en su obra De rebus Hispaniae; no aparecen sin embargo los maravillosos versos que en las qubas de los Alixares escribió Ibn Zamrak. Una pena, porque son preciosos. Esto escribió Ibn Zamrak en la quba sur refiriéndose a los Alixares: Soy corona ceñida en la cima de una corona,/de las estrellas del cielo soy confidente./Nunca vieron los ojos/lugar semejante a mí. También Navaggiero dijo esto en 1526: En tiempo de los moros se pasaba del Generalife a otros bellísimos jardines del palacio que llamaban Alijares…
No resulta fácil invitar a pasear por un cementerio pero tratándose del de Granada la cosa varía porque, como cementerio histórico que es, está salpicado de obras de arte y se sitúa en lugar privilegiado, desde donde la mirada saborea el infinito o acaba chocando con el Mulhacén. El espacio que en su día ocupó el Palacio real de los Alixares es posiblemente el más impresionante mirador que tiene Granada. Hoy es lugar recoleto donde solo el tímido rumor del agua del albercón rompe el silencio; agua que venía del alejado Aljibe de las Lluvias y del río Aguas Blancas "del alfoz de Beas, a doce millas de la corte" dice Ibn Asim, tras un complicado sistema de conducciones.
Una muy didáctica cartela instalada en el lugar nos recuerda que al fondo de la reproducción de la escena de la Batalla de la Higueruela se adivina una vista panorámica de Granada y lo que sería el Palacio de los Alixares con sus cuatro torres (qubas). Batalla entre moros y cristianos que tuvo lugar el mismo año 1431 en el que se produjo el terrible terremoto que acabó derribando el bello palacio. La Granada nazarí de esta segunda mitad del siglo XV, a punto de ser tomada por los cristianos, en lo que menos pensaba era en reconstruir palacios. Aquello se dejó morir. Se destrozaron los muros, se vinieron abajo las bóvedas de mocárabes, las preciosas columnas, los adornos de cerámica vidriada. Las excavaciones posteriores hechas sin orden ni concierto descubrieron azulejos policromados, cenefas como las del patio de los Arrayanes, tejas teñidas de almagra, escayolas talladas, piezas de alicatados... Una pena.
Por allí ya no pasearían más los reyes granadinos en lo que, en palabras del humanista siciliano Lucio Marineo Sículo, "fue en otro tiempo obra y edificio maravilloso…y alrededor había grandes estanques de agua y muy hermosos vergeles, jardines y huertas…". Hoy una silenciosa alberca, piedras antiguas, lánguidos almendros, algún olivo, unos cipreses y cuatro tapias blancas aíslan tan recoleto espacio. Lugar de recogimiento que ya nadie podrá reconstruir porque en el romance de Abenámar se dice: "El moro que los labraba (los Alixares)/…desque los tuvo labrados/el rey le quitó la vida/porque no labre otros tales/al rey de Andalucía". Es fácil verme pasear por allí casi todos los días.
Este palacio real fue construido por el rey nazarí Muhammad V hacia 1390 en la parte más alta de la colina del actual cementerio de San José, en lo que hoy es el Patio de San Cristóbal; el mismo rey que mandó hacer el Patio de los Leones. En la actual reconstrucción del espacio, a mi juicio con gusto muy dudoso, aparecen en oxidados tableros reseñas con letras transparentes de difícil lectura que aluden a las citas que sobre los Alixares dejaron el romance de Abenámar, el poeta Ibn Asim al Garnatí (s. XV) y Lucio Marineo Sículo en su obra De rebus Hispaniae; no aparecen sin embargo los maravillosos versos que en las qubas de los Alixares escribió Ibn Zamrak. Una pena, porque son preciosos. Esto escribió Ibn Zamrak en la quba sur refiriéndose a los Alixares: Soy corona ceñida en la cima de una corona,/de las estrellas del cielo soy confidente./Nunca vieron los ojos/lugar semejante a mí. También Navaggiero dijo esto en 1526: En tiempo de los moros se pasaba del Generalife a otros bellísimos jardines del palacio que llamaban Alijares…
No resulta fácil invitar a pasear por un cementerio pero tratándose del de Granada la cosa varía porque, como cementerio histórico que es, está salpicado de obras de arte y se sitúa en lugar privilegiado, desde donde la mirada saborea el infinito o acaba chocando con el Mulhacén. El espacio que en su día ocupó el Palacio real de los Alixares es posiblemente el más impresionante mirador que tiene Granada. Hoy es lugar recoleto donde solo el tímido rumor del agua del albercón rompe el silencio; agua que venía del alejado Aljibe de las Lluvias y del río Aguas Blancas "del alfoz de Beas, a doce millas de la corte" dice Ibn Asim, tras un complicado sistema de conducciones.
Una muy didáctica cartela instalada en el lugar nos recuerda que al fondo de la reproducción de la escena de la Batalla de la Higueruela se adivina una vista panorámica de Granada y lo que sería el Palacio de los Alixares con sus cuatro torres (qubas). Batalla entre moros y cristianos que tuvo lugar el mismo año 1431 en el que se produjo el terrible terremoto que acabó derribando el bello palacio. La Granada nazarí de esta segunda mitad del siglo XV, a punto de ser tomada por los cristianos, en lo que menos pensaba era en reconstruir palacios. Aquello se dejó morir. Se destrozaron los muros, se vinieron abajo las bóvedas de mocárabes, las preciosas columnas, los adornos de cerámica vidriada. Las excavaciones posteriores hechas sin orden ni concierto descubrieron azulejos policromados, cenefas como las del patio de los Arrayanes, tejas teñidas de almagra, escayolas talladas, piezas de alicatados... Una pena.
Por allí ya no pasearían más los reyes granadinos en lo que, en palabras del humanista siciliano Lucio Marineo Sículo, "fue en otro tiempo obra y edificio maravilloso…y alrededor había grandes estanques de agua y muy hermosos vergeles, jardines y huertas…". Hoy una silenciosa alberca, piedras antiguas, lánguidos almendros, algún olivo, unos cipreses y cuatro tapias blancas aíslan tan recoleto espacio. Lugar de recogimiento que ya nadie podrá reconstruir porque en el romance de Abenámar se dice: "El moro que los labraba (los Alixares)/…desque los tuvo labrados/el rey le quitó la vida/porque no labre otros tales/al rey de Andalucía". Es fácil verme pasear por allí casi todos los días.
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