El médico granadino, Carlos Ballesta, presenta su segunda novela, 'Diego Hurtado de Mendoza. El hombre del emperador', publicada por Almed
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INÉS GALLASTEGUI | GRANADA
Carlos Ballesta, en su casa del Albaicín. :: RAMÓN L. PÉREZ
Carlos Ballesta nació hace 66 años en Las Palmas porque allí trabajó un tiempo su padre, médico, pero llegó a Granada de niño, estudió Medicina y siempre ha estado ligado a la ciudad. Especialista en cirugía de la obesidad y con un prestigio internacional, dirige el Centro de Cirugía Laparoscópica de la Clínica Teknon en Barcelona y recientemente se ha vinculado a la Clínica Inmaculada de Granada. Blibliófilo y apasionado de la historia, en 2009 publicó su primera novela, 'El misterio del carmen' (Ed. Comares), inspirada en su casa del Albaicín, el Carmen de Aben Humeya. Ahora, Almed ha lanzado la segunda, 'Diego Hurtado de Mendoza. El hombre del emperador'.
-En la historia hay varios Diegos Hurtado de Mendoza. ¿Cuál es el suyo?
-El hijo de Don Íñigo Hurtado de Mendoza, segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar, capitán general de Granada, que tuvo seis hijos. Diego nació en la Alhambra en 1503 y, cuando se sublevó el Albaicín contra el cardenal Cisneros, que sustituyó a Talavera, Mondéjar mandó a vivir allí, junto al Salvador, a su mujer y sus hijos, para tranquilizar a los moriscos. Estaba culturalmente muy preparado y se convirtió en diplomático. Hablaba latín, hebreo, francés, inglés... Carlos I lo envió a Inglaterra para negociar el matrimonio de Felipe II con su tía María, la reina. Luego lo envió a abrir el Concilio de Trento, pero surgió un problema en Venecia; fue para apagar el fuego y allí quedó como embajador hasta que Felipe II se lo trajo de consejero real. Al final de su vida lo desterraron a Granada, en plena sublevación de los moriscos, e hizo la guerra junto a su sobrino, capitán general de Granada. Escribió 'Las guerras de Granada', una obra de gran rigor histórico que se publicó en Lisboa veinte años después de su muerte.
-Aunque la novela narra una misión diplomática de Hurtado de Mendoza en Italia, también se describe su infancia en Granada. ¿Qué papel juega la ciudad en la novela?
-Su vida está muy ligada a Granada y, al final, lo destierran allí. Después vuelve a Madrid con una pierna gangrenada y se la amputan, pero muere. Me encuentro muy cómodo escribiendo sobre Granada porque tengo allí mi vida, me conozco muy bien el Albaicín, su historia...
-¿Cuánto hay de novelesco y cuánto de histórico en el libro?
-Todos los personajes son reales, pero al personaje hay que darle vida. Lo primero que hago es recorrer las Alpujarras y meterme en la vida del morisco para poder entender aquella guerra. En Venecia aparece Ahmed, un esclavo que es el favorito de Suleimán El Magnífico, en un hospital. Yo he viajado mucho y he estado en hospitales en Yemen, que es como Granada en el año 1300, con mazmorras húmedas y colchones en el suelo. La forma en la que Diego es envenenado, con una cena de anguila y pan de centeno, la he tomado de libros antiguos... Me voy imaginando cómo era todo hace quinientos años.
-La misión del protagonista es abrir el Concilio de Trento en nombre del emperador y averiguar qué hay de cierto en los rumores que corren sobre los conventos y las órdenes religiosas. La Iglesia no sale muy bien parada, ¿no?
-Bueno, es que estaba así en ese momento. En los conventos de clausura se metía a las hijas de buena familia que se quedaban embarazadas. Les cambiaban el nombre, mataban al niño y la chica quedaba secuestrada para toda la vida. A cambio, el padre pagaba una buena dote. Los curas fornicaban abundantemente con las monjas y se volvían locos cuando aparecía una novicia. Santa Teresa tenía sus apariciones, sus estigmatizaciones... Siempre había un coro de gente que lo creía, como hoy lo hacen con los curanderos y los santones.
Lazarillo de Granada
-En Venecia, Hurtado de Mendoza topa con la ambición desmedida y la corrupción de la clase política. ¿La historia se repite?
