TRIBUNA
La solución al problema catalán estriba en la defensa de las ideas ilustradas: no hay consenso posible ni acuerdo con el tribalismo
La razón, el poder y la violencia |
Tres escenarios hipotéticos dominan el horizonte catalán. El primero de ellos es uno en el que prevalece la razón. No hay contrato social sin respecto al otro. Ni democracia sin fraternidad. Toda comunidad política debe levantarse sobre un principio racional básico: existe un mínimo común de principios de convivencia que no pueden ser rechazados. Ni por democracia directa o indirecta. Ningún derecho me avala a decidir sobre la condición sexual, religiosa o identitaria de mis vecinos. Tampoco sobre la ausencia de alguna de estas tres condiciones. La libertad de uno acaba donde empieza la del otro. No es posible sentirse catalán si para ello he de prohibir a mi vecino sentirse español. La solución al problema catalán estriba, entonces, en la defensa de las ideas ilustradas: no hay consenso posible ni acuerdo con el tribalismo. De la misma forma que se derrota a la brujería y a la magia, se derrota al nacionalismo, que no es más que un atavismo. Se trata de una lucha de ideas y hay que ganarla por medio de buenos argumentos. Entiendo que es éste el mejor de los escenarios. Aludo a la razón porque este escenario conlleva justificaciones de tipo teórico. En él no vale la apelación a los sentimientos que son tan variados y subjetivos como los colores. Y el número, tampoco. El hecho de que Suiza apruebe mayoritariamente la homeopatía no la convierta en verdadera.
El segundo de los escenarios es el del poder. No se trata de una cuestión de civilización o barbarie, sino de la gestión del poder. Los independentistas tienen fuerza: una mitad de sus ciudadanos los apoya. No queda otra que negociar. Pese a que pueda o no ser un chantaje, la cosa es que tenemos un serio problema. El hecho de que el aumento de la xenofobia en Europa se construya sobre falsedades no anula su expansión. El plano es muy distinto ahora que el anterior. De lo que se trata ahora es salir del hoyo en el que nos hemos metido. Este escenario nos conduce a una reforma de la Constitución que refuerce las competencias del Estado catalán. Aquí existen dos perdedores -andaluces y extremeños, por un lado, y el Estado, por el otro-, pues nada impide que dentro de unos cuantos años los independentistas vuelvan a pedir más. Así, hasta ser independientes. No obstante, esta vía no deja de ser una salida, al menos, momentánea. En este grupo encuentro dos grupos diferenciados: los resignados y los excitados. Los primeros señalan que, aunque sea un fracaso, siempre es mejor vía que la violencia. Los segundos forman parte de lo que podríamos denominar la izquierda antropológica. Empleo este seudónimo porque a sus defensores les sucede lo que a los pioneros de la antropología: minusvaloraban la variabilidad dentro de las tribus que estudiaban y magnificaban las diferencias con el resto de las tribus vecinas. Los catalanes no son individuos que nacen y viven en Cataluña, son un pueblo subyugado que reclama su mayoría de edad. Son idénticos entre sí y diferentes al resto. España no es un espacio de convivencia, es un conjunto de pueblos. Los catalanes son una nación en busca de un Estado o, más bien, un Estado incompleto al que las cesiones ya no le parecen suficientes. Y que además ha tratado en las últimas décadas de construir un pueblo.
Podemos, cuyos cuadros han sido formados en una visión populista, antiimperialista e izquierdista, se halla, digamos a falta de mejores vocablos, bajo esta empanada mental. No hay nada más alejado del nacionalismo que ser de izquierdas. El nacionalismo y el socialismo son un oxímoron. Considerar que Europa es una Europa de unos pueblos que han de reverdecer bajo el yugo de los estados nación es una idea antiilustrada. La independencia catalana dejaría fuera del principio de igualdad y de redistribución a todos aquellos que no son catalanes (v.gr. andaluces). Si Podemos sigue confiando en Vicenç Navarro y Juan Carlos Monedero como principales teóricos, su futuro se va a complicar mucho. Son caballos desbocados capaces de todo por derrocar a la derecha franquista española -es decir, PP+PSOE+ Ciudadanos- y todo partido (o fracción de partido) que le lleve la contraria.
El tercero de los escenarios es el de la violencia y el de la represión. Aquel donde predomina la fuerza bruta. Pese a que sólo puede haber un ganador de la contienda, los dos bandos perderían. La vertiente patriótica constitucionalista, la democracia de los ciudadanos y no de los pueblos, ha de actuar con enorme cuidado en este aspecto dado que no sólo posee la fuerza de la razón sino la razón de la fuerza. Debe evitar siempre el uso de esta última. Aún podemos ganar por la acción de las palabras.
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