jueves, 26 de agosto de 2021

Sobre la libertad de expresión granadahoy.com

 TRIBUNA

LUIS HUMBERTO CLAVERÍA GOSÁLBEZ

Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla

Sobre la libertad de expresión ROSELL

La llamada libertad de expresión lleva mucho tiempo siendo un tema de moda por uno u otro motivo: tras la última dictadura y la aprobación de la vigente Constitución el primer gran problema que se suscitó respecto de ella era su compatibilización con la protección de la intimidad y el honor: la Constitución da preferencia a estos últimos, pero nuestros tribunales Constitucional y Supremo, ya en 1988, inspirados claramente por la doctrina jurídica en la que me incluyo, determinaron una interpretación restrictiva de dicha preferencia, inspirándose en otros preceptos constitucionales y utilizando la técnicamente deficiente Ley Orgánica de 1982, atinente al honor, la intimidad y la propia imagen: sustancialmente, como muchos recordarán, la solución consiste en la preferencia de los citados derechos sobre el honor y la intimidad respecto de la libertad de expresión, pero quedando restringida dicha preferencia a los casos en los que no concurra un interés público que sólo pueda ser satisfecho a través de la lesión de la intimidad, el honor o la propia imagen; si dicho interés público concurre, prevalece la libertad de expresión.

Conviene matizar que interés público no es la mera curiosidad, sino la necesidad de información de hechos que afecten a la vida política: a veces, la lesión del honor de alguien, incluso la afirmación de la posibilidad de algún evento aún no demostrado pero probable, puede ser imprescindible para una correcta decisión de alcance público; supuestos de ello abundan, exigiéndose del periodista un grado de diligencia en sus indagaciones, por cierto menos frecuente entre los que escriben en redes sociales.

Pero en los últimos años la libertad de expresión se ve cuestionada o limitada por otros frentes, constituyendo ejemplos de esto, entre otros, los denominados "delitos de odio", de ámbito muy discutido y discutible, y cuyo enjuiciamiento genera una considerable inseguridad jurídica: en virtud de la libertad de expresión, el periodista A defiende al dictador X; la periodista B censura al grupo étnico Y; y la periodista C descalifica la tendencia sexual Z, etc. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Qué vale y qué no vale o qué debería valer y qué no? ¿Y si hay interés público? Pero ¿es que puede haberlo en defender dictadores o en atacar a grupos? ¿A todos los grupos? ¿A las fundaciones que enaltecen a ciertos políticos del pasado? Ardua tarea para los juristas, especialmente para los penalistas, entre los que no me cuento.

De todas maneras, siempre tiendo, en caso de duda, a preferir la libertad sobre la represión; mejor que la gente se exprese, pues, al hacerlo, casi todo deviene más transparente y el mismo orador se delata: si un político dice públicamente que el actual Gobierno español es el peor de los últimos 80 años, ya sabemos qué debemos opinar sobre su concepción de la democracia y del Estado; si otro político afirma que el Derecho Internacional permite que, también fuera de los casos de dictadura o colonialismo, una parte de un territorio pueda segregarse del resto por decisión unilateral, ya sabemos qué credibilidad tiene ese político; si un ministro del Gobierno afirma que no debemos juzgar si el Estado latinoamericano X o Y es o no una dictadura porque ello implica injerencia en sus asuntos internos, ya sabemos que dicho ministro razona de modo similar al del estadista fallecido en 1975 implícitamente añorado y blanqueado por el primer político antes mencionado; si un dirigente abertzale expresa que la violencia etarra estaba justificada en cuanto que se oponía a la violencia del Estado, ya sabemos qué consideración merece tal dirigente a la vista de la fecha en que se extinguió el régimen franquista. Por la boca muere el pez: la libertad de expresión, además de desempeñar otras funciones, actúa como el más honesto strip-tease. Un predicador torpe o extremista produce ateos. Lo mejor es que la opinión fluya y pueda ser contrastada, que se susciten dudas y preguntas, que se demuestre que lo que antes se reputaba verdad hoy puede ser cuestionado o cabe reputarlo erróneo, que el error es el instrumento del acierto, que toda tesis tiene su antítesis. No olvidemos cuánta gente ha muerto y sigue muriendo por cuestionar o negar solemnes tonterías o manifiestas barbaridades.

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