- Las numerosas civilizaciones que han pasado por Almuñécar han dejado una huella en la memoria de esta ciudad milenaria
- En época romana se le llamó Firmum Iulium Sexi
Un paraíso en la Costa Tropical |
Almuñécar quizá sea la villa más cosmopolita de la Costa Tropical. Su enclave entre las sierras granadinas, su rica y fértil vega a la orilla del Mediterráneo y un clima templado de suaves temperaturas durante todo el año han propiciado una urbe realmente privilegiada. Las numerosas civilizaciones que han pasado por esta tierra han dejado una huella indeleble en la memoria de esta ciudad milenaria.
Llamada Ex por sus primeros colonizadores, los fenicios, establecieron un próspero y lucrativo puerto comerciando con el resto del mundo conocido. En época romana se le llama Firmum Iulium Sexi, colonia romana que exportaba salazones de pescado y la famosa salsa garum para la Roma Imperial. De su pasado fenicio-púnico dan fe la Necrópolis Laurita y la del Puente de Noy, mientras de la Sexi romana se conservan monumentos como el imponente Acueducto, los Columbarios de La Torre del Monje y La Albina, la Factoría de Salazones en el Parque del Majuelo o la misteriosa Cueva de Siete Palacios, sede del Museo Arqueológico.
El desembarco de Abderramán I (el emigrado) en sus playas fue un hito en el comienzo de una nueva dinastía, la Omeya, y nueva época musulmana en Al-Ándalus. De ella se puede disfrutar el paseo tranquilo por el casco antiguo y sus calles estrechas y encaladas de marcado estilo andalusí hasta llegar al Castillo de San Miguel, que recuerda los casi 800 años de presencia árabe en estas tierras. En el mismo casco antiguo se encuentra la Cueva Siete Palacios, un mágico lugar en honor a Minerva construida en un templo en cuyo sótano se encuentra el actual sede del Museo Arqueológico con piezas tan importantes como un bellísimo vaso egipcio de la época del faraón Apofis I del S. XVII a.C.
Los cristianos edificarían la Iglesia de La Encarnación; el Pilar de la Calle Real, obra inspirada en estilo renacentista propio de la época; el Palacete de La Najarra, de estilo neo-árabe inspirado en la tradición de casa-jardín árabe donde actualmente se ubica la Oficina de Turismo. La Almuñécar de hoy es un claro ejemplo de villa mediterránea que ha sabido conjugar con verdadero acierto su patrimonio histórico-cultural con la demanda de espacios públicos de esparcimiento y diversión.
El Parque del Majuelo es un claro ejemplo de simbiosis de lo antiguo con lo moderno, de jardines exóticos a la diversión a través de la cultura. Son famosos los festivales que se organizan a lo largo del año en un escenario tan espectacular. La villa posee un acuario donde se pueden disfrutar de las especies marinas del mar de Alborán, en un recorrido interesante y didáctico que incluye un túnel oceánico con tiburones. Loro Sexi es otro de esos espacios donde grandes y pequeños pueden divertirse con una gran variedad de pájaros exóticos y algún que otro mamífero. El museo de los Bonsáis tiene entre sus reliquias un pino negro de 140 años, un tejo de más de 300 y un sin fin de pequeñas obras de arte vivas donde la paciencia no tiene fin.
El Parque del Mediterráneo es un terreno de 38.000 metros cuadrados de superficie situado en la zona de Taramay en la franja costera que va entre las playas de Calabajío y El Pozuelo. Consta de gran cantidad de plantas y senderos juntos al litoral. El mirador de los Peñones del Santo es otro de los lugares que se visitan con unas vistas impresionantes a las dos playas que lo franquean: San Cristóbal y Puerta del Mar.
Cuenta la leyenda que cierto día llegó a Sexi un cónsul de la poderosa Roma que se dirigía a Málaga para supervisar el gran teatro que se estaba construyendo por orden del César Augusto, pero a causa de una tempestad hizo que la trirreme buscara refugio en el puerto de Sexi.
Una vez desembarcado Cornelio, el cónsul, fue agasajado por las autoridades de la ciudad sexitana que conocedores del buen paladar del romano organizaron una comida para obtener el favor de tan alto personaje.
Lo que desconocían las autoridades de la villa era el mal genio que portaba éste cuando no eran de su agrado las viandas presentadas. Acostumbrado a las delicatessen como el pescado de Pesino, los dátiles de Egipto, los Cabritillos de Ambrosía, las ostras de Tarento, podría hacer crucificar al cocinero que no estuviera a la altura.
Las autoridades locales iniciaron por toda Sexi la búsqueda de un cocinero que se atreviera a preparar los manjares al cónsul presentándose una difícil solución ya que los más afamados de la costa renunciaron a tal honor por temor a las represalias. Al patroni Plinius le tocó encargarse de organizar el banquete y las fuerzas empezaron a fallarle al no tener solucionado el menú que iba a dispensarse en la comida. En un momento de desesperación, le contó a su mujer la situación tan delicada en la que se encontraba y Cornelia, persona de recursos y muy inteligente, buscó una solución para sacar a su marido del farragoso trance en el que se encontraba.
Tras una ardua tarea otorgó el privilegio de ser cocinero a Demetrius, un esclavo del norte de Hispania que trabajaba para ellos en la fabrica de salazones. ¿Qué iban a perder si no era del agrado la comida al cónsul?, que le cortaran la cabeza a un mísero esclavo que además era un poco revoltoso y difícil de manejar. "Mejor él que tú", le dijo Cornelia a su marido. Y así fue como a Demetrius fue sacado de la fábrica, lo vistieron con ropa decente y lo pusieron al frente de los fogones de la casa donde se iba a celebrar el banquete.
No se manejaba mal el esclavo entre cuencos y cacharros de cocina ya que, al parecer, cuando era libre fue el encargado de elaborar la comida para todos los guerreros, teniendo un don especial a la hora de preparar los platos. Para mayor atención al evento decidieron que todo fuera supervisado por Cornelia con el fin de que Demetrius no metiera la pata en algunos de los platos preparados para tal ocasión.
Tras un relajante baño en las termas de Cotobro, el cónsul llegó al comedor con un hambre de lobo. Para abrir boca le presentaron de entrada un moretum, un queso especiado muy apreciado por los romanos acompañado con pan tostado, realmente delicioso y excelente como entrante.
Siguieron al menú, un pavo en salsa de manzana con guarnición de cebolla caramelizada y melocotón, codornices en salsa de mostaza y buñuelos de gambas, calamar aderezado con raíz de láser, una especie que a los romanos les encantaba.
Al llegar a estos platos principales, el cónsul se encontraba muy satisfecho con lo degustado y quiso conocer al cocinero en persona. Cornelia, que no esperaba aquello y con mil excusas, intentó disuadir al cónsul de su propósito sin conseguirlo.
Entró en la cocina para advertir a Demetrius aconsejándole que no hiciera ninguna tontería de las suyas por que iba su cuello en ello. Demetrius se compuso la ropa y entró donde estaba el cónsul y ¡cual fue su sorpresa! cuando reconoció al instigador que provocó el ataque y destrucción de su tribu tiempo atrás. Las malas ideas penetraron en su mente como un clavo ardiendo, pero ante la mirada del centurión que escoltaba al cónsul, se contuvo y siguió la farsa dejándose agasajar con las alabanzas del cónsul.
Seguidamente, regresó a la cocina hecho una furia clamando venganza para sus adentros.
-Ama, tendríamos que sacar el pescado para el cónsul, dijo Demetrius cocinando su venganza.
-Claro, este es el ultimo plato, ¡que lo lleven ya las sirvientas!
-Ama, mientras se sirve en la mesa, yo haré una salsa especial en honor al cónsul.
-¡Muy bien Demetrius, te estás ganando una buena recompensa!
Cuando todos salieron de la cocina, Demetrius cogió todas las vísceras y sangre de varios pescados que estaban en un estado de putrefacción avanzado, después los mezcló con ceniza del fogón y no contento con la repugnante salsa, añadió vinagre y aceite con granos de pimienta y unos cuantos elementos nauseabundos que no me atrevo a contar. Todo ello lo maceró a fuego lento con unos tallos de romero para que el olor de la especie disimulara el ungüento macabro. Y para terminar la mezcla, echó unas gotas de mandrágora sumamente venenosa con sus más sinceros deseos de envenenar al cónsul.
Tras finalizar su 'potingue', se ocultó para observar la reacción del cónsul cuando se llevaba un trozo de atún bien untado de aquella nauseabunda salsa a la boca.
-"¡Mi venganza está servida!", dijo para sus adentros.
Al principio, el cónsul se extrañó del sabor de aquella salsa, pero después la saboreó con gusto y le agradó enormemente, hasta tal punto que repitió del plato varias veces. La salsa fue un éxito de magnitudes impensables. Esa misma noche, el cónsul yació con varias esclavas y por la mañana, con el mástil aún en pase de revista, mandó que Demetrius se presentase ante su presencia.
-Demetrius, vendrás a Roma como un hombre libre y allí te haré rico con tu famosa salsa.
Cuenta la leyenda que a la salsa se la llamo Garum y fue famosa en todo el Imperio Romano teniendo factorías en distintas provincias del Mediterráneo y llegando a pagar por ella precios astronómicos.
Como dijo el filósofo, de gustibus non est disputandum, sobre gustos no hay nada escrito.
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