TRIBUNA
Turismo sí, pero además qué |
En los últimos tiempos se ha abierto un sostenido debate, crítica, reflexión sobre el turismo. El tipo y modalidad de turismo. Su integración en las sociedades actuales. El peso real del sector económico que representa. El tipo de trabajo que genera. Su impacto verdadero en lo económico, pero también en lo social y, sobre todo, en lo medioambiental. ¿Hacia dónde queremos ir si es que realmente tenemos conciencia de querer ir, o necesitar ir, hacia algún lugar? Es una pregunta que en España, tanto los gobiernos centrales como autonómicos y locales deberían plantearse. Qué modelo de turismo sostenible y optimizado queremos y, sobre todo, podemos permitírnoslo sin romper pautas, costumbres, roles y comportamientos sociológicos.
Estaríamos en un grave error si lo único que nos importa es batir año tras año el récord de turistas que vienen a nuestro país. Tras Francia, nuestro país se está convirtiendo en una meca numérica de turistas. Este se año se prevé que la cifra alcanzará los 84 millones. Semejante cifra, extraordinaria sin duda, arroja otra de no menor importancia: la de los ingresos que se perciben. Ello nos lleva también a plantearnos si el gasto público, más que el privado, es óptimo, eficiente y realmente útil. ¿Estamos todos los gobiernos en España alineados en la misma dirección? ¿Queremos y anhelamos los mismos retos y objetivos en materia de turismo o sólo vemos esas cifras amén de las correspondientes imposiciones o tasas fiscales con que algunos ayuntamientos tratan de hacer frente a la debacle que supuso la crisis económica gravando con una tasa diaria a los turistas? ¿Están alineados todos los sectores, asociaciones, clústeres, redes hoteleras, agencias de viaje, etc., con un mismo objetivo de turismo?
La gallina de los huevos de oro puede que un día deje de ser ponedora. Estirar sin planificar, tratar de hacer negocio a toda costa sin reinventarse ni adaptar las redes y estructuras a un tamaño sostenible de turistas, pero sobre todo, de calidad a ese turismo, amén de turismo de calidad, tiene un inmenso riesgo; a saber: saturar, cansar, rebajar las prestaciones y servicios a quienes ansían descanso, cultura, gastronomía, sol y playa, así como grandes periodos vacacionales asociados a la jubilación de los europeos del norte.
No toda España es objetivo ni deseo de ese turismo masivo. No todas las regiones presentan para los turistas igual atractivo. La inmensa mayoría, no nos engañemos, es de sol y playa, y mucho de él, a costes económicos baratos. Pero ese turismo de sol y playa no es bueno per se. Su masificación, su descontrol es el que puede generar graves problemas de civismo o ciudadanía, pero también de plazas hoteleras o de pisos de alquiler, y los hoy renombrados como turísticos y las nuevas empresas tecnológicas que inundan las costas de pisos. Se trata de una cuestión de calidad, de servicios óptimos, de satisfacción del turista, en el que la regulación, la legalidad, el control, la calidad y la supervisión pública, la seriedad deben ser bandera para que ese turismo vuelva, repita o se expanda. El turista quiere y reclama seguridad, jurídica, legal, económica, urbana, social y personal. Pero no podemos negar, como ya estamos viendo, los problemas medioambientales que presentan. Restricciones diarias de agua ante un consumo exponencial y multiplicador durante dos o tres meses, luz eléctrica y aires acondicionados, cuidado de parques y jardines, etcétera.
El último Gobierno socialista planteó con la Ley de Economía Sostenible un cambio de modelo productivo. Aquella España volcada en la construcción y el turismo debería aspirar a crear, consolidar, expandir nuevos ecosistemas económicos, en los que la digitalización, la innovación, el talento deberían abrir nuevos sectores frente a los viejos, algunos de ellos excesivamente maduros y frecuentemente deslocalizados. De aquel input queda poco. Se innova lo justo, más de lo que se patenta, eso es cierto, pero apostarlo todo a una incierta todavía industria 4.0, la era de la digitalización total y la robotización sin realizar la oportuna y exigible pedagogía así como cambio de modelo en cada una de nuestras empresas que sean proclives a la misma no conduce a ningún puerto.
Estamos en puertas de una nueva burbuja inmobiliaria, ya sea por construcción o por el alquiler y sus costes cada vez más elevados. Diez años después de empezar la crisis, España sigue basculando entre la construcción y el turismo. Así somos, impenitentes al desaliento de tropezar cuantas veces haga falta en la misma piedra. Pero reinventemos este sector, el del turismo, el que abre una brecha significativa en nuestro PIB ( 11%), pero que de tanto ir el cántaro a la fuente puede quebrar del todo.
No pretendamos extraer todos réditos de todo lo que significa el turismo. Una cosa es que la bella Florencia duplique el precio de entrada a los museos de los Uffici para evitar las inmensas colas y otras es que cada Ayuntamiento de este país exija tasas y tasas al turismo. Y la más preocupante. Lo laboral. No es cierto que éste sea país de camareros como algunos peyorativamente sostienen. Pero sí está asociado a este sector la precariedad, la temporalidad y los sueldos bajos. El estacionamiento del trabajo a algunos meses debería hacernos reflexionar. Un país que lo fía todo a un único sector y un solo modelo, está condenado al fracaso
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