Psicólogo Clínico, Centro de Psicología e I
ntrospección
Foto: Artur Rutkowski |
A diario constatamos cómo el espíritu de competición, en todos los aspectos de la vida, hace sufrir a las personas y dificulta la vida. Hace días leíamos noticias sobre los juegos paralímpicos y podíamos imaginar las emociones desabridas de los lectores al saber que la atleta belga Marieke Vervoort, de 37 años, después de saborear la supuesta gloria de la competición en los juegos de Brasil pondría fin a su vida mediante la eutanasia.
Y suponemos que sentirán esas contradicciones porque el sufrimiento, que se adivina tras esa revelación, no encaja con la gloria, la supuesta gloria, de competir.
La competición como fuente de progreso es un error
La corriente predominante es pensar que la competición es una manera de auto-superación, de motivarse para consumar logros o incluso se dice que es el único motor para progresar. Se cree que es, en definitiva, un instrumento beneficioso. Esto es falso.
La realidad es que la actitud de competición, en cualquiera de sus ámbitos, no sólo en el deporte, siempre acaba en sufrimiento psicológico, tanto si se gana como si no. También en los casos en los que se asegura que se compite "contra uno mismo" o para superarse a uno mismo.
Y es así porque la actitud de competir surge de una huida psicológica, huida cuyas raíces son el temor al fracaso, en sus diferentes variantes. Desde el temor a no ganarse el sustento hasta el temor a no ser valorado, a "no ser nadie", esto último es la peor de las semillas del sufrimiento, porque todos somos alguien, y todos somos valiosos. Con la competición, esos temores aumentan. Si se pierde, surge el temor al fracaso. Si se gana, surge una falsa sensación de seguridad que conduce al orgullo..., y que aumenta el temor al fracaso en un futuro inmediato o lejano.
¿Qué otra alternativa hay a la competición?
Apoyarse a uno mismo y a los demás, es decir, la colaboración. El ser humano compite mucho y colabora poco. Los temores individuales empujan a luchar, a competir, en todos los campos. No se debe disfrazar la actitud competitiva con el barniz de la deportividad, aquello de que gane el mejor con una sonrisa, y por dentro deseando ansiosamente ganar, o incluso "aplastar al contrario".
La realidad es que la actitud de competición es la expresión del egocentrismo, que es fruto del temor. Y ambos, el egocentrismo y el temor, son el origen del sufrimiento.
La colaboración, la verdadera colaboración, es el camino opuesto. Surge de tener una conciencia del bien común, bien común que incluye a uno mismo y a los demás. Para aprender a actuar en esos términos es necesario aprender a resolver los temores que empujan a competir, acabar con la necesidad de quedar por encima de otros. No importa si esa búsqueda de poder es con el vecino, con un compañero de trabajo, con una empresa rival o con un adversario político.
Hay una forma correcta de hacer las cosas que no excluye la abundancia, el progreso, los avances científicos, ni las mejoras sociales. Pero no es la competición la que produce estabilidad y mejoras en esos aspectos, sino la colaboración. Para llevarla a cabo cada persona debe hacer su parte, es decir, ser consciente de esos temores y no fomentarlos, sino aprender a resolverlos y, por ende, aprender a colaborar.
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