Por Amy Webb
A la pregunta "¿qué deseas para tu hijo?", la respuesta de muchos padres suele ser: "Quiero que mi hijo sea feliz", "Quiero que sea amable con los demás" o "Quiero que tenga una buena vida".
Es posible que muchos de nosotros hayamos dicho alguna de estas frases. Pero ¿y si todos esos ideales están relacionados unos con otros? ¿Y si el simple hecho de ser amable es el que hará que nuestros hijos sean felices y tengan una buena vida?
Cada vez más investigadores se centran en estudiar la forma en la que podemos educar a los niños para que sean amables y compasivos. Los resultados de la investigación pueden ayudar a muchos padres a darles a nuestros hijos "una buena vida".
Los niños son compasivos por naturaleza
¿Recuerdas la primera vez que tu hijo se puso nervioso porque otro niño estaba llorando? En ese momento es probable que te emocionaras pensando que esa pequeña persona tenía la capacidad de empatizar. En realidad, todos los niños son empáticos por naturaleza.
Se llevó a cabo un estudio en el que varios bebés a partir de los 6 meses de edad debían elegir un muñeco, y la mayoría elegían jugar con el muñeco que era amable y ayudaba a los demás muñecos. Es parte de la naturaleza humana sentirse atraído por las personas amables y tratar de ayudar a los demás.
La importancia de las influencias externas
Si los niños son amables por naturaleza, ¿por qué está tan presente el acoso en los colegios? Parece ser que los niños crecen, y que las influencias externas empiezan a afectarles.
Aunque seamos amables y nos preocupemos por los sentimientos de los demás (al menos hasta cierto punto), estas habilidades emocionales han de seguir practicándose si queremos que sigan desarrollándose en la adultez.
Con el tiempo, si las habilidades socio-emocionales (como la amabilidad) no se fomentan o se refuerzan mediante la práctica, los niños pueden acabar burlándose o acosando a otros niños.
Una investigación realizada por Harvard en su proyecto Making Caring Common entrevistó a miles de estudiantes de colegios e institutos y reveló, a grandes rasgos, el porqué.
Uno de los descubrimientos más llamativos fue que la mayoría de adolescentes (un 80%) sitúan los logros (académicos o atléticos) y la felicidad que les genera preocuparse por los demás (20%) como dos de sus principales prioridades. Asimismo, hicieron un ranking de valores concretos, y los estudiantes situaron el trabajo duro por encima de la justicia y la amabilidad.
Y aunque la mayoría de los padres digan que valoran que sus hijos sean amables, la mayoría de los niños piensan que sus progenitores valoran los logros antes mencionados. Esto es lo que los científicos denominan "brecha retórica/realidad". En otras palabras, los padres hablan mucho sobre amabilidad, pero a la hora de la verdad no se esfuerzan tanto en ponerla en práctica.
Como padres, aseguramos que queremos que nuestros niños sean amables, pero no estamos sirviendo de ejemplo, ni reforzando este valor en nuestro día a día. Con el tiempo, si las habilidades socio-emocionales (como la amabilidad) no se fomentan o se refuerzan mediante la práctica, los niños pueden acabar burlándose o acosando a otros niños, como vemos tan a menudo.
Ser un ejemplo
Lo bueno es que esta situación tiene solución. La investigación y los ejemplos de la vida real demuestran que si los niños ven ejemplos de amabilidad y empatía todos los días, es muy probable que adopten esta actitud en el colegio y en adelante.
Hay que empezar muy pronto a enseñar la habilidad de la empatía. La investigación indica que si los padres emplean un lenguaje más descriptivo para explicar cómo pueden estar sintiéndose otras personas, hasta los más pequeños pueden aprender a ponerse en el lugar de los demás.
Y en eso se basa la empatía: ser capaz de ver la situación desde la perspectiva de otra persona. Si los niños son muy pequeños, su cerebro no está suficientemente desarrollado para conseguir esto hasta los 4 años, pero siempre resulta útil hablar de los sentimientos de los demás.
Cuando los niños crecen, aumentan las oportunidades para desarrollar este valor. Aquellos niños que en los colegios cuentan con programas de aprendizaje social y emocional tienen más probabilidades de continuar en ese camino y no caer en el egoísmo, que es el patrón típico de comportamiento.
El camino hacia la felicidad comienza por la amabilidad y la empatía, y no solo por el éxito y los logros.
Este tipo de programas ayuda a los niños a modelar su pensamiento con sus compañeros y a centrarse en las ventajas de la compasión. Cuando son más pequeños, es frecuente que los niños reciban una recompensa por comportarse adecuadamente (una pegatina, una chuchería, etc.), pero el objetivo es reforzar este valor a fin de que se convierta en un hábito.
La amabilidad conduce a la felicidad
Como padres, sabemos por experiencia que en la vida real, la amabilidad y la felicidad están estrechamente relacionadas. Sin embargo, los niños no tienen la experiencia suficiente como para darse cuenta de esto. Su mundo gira en torno a los amigos y el colegio y, a menudo, la venganza parece la mejor opción cuando otro niño se ha metido con ellos. Cuanto mejor les expliquemos los beneficios de la amabilidad, más familiarizados estarán con esta dinámica.
La investigación también corrobora este aspecto. Varios estudios han mostrado que incluso en los colegios, aquellas personas amables son más populares, más felices y no tienen tendencia a ser acosadas.
Es estupendo que queramos que nuestros hijos sean felices y tengan una buena vida. Lo que la ciencia (y la experiencia) nos ayudan a entender es que el camino hacia la felicidad comienza por la amabilidad y la empatía, y no solo por el éxito y los logros.
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