TRIBUNA
Zonas azules de la arena |
No, no es el caso de esas atracciones que pretenden simular el oleaje de las mareas con un efecto mecánico en las aguas de un circuito. Ni de las playashechas en el ensanche de las riberas de un río de aguas mansas, con profundidad regulada por una compuerta en el dique que se levanta a propósito. Tampoco de las instalaciones, casi a modo de playas vintage, dispuestas en plena ciudad para conjurar el "aquí no hay playa". De nada de eso se trata, sino de las propias y genuinas playas sometidas a una regulación que ordene el afincarse en ellas para apurar las jornadas de vacaciones.
Parece, entonces, que la coerción, bajo la forma de multas, debe disciplinar la voluntad -prima hermana, en ciertas ocasiones, de la real gana- de una abigarrada concurrencia. Porque la densidad de bañistas en muy populosas playas alcanza índices poco propicios para la convivencia y el tránsito. Es más, aunque poco tengan que ver las razones con las ya menos recurrentes y estivales ocupaciones de fincas, muchos veraneantes son dados a madrugar para hacerse con los mejores sitios de las playas. Cuando todavía no se han retirado los camiones y las máquinas del servicio de limpieza o algunos piteros, también madrugadores, que buscan valiosas piezas del descuido o del olvido entre latas enterradas en la arena.
Litigios se dan entre acaparadores de espacio ya que, como en los números del médico, hay quien clava los palos de varias sombrillas hasta que llegan sus moradores. De modo que la policía local, ordenanza y cinta métrica en mano, tiene que vérselas no solo para impedir tan tempranera ocupación, sino asimismo para comprobar la distancia entre la orilla del mar y la primera línea de sombrillas, a fin de que se mantenga expedito el espacio suficiente para el paseo remojado en las mareas. En fin, las normas y disposiciones del urbanismo llevadas al régimen de ocupación de las playas, con multas que quién sabe si acabarán poniéndose algún día por superar el tiempo de los turnos rotatorios en las zonas azules de la arena.
Los biólogos entienden por gregarismo la tendencia de algunos animales a agruparse y, aunque el género humano no la presente del todo -porque también hace de las suyas la misantropía, la aversión al trato como otras personas-, las concentraciones de bañistas en las playas, si no gregarias, sí resultan multitudinarias. Dado que, en el primer caso, la agrupación ayudaría a alcanzar propósitos comunes para el conjunto de los convivientes, además de un reparto de las tareas y una organización social, a manera de colmenas u hormigueros. En tanto que las multitudes son más del coexistir que del convivir, de la competencia que de la cooperación.
De ahí que los operarios o agentes prohíban ya en muchas playas tomar la arena antes de las 8 de la mañana con una provisión de sombrillas para, ya se dijo, marcar el territorio de la sombra. Incluso ayuntamientos hay que, ante el celo por la auténtica primera línea de playa, subastan con empresas la instalación de hamacas en esas privilegiadas zonas sin que quepa a los bañistas la ocupación pública. No pocas, por otra parte, son las circunstancias que provoca la multitud cuando no hay reserva de vecindad. Y al modo en que las conversaciones telefónicas en el AVE son escuchadas sin malsana curiosidad, sino por las poco cívicas, además de negligentes, maneras de algunos viajeros al aparato, los bañistas apretados bajo las sombrillas acaban conociendo cuestiones muchas veces escabrosas que la conversación de los de muy al lado detalla sin miramiento.
Si la orilla del mar ha quedado despejada para el paseo playero, no pocos mirones ociosos -aunque también los haya con logrado disimulo- se dan a la contemplación, al escrutinio, que abre los pestillos, cuando razones se encuentran, para las fantasías de la imaginación. Sin dejar atrás otros comportamientos incívicos que también merecen el reproche, la multa, de las ordenanzas. La evaluación fisiológica, en eufemismo pertinente, es uno de ellos, si bien con la dificultad de ser advertido y sancionado cuando las aguas menores se hacen en las aguas mayores adentro. Pero también se corrigen las prácticas sexuales en plena arena, por más que resulte un aprieto para el agente ante las circunstancias atenuantes que puedan esgrimir los así prendidos. Como mostrar el torso desnudo una vez se abandonan las lindes de la playa y el paseo marítimo da a las calles de la ciudad. Se advierte, por tanto, una regulación cívica y municipal de uso y estancia en las playas ante la concurrencia multitudinaria de los bañistas.
De modo que "estar de rodríguez", además de circunstancia socarrona, libra de los tormentos playeros en las más solitarias pero a la vez mejor acompañadas mareas de tierra adentro.
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