-Annobón aborda un personaje, Restituto Castilla, que podría haber pasado al recuerdo popular por su dramática vida y, sin embargo, ha tenido que ser rescatado del olvido por usted. ¿Por qué no ha pasado a la historia?
-El personaje de Restituto Castilla es real casi totalmente en esta novela y su contrapunto, el abogado capitán Pedraza, es ficción en su mayor parte. La historia de España está llena de personajes olvidados de los que un historiador no puede hacerse cargo. Es como detenerse en la pequeña pieza de un puzle que puede desenfocar la visión general. Esos personajes son los que me gusta rescatar. En este caso si tenemos en cuenta que la etapa colonial de Guinea está casi enterrada en el olvido, quizá por vergüenza o por mala conciencia, no resulta extraño que las pequeñas historias estén más olvidadas aún.
-¿Cómo eran las condiciones de aquella vida en la remota Annobón para que se desatara la acción de Restituto Castilla?
-Era una isla con unas condiciones particulares dentro de la particularidad de la Guinea Española. Hay que ponerse en el contexto: un espacio pequeño, 17 kilómetros cuadrados, aislamiento, condiciones de salud precarias, únicamente cuatro europeos mal avenidos y mucho tiempo para pensar. Eso puede acabar en una vida mística o en la locura. A Castilla le ocurrió lo segundo.
-¿Está todo relacionado con el intento de un magnicidio contra Franco por parte del capitán Pedraza?
-Pedraza tiene convicciones ideológicas firmes y termina siendo víctima de ellas. También sufre esa locura transitoria aunque el motivo fue la obsesión enfermiza por una mujer. Fue utilizado por la maquinaria propagandística del Movimiento y convertido en chivo expiatorio. Lamentablemente, experiencias como la de Pedraza no fueron únicas. Hubo muchos atentados contra Franco, como contra casi todos los dictadores importantes de la historia, pero detrás de cada atentado real suele haber otro inventado.
-¿De qué manera se vive en una familia con estos recuerdos que marcan a varias generaciones?
-Es difícil generalizar. Cada uno cuenta los dramas familiares según los haya vivido. En este caso, las hijas de Castilla y Pedraza son las verdaderas perdedoras y cuentan la historia como la recuerdan, posiblemente de forma distinta a como sucedieron, porque eran niñas. Las guerras, las separaciones, los dramas familiares, suelen prolongarse durante varias generaciones y siempre hay gente que queda marcada, aunque no lo haya vivido directamente. En España hay muchos dramas derivados de la guerra que se han enquistado como fantasmas. Son cicatrices que no se curan a golpe de decretos.
-¿Tendemos a idealizar a nuestros antepasados?
-Sí, hay cierta tendencia a hacerlo. Idealizamos la infancia, idealizamos la juventud. Suele haber cierta disposición a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. En mi opinión, hay pocas cosas que envidiar del pasado. Pero es importante conocerlo y dárselo a conocer a las siguientes generaciones, porque el desconocimiento del pasado trae consecuencias perversas. El pasado de un país y el pasado familiar.
-¿Estamos hablando de que se puede ser héroe (o noble) y cobarde (o mezquino) a la vez?
-Quizá no a la vez, pero sí se puede pasar de una cosa a la otra sin transición. Entre la cobardía y la heroicidad a veces hay apenas una delgada línea. Es lo que trato de contar en Annobón. Las buenas intenciones no pueden absolver a una persona de sus errores o de sus delitos. Si alguien pretende llevar la cultura y el progreso a la sociedad y termina siendo un tirano no se puede justificar con que sus intenciones eran buenas, como le ocurrió al sargento Castilla.
-¿Qué lecciones nos darían los protagonistas de su novela?
-Prefiero que cada lector haga su interpretación. No me gustan las novelas con moralina. Los hechos que se cuentan aparecen con dos interpretaciones distintas y cada lector, si quiere, hará su propia lectura. En algunos momentos me planteé la novela como fotografías sin texto
-¿Escribir también literatura juvenil le hace sentir más ágil narrativamente?
-Una de mis obsesiones desde siempre es buscar la naturalidad en la expresión y la sencillez en el estilo. Me ha llevado muchos años. La clave es podar continuamente la frase y el párrafo. Ese ejercicio es una obligación cuando escribo para jóvenes, para eliminar el preciosismo y amaneramiento literario.
-¿Sobrevaloramos las metáforas y los adjetivos?
-Creo en ambos. Los recursos tienen su época y su momento. Cuando leo a un autor del siglo XIX no me horrorizo por su estilo, pero en un autor contemporáneo me produce rechazo.
-¿Han cambiado todas las reglas de la literatura?
-Ha cambiado todo: las reglas, los soportes, las expectativas. La literatura debe ser algo vivo y evolucionar. El anquilosamiento produce desánimo y desafección en los lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario