TRIBUNA
Cruzadas de niños? |
En pasados días trágicos, conforme las noticias iban confirmando que los asesinos de Barcelona-Cambrils eran un grupo de imberbes seducidos por un adulto, yo recordaba una antigua lectura veraniega que me impactó, al igual que a Borges: La cruzada de los niños, de Marcel Schwob. Libre recreación literaria de aquella cruzada infantil que a principios del siglo XIII se dirigió hacia Jerusalén sin conseguir alcanzar su objetivo. Los niños, nos relata Schwob, atraídos a veces desde Hamelín -ojo a la historia del flautista- y otras localidades alemanas y francesas por voces misteriosas, pretendían arrebatarles a los infieles la ciudad celestial presentándose ante ellos con la sola pureza de sus almas. Pone en boca de estos niños Schwob: "Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar, Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar a Jerusalén. Hace mucho tiempo que vagamos. Voces ignotas nos llamaron por la noche (…) Cantábamos ante las aldeas como solíamos hacer en año nuevo. Y todos los niños venían a nosotros. Y avanzábamos como un rebaño". No entro en la veracidad de los hechos sobre los cuales aún existen muchas dudas historiográficas. Según la leyenda, los niños, que quizás sólo eran adultos paupérrimos, fueron desapareciendo en el camino minados por las capturas, las enfermedades y el hambre.
No es la primera vez que los niños y adolescentes son empleados en la guerra, casi siempre en tareas suicidas o de martirio. El rostro infantil de muchos mártires iraníes inquieta al visitante desde los afiches fotográficos que a miles están colgados en las ciudades y pueblos persas. Estos jóvenes fueron enviados en la guerra Iraq-Irán hace más de treinta años por el régimen de los ayatolás para romper el frente enemigo. Iban en oleadas al martirio, aceptado, según se dice, "voluntariamente", con el fin de que con sus cuerpos desarmados sirviesen para detonar las minas sembradas por los iraquíes. Desde luego no eran terroristas -Irán está en contra el terrorismo, que sufre también- pero sus martirios nos hacen enmudecer. ¿Cómo a esas edades se puede ir a la muerte voluntaria si no es porque se ha sembrado el fanatismo en los espíritus?
Una de las mayores interrogantes que nos ha dejado en el aire los pasados acontecimientos de Barcelona es la edad de los asesinos. Se trata de jóvenes barbilampiños, casi niños. En esas edades existe una propensión al idealismo muy marcada. Si miramos la de los últimos ejecutados por Franco, desde Puig Antich hasta los fusilados de septiembre del 75, comprobaremos que eran igualmente jovencísimos. Sin embargo, aquí, en este nuevo yihadismo suicida, se requiere el paso del idealismo juvenil al fanatismo adulto, con el fin de poner en el objetivo no una idea ni una desesperanza, sino a los otros animalizados.
El fanatismo es la clave de la bóveda. En la colina de Montmartre, en París, un monumento sito en un jardincito cercano al Sacré Coeur recuerda al caballero De la Barre, quien fue supliciado a muerte con sólo 19 años por no haber saludado una procesión en 1766. Para Voltaire un leit motiv de su existencia fue el conocido como affaire Calas, ocurrido en la misma época. Se trató del escándalo levantado porque un padre protestante había matado a su propio hijo simplemente por haberse convertido al catolicismo. Obsesionado por las consecuencias de las guerras de religión, Voltaire escribiría la obra Mahoma o el fanatismo, que en realidad no iba dirigida contra el profeta, sino contra todos los fanatismos religiosos. Cuando se produjo el atentado de Bataclan en París, acto seguido el tratado sobre la tolerancia de Voltaire, largo tiempo olvidado en las bibliotecas, se convirtió en un súperventas. Europa se blindaba así frente al fanatismo, incluidas las fobias hacia los demás. Lessing, en Nathan el sabio, había otorgado la sabiduría a quien era capaz de resolver pacíficamente, como un padre con hijos de distinta religión, las diferencias de creencia. Tras Bataclan Europa, procuraba salir del miedo cerval, que había llevado, por ejemplo, unos años antes a la modificación del final de la ópera del gran Mozart Idomeneo, rey de Creta, porque en su última escena se les corta la cabeza a los fundadores de las cuatro principales religiones, una de ellas la musulmana. Cuando vi la reposición de la ópera en el teatro Garnier me pareció una concesión sin fundamento la supresión, metaforizándolo, del final. Amén de que, como Charlie Hebdo, Bataclan y Niza demostraron ulteriormente, no sirvió para nada.
¿Cómo puede pasarse de ser "niños terribles" -en feliz expresión de Jean Cocteau- que juegan a las guerras, a ser adolescentes criminales que ofrendan sanguinariamente a un terrible dios Moloch sus vidas y las de los demás? ¿Qué quiebra se ha producido para volver a un punto en la historia que creíamos superado siglos ha? Desde luego, la recurrencia al Islam me parece un subterfugio. Esta monstruosidad podía haberse encarnado en cualquier otra religión, como la historia muestra. La constante es el fanatismo y la atracción hipnótica que ejerce, incluso en los más jóvenes.
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