Contra "la gran lejanía que es el mundo", uno se protege con pequeños lujos que nos convierten en quienes somos
Mientras llega y no la desconexión, la gente anda confusa con la boda de don Alberto Garzón, cuyo esplendor burgués no acaba de convencer a un cierto número de españoles, que quizá esperaban una ceremonia más austera, entre el agit-prop y la estética desinhibida y chic de Ibiza. Pero he aquí que don Alberto han acudido a la tradicional boda con chim-pum y barra libre, y la juventud revolucionaria ha entrado en sombrías cavilaciones que tal vez no presagien nada bueno. Con lo cual, si hace unos meses era el señor Garzón quien se acogía a aquel lema desconcertante: "¡No nos representan!"; hoy debemos decir que don Alberto sí representa el sueño del español medio, y esa costosa holganza del casorio por todo lo alto, con música hasta el amanecer y destilados a manta.
Uno entiende que, para cierta juventud libertaria, la boda de don Alberto significa una traición a sus ideales un poco frívolos e incongruentes. Para esta juventud, Garzón se ha casado como aquellos burgueses que caricaturizó Balzac, y que gastaban bisoñé y leontina. Sin embargo, con esta boda, Garzón no hace sino cumplir con la revolución burguesa. Y dentro de este viejo ideal, con una idea de lo cursi que Ortega y Gómez de la Serna resumieron con extraordinaria agudeza: "Lo cursi abriga". Es decir, que lo cursi es ese breve archipiélago de lujos que conforman una vida y le dan una intimidad, un calor, una personalidad, que por sí misma no tiene. Piensen, por ejemplo, en las porcelanas de antaño, delicadamente cursis. Pero piensen también en esa exhibición de chaqués y escotes que convierte las bodas en una versión posmoderna, y un poco ajada, de La ronda nocturna de Rembrandt. En otra hora de España, lo revolucionario era la mera subsistencia. Hoy, sin embargo, es esa coraza de accesorios y fruslerías la que proporciona un ideal (un ideal laborioso y modesto, amén de cursi) a buena parte de los españoles.
Contra "la gran lejanía que es el mundo" (otra vez Ortega), uno se protege con pequeños lujos que nos convierten, al cabo, en quienes somos. Esto no quiere decir, en ningún caso, que el look alternativo, tipo Anna Gabriel, no sea cursi. Al contrario. Sólo significa que la cursilería de don Alberto es una cursilería adulta, que incluye el colesterol y la hipoteca. La cursilería de Puigdemont, pongamos por caso, es de otra naturaleza: consiste en peinarse como un Beatle y pensar como un trovador de pueblo. La cursilería Kim Jong-un, mozo torvo y levantisco, tiene forma de cohete.
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