TRIBUNA
El ciudadano debe tener en cuenta que comprando un producto falsificado está fomentando la explotación laboral de los vendedores inmigrantes por parte de mafias
Lo falso sale caro |
Durante el verano, las calles y los paseos marítimos de las ciudades más turísticas de España se vuelven intransitables debido a la ocupación ilegal del espacio por vendedores ambulantes que ofrecen productos falsificados. Y lo más triste es que lo hacen colocando las mantas a unos metros de los comercios locales, que se han preparado todo el año para esta temporada alta y que ven con impotencia cómo dicha competencia desleal no es atajada por los agentes de seguridad. Muchos turistas pican, dejándose llevar por este canto de sirenas de productos que no han pasado ningún control de calidad, hechos con materiales que pueden ser perjudiciales para su salud y que sÓlo externamente recuerdan al producto original.
¿Se acuerda de aquel dicho de que "nadie da duros a cuatro pesetas"? Muchos de los compradores de productos falsos los adquieren, en gran medida, porque el precio es menor al del producto auténtico. Para este tipo de consumidor, aspectos como la calidad de los materiales o la durabilidad son secundarios.
Y la razón por la que el precio de un producto falso es menor reside en que los falsificadores no incurren en todos los costes en los que sí incurre el artesano, el industrial o el comerciante. Gastos que abarcan la materia prima, la creatividad, el diseño, testeo de la calidad, registro de las marcas y diseños, salarios y contribuciones a la Seguridad Social, pago de impuestos, inversiones en publicidad… Todo ello es necesario para que el producto atraiga nuestra atención como consumidores y pueda así llegar a nuestras manos. ¿Qué es lo que hace un falsificador? Sólo reproduce externamente la forma de un producto sobre un material de pésima calidad y lo vende a un precio menor, pero sus beneficios son altísimos; miles de millones de euros que en gran parte de los casos se evaden, cometiendo un delito fiscal. Esos capitales que se blanquean se sustraen de la economía productiva, que es la que genera puestos de trabajo, paga impuestos y cotizaciones sociales, y hace inversiones en I+D, revirtiendo de forma positiva en la economía y la sociedad.
La distribución y venta de falsificaciones para la industria es una lacra. Para las empresas españolas de nueve de los sectores más perjudicados se producen 7.088 millones de euros de pérdidas cada año. Y dicha competencia desleal destruye 67.000 puestos de trabajo al año en esos sectores.
Esta realidad debería ser conocida por aquellos otros consumidores que contribuyen a esta venta ilegal con la idea de crear una justicia retributiva, según la cual si las marcas obtienen grandes márgenes de beneficio al vender sus productos auténticos el consumidor concienciado debería comprar falsificaciones para compensar. Y también deberían ser conscientes de ello aquellos consumidores que las adquieren con la intención de hacer un favor al vendedor ambulante que no tiene otra salida para ganarse la vida que vender productos ilícitos.
Pero ¿el consumidor es consciente de lo que hay detrás del top manta? El ciudadano debe tener en cuenta que comprando un producto falsificado está fomentando la explotación laboral de los vendedores inmigrantes por parte de mafias, está colaborando con el crimen organizado, está perjudicando a comerciantes y pymes que se esfuerzan cada día en sacar su negocio adelante y, en algunos casos, está poniendo en peligro su salud.
En ese sentido, el consumidor debe actuar de manera responsable porque existen alternativas más razonables a la compra de falsificaciones en su entorno cercano. En su ciudad, provincia o Comunidad Autónoma siempre habrá empresas que elaboren productos de calidad y que hayan pasado todos los controles. Por lo que comprando productos auténticos estaremos ayudando a nuestro tejido industrial y comercial, consumiremos productos que no perjudican nuestra salud ni la de los nuestros, y, sobre todo, estaremos diciendo no al crimen organizado que se esconde tras la venta de falsificaciones.
Finalmente, adquiriendo falsificaciones el consumidor está renunciando a sus derechos como tal. Comprando en el mercado ilícito el consumidor pierde su derecho a reclamar la devolución de su dinero o la reposición de un producto en las condiciones óptimas para su consumo.
Si sumamos todas estas razones para rechazar la compra de falsificaciones, ¿verdad que ya no nos parece que el precio de un producto falso sea tan barato? Acordémonos de otro de los dichos clásicos del castellano:"Lo barato sale caro". Pues eso: "Lo falso sale caro".
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