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Pese a tanto GPS, móviles y demás tecnologías nunca estuvimos más perdidos. Y lo estamos por empeñarnos en mirar donde no hay nada. Fabricamos entornos virtuales de agradable visión en los que vendemos todo tipo de ideas y productos. Volamos a su alrededor como polillas deslumbradas sin encontrar alimento ninguno.
La verdad es que la noche sigue siendo terriblemente oscura pese al espejismo que la pequeña mariposa nocturna encuentra en la bombilla. Pero, qué placer rodearse de tanta información, ruido, imágenes... pareciera que no estamos solos, que por fin hemos encontrado la fuente de la abundancia.
Los neones y pantallas encubren una dura realidad: la gente pasa necesidad. Tiene hambre de sentido, valores, esperanza, trascendencia, belleza y bondad. Palabras que pertenecen a la esfera no material del ser humano y que hoy no están de moda pese a ser necesidades esenciales.
La carestía es tan grande que produce sufrimiento y enfermedad. Lo hace en niños y ancianos, en mujeres y hombres de todas las edades. La gente se siente sola, desesperanzada, agobiada, triste o enfadada. Intuyen que les falta algo importante pero se desesperan por no saber qué es. Olvidaron que necesitan beber un agua que sacie de verdad esa sed tan profunda. Olvidaron que el pozo está en su propio corazón.
Los profesionales de la salud sostenemos a diario el dolor y la angustia de muchos que acuden intoxicados de ruido, fracasados en anestesiar sus profundas necesidades.
Las viejas narrativas y mapas que hablaban del camino que conduce a esa fuente se olvidaron. La sociedad se acostumbró a calmar la sed con sucedáneos y pastillas. Pero si miramos de cerca los sueños y anhelos veremos claramente que casi todo el mundo pasa hambre. Y nadie habla de ello.
Los profesionales de la salud sostenemos a diario el dolor y la angustia de muchos que acuden intoxicados de ruido, fracasados en anestesiar sus profundas necesidades. "Deme algo más fuerte que me haga dormir, que me calme los nervios, que me haga olvidar la cárcel donde vivo...", yo les miro con completa atención, entendiendo la enorme magnitud de tanto sufrimiento.
No es sencillo explicar a una deslumbrada mariposa que la bombilla es una trampa, que se está abrasando viva por acercarse a un objetivo equivocado. No es fácil porque es la sociedad entera la que está ardiendo y con ella sus instituciones, bosques y relaciones personales. Si yo mismo estoy en llamas, ¿cómo seré capaz de aliviar la quemadura ajena?
Pese a todo, siempre acaba lloviendo. Si nos diéramos cuenta de que ese agua que viene del cielo es sencillamente magnífica, tal vez pudiéramos animarnos a hacer lo mismo con nosotros: permitir que llueva por dentro. Calmar fuegos y sequías interiores con un buen chaparrón de belleza, sentido y buena compañía. Bailar bajo una lluvia generosa de belleza, transcendencia y bondad.
Por que esta agua necesaria pertenece a la vida y forma parte indisoluble de cada uno de nosotros. Tan solo hay que tomar consciencia de que debe fluir y permitir su curso sin interponer diques o barreras. Algo tan sencillo apagaría mucho sufrimiento en nosotros mismos y en todos los demás. Merece la pena atreverse, luego olerá a tierra mojada y sonreiremos al saber que somos muy afortunados.
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