Tentado he estado de copiar y pegar lo que les contaba hace dos agostos, es decir, que había una ciudad en el sur de España que llevaba esperando unos años al tranvía y al tren; pero resulta que es la realidad y por tanto no sé si notarían el corte y pega. Y además: ¿qué más se puede decir del tranvía? ¿Qué ya tengo el calendario lleno de cruces señalando la fecha gloriosa de la inauguración y que me falta goma para borrarlas? Disgustos que acumula nuestro fotográfico alcalde con tantas fotos truncadas. Y del tren, ni les cuento. Algunos colegas de otras universidades ya no me creen cuando les insisto que Granada está casi incomunicada por tren y me dicen en tono de chiste: "Paco, vente en avión".
Siguiendo con los chistes y para favorecer las relaciones plurinacionales del Estado conocido internacionalmente como Reino de España, he estado tentado de contarles un chiste de catalanes "grasiosos", pero se me adelantó un diplomático con amplio currículum y no es cuestión de dejar mal a quien con tanto desparpajo nos representa en el extranjero, sobre todo si el diplomático es catalán de nacimiento. Puede que termine acusándome de ser un "granaíno malafollá" sin sentido del humor y la tentación termine ante el constitucional. Me guardo los chistes para después del primero de octubre, por lo menos.
También he soñado durante una siesta, en una tarde donde en la calle había unos 42 grados, que caía en una estúpida tentación. A saber: comprarme la camiseta de algún afamado futbolista. A veces el calor te hace cometer tonterías pues dejarte unos 100 euros en tal prenda es una gilipollez, con perdón. Dado que el calor apretaba, soñé que entraba en una tienda especializada y preguntaba por las camisetitas. ¡Oh sorpresa!, que la sección de camisetas de delanteros estaba cerrada por reformas. Pregunté la razón del cierre y el responsable me miró con sorpresa y me dijo: "¿Pero no sabe usted que todo el mercado de las camisetas está en suspenso por el caso de los 222 millones? Venga en unos días, cuando terminemos de remodelar números y nombres de las camisetas". ¿Y eso?, preguntaba yo inocente. "Es que algunos padres e hijos -prosiguió el comercial- han venido muy cabreados a que les devolvamos el dinero por alguna camiseta con el 11, ¿comprende usted?". Sí, sí, claro, le dije. Y entonces la tentación me abandonó, es decir, me desperté. Lástima que las otras tentaciones no sean sueños sino reales pesadillas. Vale.
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