ras la investidura fallida la predicción apubta a que, seguramente, suba la abstención por el hartazgo popular de la incapacidad de los partidos para llegar a acuerdos.
MANUEL CAMPO VIDAL
TRAS la sarta de insultos y descalificaciones con que se obsequiaron sus señorías en los dos intentos de la investidura fallida, todo está mucho más difícil para alcanzar el pacto de gobierno necesario. Pero tan verdad es eso como que ahora las cosas están más claras. Sabemos por ejemplo que Pedro Sánchez y Albert Rivera son capaces de alcanzar un pacto, lo cual en un país en el que nadie tiene hoy valor para hacerlo es un dato muy relevante. Sabemos que Pablo Iglesias está dispuesto a dinamitar la investidura de Pedro Sánchez aunque para ello tenga que llamar asesino a Felipe González en sede parlamentaria. Una acusación tan grave en un mitin resulta inadmisible; en una tertulia televisada peor, porque lo ve muchísimo mas personal que en un mitin, pero en sede parlamentaria resulta insoportable porque queda allí en el libro de sesiones. La sobreactuación con el beso en los labios con el diputado Xavier Domènech, más su intento de monólogo a lo Club de la Comedia 48 horas después, no borran la afrenta, según los portavoces socialistas. Ya sabemos, ha escrito José Ignacio Torreblanca, que "los votos a Podemos no sirven para desalojar al PP de La Moncloa sino sólo para instalar allí un Gobierno de izquierdas alineado con los soberanistas".
¿Hubiera votado igual la ciudadanía de haber sabido todo eso? ¿Cambiará significativamente el sentido de su voto si hay repetición de elecciones el 26 de junio, a la vista del espectáculo de esta semana en el Congreso? No es fácil la predicción porque seguramente subirá la abstención por el hartazgo popular de la incapacidad de los partidos para llegar a acuerdos, que es el mandato recibido de las urnas. Habrá que ver si no hay voto de Ciudadanos que se repliegue sobre el PP, aunque otros seguramente premiarán a Rivera por su valentía para llegar a acuerdos. Veremos si Pedro Sánchez, que volverá a ser candidato del PSOE aunque a algunos barones de su partido les duela, capitaliza su crecimiento de imagen en este intento de alcanzar la Presidencia del Gobierno. Sabemos que algunas personalidades independientes que dieron credibilidad a la listas de Podemos, como el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo, han abandonado la formación disconformes porque se ha impedido un gobierno de izquierda y se ha votado lo mismo que el PP y los independentistas. A saber si ese malestar tendrá alcance apreciable en las urnas.
Lo que si estamos informados es que, mientras, la economía ofrece señales de freno. El paro subió en febrero, en un mes en que no suele hacerlo, y que el secretario general de Empleo, curiosamente apellidado Riesgo, lo relaciona con la incertidumbre política. Tenemos noticia de que algunas compañías están retrasando su salida a Bolsa y que la perspectiva de que no haya gobierno hasta medio verano, o hasta septiembre, está paralizando inversiones y proyectos. La posibilidad de que perdamos el año económicamente es cada vez más alta. Y los indicios de una nueva crisis generalizada, al menos en Europa, se intensifican.
España necesita acuerdos para gobernar y para reformar leyes y estructuras. El período que viene exige consensos y los debates parlamentarios de la pasada semana son la peor antesala de cualquier reunión para alcanzarlos. No sólo los nuevos y viejos políticos deben entender que pactar no es traicionar. Si se convocan cursos acelerados sobre cómo vivir sin mayorías absolutas, una legión de tertulianos y columnistas deberían seguirlos. Algunos políticos hartos de que se les reclamen pactos que hoy parecen imposibles replican, por ahora en privado, que también urge un pacto mediático, o de lo contrario será muy difícil resolver este embrollo.
La esperanza oculta de la que nadie habla es que alguien pueda estar trabajando en silencio para despejar el camino. Al fin y al cabo, Artur Mas se apartó contra pronóstico en el último minuto y fue sustituido por alguien que no estaba en las quinielas. Que algo así pueda suceder en las próximas semanas no se descarta. Por algún lado tiene que salir el agua embalsada.
¿Hubiera votado igual la ciudadanía de haber sabido todo eso? ¿Cambiará significativamente el sentido de su voto si hay repetición de elecciones el 26 de junio, a la vista del espectáculo de esta semana en el Congreso? No es fácil la predicción porque seguramente subirá la abstención por el hartazgo popular de la incapacidad de los partidos para llegar a acuerdos, que es el mandato recibido de las urnas. Habrá que ver si no hay voto de Ciudadanos que se repliegue sobre el PP, aunque otros seguramente premiarán a Rivera por su valentía para llegar a acuerdos. Veremos si Pedro Sánchez, que volverá a ser candidato del PSOE aunque a algunos barones de su partido les duela, capitaliza su crecimiento de imagen en este intento de alcanzar la Presidencia del Gobierno. Sabemos que algunas personalidades independientes que dieron credibilidad a la listas de Podemos, como el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo, han abandonado la formación disconformes porque se ha impedido un gobierno de izquierda y se ha votado lo mismo que el PP y los independentistas. A saber si ese malestar tendrá alcance apreciable en las urnas.
Lo que si estamos informados es que, mientras, la economía ofrece señales de freno. El paro subió en febrero, en un mes en que no suele hacerlo, y que el secretario general de Empleo, curiosamente apellidado Riesgo, lo relaciona con la incertidumbre política. Tenemos noticia de que algunas compañías están retrasando su salida a Bolsa y que la perspectiva de que no haya gobierno hasta medio verano, o hasta septiembre, está paralizando inversiones y proyectos. La posibilidad de que perdamos el año económicamente es cada vez más alta. Y los indicios de una nueva crisis generalizada, al menos en Europa, se intensifican.
España necesita acuerdos para gobernar y para reformar leyes y estructuras. El período que viene exige consensos y los debates parlamentarios de la pasada semana son la peor antesala de cualquier reunión para alcanzarlos. No sólo los nuevos y viejos políticos deben entender que pactar no es traicionar. Si se convocan cursos acelerados sobre cómo vivir sin mayorías absolutas, una legión de tertulianos y columnistas deberían seguirlos. Algunos políticos hartos de que se les reclamen pactos que hoy parecen imposibles replican, por ahora en privado, que también urge un pacto mediático, o de lo contrario será muy difícil resolver este embrollo.
La esperanza oculta de la que nadie habla es que alguien pueda estar trabajando en silencio para despejar el camino. Al fin y al cabo, Artur Mas se apartó contra pronóstico en el último minuto y fue sustituido por alguien que no estaba en las quinielas. Que algo así pueda suceder en las próximas semanas no se descarta. Por algún lado tiene que salir el agua embalsada.
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