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En los años del auge económico, reprodujimos en España la retórica de la sostenibilidad, que fue duramente contrarrestada por la realidad del nuevo desarrollismo. Además de que sólo se hacían obras nuevas, a la escasez de la rehabilitación energética y funcional de la vivienda se sumaba la ausencia de oferta de vivienda en alquiler. El afán tradicional por la construcción, -exacerbado por los gobiernos locales-, dejó una tupida alfombra de edificaciones ineficientes, inacabadas o sin vender, por todo el territorio nacional, que ha estigmatizado nuestro modelo de sociedad por la producción fuertemente subsidiaria del turismo y la sinrazón inmobiliaria, gentrificación y desahucios (el 56 % por impago de alquiler). A la vez, hay alerta por la burbuja del alquiler, frente a la etapa anterior, ahora explotamos de éxito en turismo insostenible (75,3 millones de turistas en 2016).
Sin entrar a fondo en los modelos sociales, climáticos y la riqueza de cada uno, los países escandinavos pueden presumir de impuestos altos y eficientes, altos estándares de educación, sanidad y bienestar. Los modelos urbanos son mucho más inteligentes y sostenibles en las comunidades del norte de Europa. Noruega es paradigmática en movilidad no contaminante, arquitectura baja en emisiones, respeto a la naturaleza y ciudades en vías de smart communities ligadas a las aspiraciones de sus ciudadanos.
Mientras España suspende en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, y ocupa el puesto ¡29! sobre 144 países en materia de género. Noruega ocupa el tercer lugar en la brecha de igualdad y una posición muy alta en sociedad digital; dos muestras de inteligencia en valores sociales y económicos.
En cambio, el Gobierno de España, sin acabar de digerir los efectos de la burbuja, de los costes de la tarifa eléctrica, con la "defunción" de las energías renovables, hundido el apoyo a la investigación, propone la Estrategia de Territorios Inteligentes; una retórica disruptiva, neutra, tecnológica, pasa a suplir evidentes carencias; entre otras, las del turismo masivo, que se ha demostrado insostenible. Según Ana Belén Sánchez, citando datos de OMT 2017[1], "se calcula que cada millón de turistas que recibe España consume y genera 11 millones de litros de combustible, 300 millones de litros de agua, 2 millones de kilos de alimento, 25 millones de kilos de CO2 y toneladas de residuos, que ensucian playas y valiosos ecosistemas marinos y terrestres". Por eso, produce escepticismo que la Secretaría de Estado para la Sociedad de la Información y la Agenda Digital proponga la Estrategia de Territorios Inteligentes que desarrolla el Plan Nacional de Ciudades Inteligentes 2015, "ampliando el concepto de smart city al turismo inteligente, las comunidades rurales inteligentes y los servicios públicos inteligentes o servicios públicos 4.0". El Proyecto nacional 2017-2019 define la ciudad inteligente como "una respuesta holística a las necesidades de la sociedad actual". El objetivo de la estrategia estatal es llevar el concepto de smart city a todo el territorio nacional y conformar una "España Inteligente". Algo que desmienten los datos de turismo y los de empleo, vivienda y renta.
En lugar de cambiar sólo los discursos, deberíamos cambiar también las políticas urbanas liberales.
El problema es que las ciudades españolas distan mucho de ser inteligentes. Acumulan muchas deudas y se han informalizado en su desarrollo urbanístico estilo hacker. La incipiente recuperación de la producción edificatoria ralentizada entre 2008 y 2016, las obras públicas de conservación y mejora de servicios sustanciales, las depuradoras, el agua, siguen siendo deficientes. En arquitectura, materias como la geotermia, la energía eólica, la ventilación mediante "pozos canadienses", la evapotranspiración, los suelos y pavimentos permeables anti-erosivos, son todavía asignaturas pendientes, o casos raros.
Las experiencia de Noruega (130 M€ en 8 años en el programa) acerca del ZEB Living LAB de Trondeheim, se quiere vincular con la de España, mediante la trayectoria de Santander smart city, extendiendo el modelo urbano a la vivienda eficiente a la ciudad, en línea con Solar Decathlon, Greencities, etc., y los programas de la R.E.C.I. (153 M € en el programa previsto).
El modelo noruego y el español difieren bastante. El programa de ZEB Living LAB de Trondheim (183.960 h, Noruega) podría adaptarse al de Smart Santander (178.466 h) en la Red Española de Ciudades Inteligentes, pero las similitudes y discrepancias son flagrantes entre Noruega (5.214.890h), Reino gobernado desde instituciones y organismos de investigación nacionales y España (46.478.102 h), con 17 autonomías, políticas descentralizadas, dispersa legislación ambiental, incoherencias en construcción, energías renovables o lucha contra el cambio climático.
Las diferencias de modelos sociales también son evidentes. Los noruegos investigan y conciben en Trondheim las viviendas de ciudades inteligentes, mediante rigurosos estudios antropológicos. En Santander, por el contrario, atienden más a la monitorización mediante sensores indicadores de los servicios urbanos; su plataforma es más tecnológica para la producción de BIG DATA; está más dirigida a ahorros de consumo y contadores inteligentes que a la calidad de vida ciudadana sostenible. De hecho, el PGOU de Santander está anulado por el Tribunal Supremo por proponer un aumento de población a 261.000 habitantes en 2024 (difícil de corroborar con datos que lo justifiquen), que supondría un incremento de 35.136 viviendas, lo que parece desproporcionado ante la pérdida de población o las tasas de crisis y desahucios que todavía sufre la ciudad.
En lugar de cambiar sólo los discursos, deberíamos cambiar también las políticas urbanas liberales. La clave no es transitar a toda prisa de lo "green a lo smart"... sino inventar estrategias innovadoras, reestructurando el arruinado y caduco modelo social español por uno de convivencia e igualdad, más parecido al actual de los países nórdicos.
[1] Organización Mundial de Turismo. Climate Change and Tourism. Frequently Asked Questions. 2017. Citado por Ana Belén Sánchez. Fundación Alternativas
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