Quienes pretenden acabar con la convivencia deben ser aislados y obligados a cumplir las normas democráticas que nos rigen
Como ya ocurrió con los atentados del 11-M de 2004, los atentados de Barcelona y de Cambrils han cambiado nuestro país para siempre. La población civil ha vuelto a ser el objetivo de una inútil batalla entre civilizaciones, acabando de nuevo con el espejismo de creernos a salvo de la barbarie que azota a otros países del sur y del norte del mundo. Se trata de una inocencia basada en que tanto allí como aquí la gran mayoría somos gente de paz y no compartimos las guerras que nuestros dirigentes practican o fomentan en el mundo árabe o, visto lo visto, casi en cualquier lugar del planeta.
El terrible siglo XX ha estado marcado a fuego por múltiples crímenes contra la humanidad, aunque también ha sido escenario de los mayores avances globales para responder a esta sinrazón. La cuestión es qué vamos a hacer en el siglo XXI, si queremos seguir por el camino del (pos)colonialismo, las guerras y los crímenes contra la humanidad o, como defiende Federico Mayor Zaragoza, apostamos por construir Cultura de Paz entre los pueblos que evite tanto sufrimiento inútil.
En esta tarea ingente, las ciudades tienen un papel fundamental, no sólo porque estén en el punto de mira de batallas lejanas y terrorismos cercanos, si no porque constituyen la demostración feaciente de la capacidad de convivir que tenemos las personas, por muy diferentes que sean nuestras culturas.
Granada al igual que Barcelona son dos pruebas evidentes de esta realidad. El esplendor de nuestro origen diverso y nuestra identidad mestiza nos sitúan como lugares clave para construir Cultura de Paz. Esta es también la razón para que hayan atacado Barcelona y para que Granada esté en el punto de mira. La guerra (incluyendo el terrorismo) genera el miedo y el odio como reacción instintiva, casi animal, e incluso en cierta medida comprensible cuando se aborda individualmente, pero en sociedad somos capaces de responder a estos desafíos de manera mucho más racional. Por eso la ciudadanía barcelonesa y la granadina se han mostrado contrarias a quienes pretenden sacar tajada con la guerra, por eso el racismo o la islamofobia han sido rechazados sin ambages, y por eso quienes pretenden acabar con la convivencia deben ser aislados y obligados a cumplir con las normas democráticas que nos rigen.
Nuestras ciudades nunca volverán a ser como antes. Nuestros espacios públicos y nuestras instituciones deberán cambiar para evitar ataques y minimizar los daños, pero es fundamental que no perdamos el horizonte que nos da sentido como sociedad y como pueblo, o entonces nunca acabará esta guerra en la que nadie puede ganar.
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