martes, 12 de septiembre de 2017

El orgullo de ser españoles granadahoy.com

TRIBUNA


AQUILINO DUQUE
Escritor

De todos los presidentes, Felipe González fue el único que alguna vez demostró su patriotismo cuando habló de su propósito de "devolvernos el orgullo de ser españoles"

El orgullo de ser españoles
Cuando por ley de vida, España se incorporó a todos los efectos y con todas sus consecuencias a la democracia parlamentaria y entró una vez más, como hubiera dicho Fernando VII, por "la senda constitucional", no había que ser zahorí para ver que volvíamos a las andadas y, lo que era peor, que La Nicolasa, o sea, la Constitución del 78, tenía vicios ocultos que le iban a salir muy caros a la nación española. El tortuoso trazado de esa senda a lo largo de cuatro decenios ha estado incluso a punto de hacerme vulnerable a esa pedagogía política que nos exige avergonzarnos de nuestra historia; mi rechazo se reduce a la de los últimos cuarenta años de "volver a empezar" -título significativo de cierta película-, de volver a las andadas. Otra película de esa nueva época fue la titulada algo así como Mujeres al borde del ataque de nervios. Estaba yo en Ginebra cuando se estrenó y fui a verla, un poco por patriotismo y otro poco porque ya me la habían ponderado en España. Salí de la sala avergonzado de que esa fuera la imagen que la gente tuviera de España. También en Ginebra, en un almuerzo en el Consulado General se me ocurrió terciar en una conversación de señoritos satisfechos de la democracia para decir que la España de Felipe González estaba mejor vista en Europa que la España de Felipe II. Hubo quien me pidió explicaciones y yo las di del modo más diplomático posible, pero todas las explicaciones habrían sobrado si en lugar de "la España de Felipe González" hubiera dicho "la España de Almodóvar". Y ya que miento a González, diré, y no es la primera vez, que, de todos los presidentes el único que alguna vez demostró su patriotismo, o lo intentó por lo menos, fue él cuando, al iniciar su primer mandato, habló de su propósito de "devolvernos el orgullo de ser españoles", cosa que el director de El País no tardó en afearle.
En el año de 1989, siendo ministro de Cultura Jorge Semprún, viajaron a Ginebra los cuadros del Prado en mejores condiciones de lo que lo hicieron medio siglo antes, en 1939. Se trataba de conmemorar el cincuentenario de la evacuación de las obras por el derrotado Gobierno rojo y su recuperación por el triunfante Gobierno nacional, que montó una exposición cuyos comisarios fueron el pintor Sotomayor, uno de los mejores retratistas del Generalísimo, y Muguruza, el arquitecto del Valle de los Caídos. Esta exposición de 1989 era reproducción exacta de la de 1939 hasta el punto de que había una Sala imperial o Sala del Imperio -no recuerdo bien- en la que, junto a los tapices de La conquista de Túnez por Carlos V, aparecían los retratos de los principales reyes de la Casa de Austria. Fue una suerte que en aquel año de 1989 hubiera en España un Gobierno socialista y en él uno de los escasos ministros de Cultura a la altura de su cargo, porque no estoy muy seguro de que aquella conmemoración con total respeto de la historia real hubiera sido posible con un Gobierno de la acomplejada derecha vergonzante...o del socialismo rencoroso que lo derribó.
Dado que, según Jünger, lo que caracteriza a España es su capacidad de reacción, descubro en este agorero fin de verano de 2017 un libro titulado Imperiofobia y Leyenda Negra. Su autora, Elena Roca Barea, es profesora de Instituto en Alhaurín de la Torre. Lo que más llama la atención es la originalidad y la valentía del enfoque con el que estudia y rebate, con destreza polémica y amena prosa, siglos de propaganda panfletaria sobre los cuatro grandes imperios de Occidente, a saber, el romano, el español, el norteamericano y el ruso. Mucho es lo que se ha progresado en el buen sentido como para que el libro de María Elvira no sea ahora una piedra de escándalo, sino la piedra angular de una reacción saludable. En su estudio comparado de los cuatro imperios desarrolla una filosofía de la historia y maneja las ideas más sólidas de nuestro tiempo. Y una de ellas tal vez sea la de que en las motivaciones de la imperiofobia y la leyenda negra no hay más remedio que pensar en la "envidia mimética" de René Girard. Se lamenta Elena Roca de que los prejuicios y las calumnias contra la España en la que no se ponía el sol se sigan aplicando a la España encerrada en la corraleta de los PIGS. Y es que en esa Europa de siempre la "envidia mimética" ha dado paso al "desprecio mimético".

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