-Evidentemente, la historia se repite. Carlos I pretendía que el Papa lo coronase emperador. Francia estaba en contra de España, que entonces era la gran potencia del mundo. Francisco I de Francia manda a dos embajadores a hacer un pacto con Venecia y con el turco frente a España y el Papado para reventar la Triple Alianza, y él trata de impedirlo.
-Según su libro, Lázaro de Tormes es en realidad Lázaro de Granada: un niño morisco entregado como guía a un ciego castellano. ¿Refuerza la teoría de que Hurtado de Mendoza es el autor del 'Lazarillo'?
-No es que lo diga yo: ya está demostrado que Diego Hurtado de Mendoza es el autor del 'Lazarillo de Tormes'. En el Palacio del Infantado está toda la documentación: se ha encontrado la corrección del manuscrito de su puño y letra. ¿Por qué no situar a Lázaro como un niño morisco que se ha quedado sin padre?
-En la novela aparece el 'pecado de las Indias', una enfermedad llegada de América tras la conquista. En esto le habrá servido su condición de médico...
-Esa enfermedad es la sífilis. La bacteria se reproduce y contagia mejor en un clima húmedo y caluroso, así que, dependiendo de la época del año en que venían los barcos de América, se contagiaban todas las mujerzuelas del Arenal de Sevilla o no. El personaje de Brandao, el médico judío, investiga todo esto. Le ayuda (Miguel) Servet, que era compañero de Hurtado de Mendoza, con el que había coincidido en la corte de Carlos I en Viena. Después Servet se enfrentó a la Iglesia y fue quemado en la hoguera.
-El éxito de series como 'Isabel' fomenta el interés de la gente por esa parte de la historia. ¿La ha seguido?
-La serie está bien ambientada. Algunos personajes están muy bien, como Fray Hernando de Talavera, primer obispo de Granada, o Boabdil... La serie culturiza. La recomiendo sobre todo a los niños y jóvenes, a los que no les gusta leer. En España se lee muy poco. Habría que ver menos televisión basura y leer más, culturizarse.
La ciudad de la Alhambra
-Además de escribir, colecciona libros de tema morisco y desde hace unos años se dedica a divulgarlos a través de su Fundación. ¿De dónde le viene esa afición?
-Acabo de conseguir un libro, el 'Articella' o 'Ars Medicinae', impreso en 1519, con un repujado mudéjar, que abarca desde el siglo XIII hasta el XV. Prefiero gastarme 3.000 euros en un libro que en un viaje. La historia de los moriscos no ha sido contada. Cuando escribí 'El misterio del carmen', hice algunos talleres de lectura y di algunas charlas y la gente se quedaba sorprendida al saber que se expulsó moriscos de Granada, de Valencia, de Barcelona, de Vinaroz... Fue un genocidio: se cargaron casi a la mitad de la población. Y era una población muy laboriosa. Incluso en Granada, la gente no sabe. Piensan que la Alhambra la puso allí Boabdil; ni siquiera saben que aquello era una ciudad, no solo un castillo. La herencia morisca forma parte de nuestra cultura: la forma de hablar, de saludar, la comida, hasta la forma en que se vestían nuestras abuelas, con la cara tapada. Muchas costumbres árabes han perdurado hasta hace 60 años. Hoy se han perdido por la globalización, pero es una cultura de la que España, y especialmente Granada, está muy impregnada. Tenemos una riqueza histórica que debemos difundir. Si somos capaces de revitalizar el Albaicín, de que sus propios vecinos lo quieran, seremos capaces de cuidarlo. Mi misión es difundir esos documentos y esos libros. Tenemos un patrimonio muy importante que debemos dar a conocer a nuestros jóvenes. Solo se ama lo que se conoce y solo se respeta lo que se ama.
-¿Cómo saca tiempo para todo?
-Yo escribo a mano, con papel y bolígrafo o lápiz, 2.000 o 3.000 folios que luego mi secretaria transcribe al ordenador y allí vuelvo a corregirlo. En una novela puedo tardar tres o cuatro años. Cuando estoy delante de un ordenador no puedo pensar. Yo pienso por la noche: sueño lo que voy a escribir al día siguiente. Me relaja mucho. Si los enfermos están bien, produzco mucho. Si no, me bloqueo hasta que se resuelve el problema: soy cirujano y vivo la cirugía. Escribir me entretiene y me divierte. Y como no voy a vivir de eso...
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