Castilléjar es una localidad ubicada al norte de la provincia de Granada, en la confluencia de los ríos Guardal y Barbatas otorgando el antiguo nombre de Castilléjar de los ríos. Su especial urbanismo procede de su inicial función defensiva con una pequeña fortaleza en la cima del promontorio, que posteriormente se aprovechó para construir la Iglesia. La mayoría de sus viviendas tienen la particularidad de haber sido excavadas, total o parcialmente, al abrigo del montículo, convirtiendo a Castilléjar en uno de los pueblos con mayor proporción de casas-cueva.
En compañía de María José y Luis Ródenas, responsables de la Oficina de Turismo y del Ecomuseo, pude comprobar las excelencias de una villa donde a lo largo del tiempo las diferentes culturas han dejado su impronta. Es interesante visitar la loma de la Balunca. Se trata de un asentamiento dónde vivieron varias generaciones de miembros pertenecientes a un mismo tipo de cultura, la del Argar, extendida en aquel momento por todo el sureste peninsular.
El conjunto histórico de las cuevas de La Morería es uno de los lugares más interesante de esta localidad, tanto por su valor histórico como por su bello y singular emplazamiento. Se trata de un grupo de 13 oquedades excavadas en dos niveles en el escarpe del precipicio que asoma al río Guardal. La Iglesia de la Inmaculada Concepción, de 1657, se construyó empleando las piedras de la pequeña fortaleza que dio origen al nombre del pueblo. El Molino del Duque, que perteneció a los Duques de Alba, los barrios de Los Evangelistas, el Puntal o el Cenete, donde se encuentra ubicado el Ecomuseo y se recrea el patrimonio etnográfico espartero, son otros lugares de interés. Sin duda, una cultura ancestral cuya pervivencia ha sido posible a través del traspaso de conocimientos, generación tras generación.
Prometí a Primitiva Ibar y Faustino Ruiz, añejo matrimonio vecino de esta villa, que haría referencia a una 'libretilla' que con mucho cariño, saber y esmero está escribiendo esta noble vecina con el fin de recopilar antiguas tradiciones de su pueblo para generaciones venideras y para cuando la memoria le falte, deseando que sea dentro de mucho, mucho tiempo.
Leyenda El duende del esparto
Cuenta la leyenda que tras la repoblación de aquellas tierras por vecinos del norte, los repartos de tierras no fueron igualitarias para todos. Y si no, que pregunten al pobre Damián que le había tocado una pequeña parcela en la vega del río Guardal y una gran extensión en las tierras áridas. Maldiciendo su suerte, solo se afanaba en sembrar en un pequeño huerto que le dotaba de hortalizas para ir tirando más mal que bien. Una noche se acercó a sus 'tierras malas' de las afueras del pueblo, fascinado de aquellos parajes semidesérticos que contrastaban con sus tierras del norte llenas de agua por doquier. Sentado en una de las orillas de los barracos agrestes esculpidos con los cinceles de las lluvias torrenciales, podía ver a la luz de la luna los cristales de yeso brillando como un mar de plata. Aquella visión le reconfortaba el corazón, pero no el bolsillo que era lo que tenía más sangrante. De repente, un bulto negro apareció escondido detrás de una espartera.
-¿Quien anda ahí?, preguntó sin tener respuesta.
-¡Llevo un garrote que manejo bien!, gritó mientras se dirigía al lugar.
-¡Vive Dios que no hay que usar la violencia, mi querido campesino!, dijo un hombrecillo bajito saliendo con un buen fardo de esparto.
Damián quedó helado ante semejante figura deforme, portando en su joroba el fajo cual animal antediluviano.
-¿Qué haces en mis tierras?
-Coger un poco del tesoro que posees.
-¿Tú crees que estas malditas tierras son un tesoro? Para mí son una maldición, ¡aquí no se puede cultivar nada!
-Para que quieres cultivar, si ya tienes todo cultivado ¿no ves el tesoro que tienes?
Damián miró para un lado y para el otro con incredulidad. -Lo único que veo es un desierto al igual que un hombrecillo de piel amarilla y cara deforme que ha perdido la razón.
-Te equivocas, valoras lo que ven tus ojos y no lo que hay más allá. Estas lomas están llenas de esparteras que crecen en este tipo de tierra. No tienes ni idea de lo que se puede hacer con el esparto y cómo puede ser una fuente de ingresos para tu maltrecha economía y… ¿por qué me has insultado? ¿porque soy diferente a ti y no tengo tu altura ni tu físico? ¿acaso eso hace que sea menos hombre que tú? o ¿qué piense diferente de lo que tú desprecias?, -dijo el hombrecillo tremendamente enfadado.
Aquella contestación dejó a Damián descolocado y pensativo.
-No he querido insultarte, me ha salido así sin pensarlo. Te ruego me perdones, ¿que podría hacer para compensarte?, respondió arrepentido.
-Mejor di que podemos hacer los dos para ayudarnos. Propongo unir fuerzas. Yo soy un maestro espartero y si tú me ayudas a recolectarlo hare con él cestas, canastos, esteras, serones, capachos, cuerdas, espuertas, esterillas, soplillos, barjas…todo lo que se necesita para el hogar y el campo. Y después tú lo vendes en el mercadillo, pues a mi nadie me compra por el aspecto que tengo, -dijo apenado. -Iremos a medias con lo que recaudemos, ¿te parece justo?
Damián pensó que por intentarlo no perdía nada.
-Me parece justo. ¿Cómo te llamas y donde tienes tu taller?
-Me llamo Atocho y vivo en las cuevas de La Morería, encima del río donde pongo a 'cocer' el esparto.
-¡Pero si allí nadie puede subir!
-Yo si, conozco un pasadizo secreto. Así nadie me molesta y trabajo a mis anchas.
Y así fue como empezó una alianza entre el maestro espartero y Damián. A los pocos meses la economía del segundo había mejorado notablemente. Su mujer, que apenas podía dar de comer a sus dos hijos, vio como la mesa se llenaba de viandas. Un día quiso hacerle un regalo a Atocho para agradecerle todo lo que le había enseñado invitándole a una cena en su casa-cueva en el barrio de Los Evangelistas.
-No creo que sea buena idea, Damián. En cuanto me vean por el pueblo seguro que me apedrean.
-Por eso será de noche, nadie estará en la calle.
-Y tu mujer y los niños…
-Por ello no te preocupes.
Cuando éste apareció por la puerta, la mujer se acerco a él y le dio un beso en la mejilla y le dijo: "Buen hombre, amigo de sus amigos y gran persona, nos ha demostrado que lo que realmente cuenta es el interior de las personas y no así su imagen. Ha enseñado a mi marido todo sobre el esparto y gracias a ello esta familia come todos los días. Sea bienvenido a mi humilde casa".
Esa era la señal que había estado esperando desde hacía algún tiempo.
-Damián ha llegado la hora de que cambie de lugar, todo lo que has aprendido está a buen recaudo y procura que el oficio de maestro espartero continúe con tus hijos y se perpetúe en el tiempo.
Después de aquella cena no lo volvieron a ver por Castilléjar. Aunque dicen que alguna vez se le ha visto por la cañada de Maciacerrea observando el peso de la romana o el 'cocer' del esparto.
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