martes, 13 de marzo de 2018

Feminismo e ideología elhuffingtonpost

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Manifestación del 8M en Málag

En los últimos días escucho con frecuencia reprobaciones de asombro y sorpresa ante la supuesta torpeza del Partido Popular a la hora de enfrentar la movilización feminista que culminó el 8 de marzo. Con lo fácil que les hubiera resultado apoyar la reivindicación igualitaria, se aduce, más aún cuando el éxito de las manifestaciones convocadas resultaba más que previsible. Qué incapacidad para entender los signos de esta sociedad, para empatizar con la vida de tantas mujeres o, cuanto menos, para elegir la estrategia más favorable, precisamente, en el momento en que la brecha que les aleja de su potencial electorado se agranda cada vez más.
Torpes fueron, en efecto, las declaraciones de muchos líderes y lideresas, torpe fue el argumentario que consideró la convocatoria del 8M elitista e ideológica, y torpes han sido las sobrevenidas rectificacionesex post facto, lazo morado en la pechera. Y, sin embargo, me resisto a reducir tal sucesión de acontecimientos a una cuestión de impericia. Creo que tanto su ineptitud a la hora de interpretar el significado profundo de este acontecimiento social como el sentido del argumentario que eligieron propagar, son una consecuencia lógica de su ideología.
No se necesita un carné para militar en la causa que visibilizó el 8M
El liberalismo político, en su formulación más clásica y rudimentaria, hace descansar en el individuo la responsabilidad íntegra de su destino. Los éxitos y los fracasos, el bienestar o la precariedad de cada uno dependerían, en último término, de las decisiones de cada individuo en el ejercicio de su libertad. Cuando Cifuentes y García Tejerina defienden la huelga a la japonesa, cuando Cospedal alega la igual cobertura jurídica de hombres y mujeres, o cuando Dolores Montserrat argumenta que trabajar el 8M también significaba luchar por la igualdad, en realidad están queriendo expresar lo siguiente: que en el marco histórico político actual, cualquier mujer, si lo intenta y elige los medios adecuados, alcanzará los mismos logros y reconocimientos que los hombres, al igual que ellas mismas.
Frente al carácter absoluto del individuo y sus decisiones, la tradición socialista considera que la libertad individual está determinada por estructuras sociales, económicas y culturales. Dicho de otro modo, el individuo no es todo lo libre que le reconocen sus derechos, si no se dan las condiciones para que pueda ejercerlos sin restricciones materiales. No en vano, esta familia política es coetánea al nacimiento de la sociología, que considera que hay "hechos sociales" (Émile Durkheim) que no se explican por la suma de las decisiones individuales, sino que dependen del modo en que la sociedad se organiza. De la confrontación entre la cosmovisión liberal (que, en último término, reduce la condición social a la virtud ética) y la socialista (que acude a la sociología para explicarla) da cuenta la famosa sentencia de Margaret Thatcher "no existe una cosa tal como la sociedad".
Es comprensible que la derecha liberal-conservadora se sienta incómoda y no encuentre su encaje: lo que parecía una protesta sectorial puede significar el derrumbe de su entera comprensión del mundo
La singularidad específica de la huelga del 8 de marzo ha estribado, precisamente, en su objetivo estructural. No se denunciaba solamente la pervivencia de estereotipos de género que reproducen roles sociales desigualitarios; no se animaba solamente a las mujeres individuales a empoderarse frente a las situaciones cotidianas de dominación; no se reivindicaba solamente la ruptura del techo de cristal y de la brecha salarial en el ámbito laboral; como tampoco se denunciaba solamente la insuficiente protección ante la violencia de esos hombres capaces de llevar su machismo al crimen.
Lo que este 8M ha logrado visibilizar es la estructura que unifica esos y otros epifenómenos de la discriminación: la de una sociedad y un modelo de producción que, para seguir generando valor, necesitan que parte del trabajo que generan no sea remunerado; la de un Estado que basa su sostenibilidad en el escamoteo del gasto que constituiría reconocer y asalariar ese trabajo; la de un reparto de identidades que naturaleza esta distribución del trabajo y la condena a la inexorabilidad.
No se necesita un carné para militar en la causa que visibilizó el 8M. Pero aceptar su diagnóstico implica necesariamente un modo de enfocar los problemas sociales en los que sistema económico, políticas públicas e identidades culturales están estructuralmente entrelazados. Y este enfoque, en sí mismo, significa una transformación ideológica de la que el feminismo está siendo la punta de lanza. Es comprensible, por tanto, que la derecha liberal-conservadora se sienta incómoda y no encuentre su encaje: lo que parecía una protesta sectorial puede significar el derrumbe de su entera comprensión del mundo.

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