miércoles, 25 de julio de 2018

Confieso que he llorado elhuffingtonpost

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Crecí en una cultura que predicaba que la hombría se encontraba reñida con el llanto. "¡Los hombres no lloran!", decía. Mal lo tenía yo que desde siempre he sido un llorón. Con los años y los prejuicios había que esconderse cuando se derramaban lágrimas, y es que era tan frecuente y es que he llorado por tantas cosas.
He llorado por empatía con el sufrimiento ajeno, he llorado por simple emoción, he llorado de dolor, pero también lo he hecho por pura rabia y cabreo conmigo mismo, de verme jugando un papel que no me gustaba haciendo pagar a otros, siempre débiles, indefensos, mi propia impotencia. Y no puedo decir que no lo sabía; sí lo sabia, mi yo desdoblado sabía hacia donde iba a llegar, hacia donde quería llegar; lo que quería y lo que no. Y el coche se estrellaba hasta provocar el daño. He llorado de pura vergüenza, de pura impotencia.
Llorar supone una liberación, una válvula de alivio de presión y una emoción a la que tenemos derecho y la necesidad de expresar
He llorado de miedo, tantas veces. Era tan miedoso ese niño que fui. Cuando vino a mí está enfermedad que me acompaña, pegada a mí, amenazante, volví a llorar de miedo, como ese niño que fui, como un pequeño animal asustado.
He llorado y sigo llorando, y no es cierta esa aserción: los hombres sí lloran. Lloro y reivindico el llanto. Llorar supone una liberación, una válvula de alivio de presión y una emoción a la que tenemos derecho y la necesidad de expresar.
Sigo llorando de dolor, el que me produce la visión y la conciencia del peso que supongo, de la carga que deposito sobre otros, de la aflicción que genero a mi alrededor.
Afortunadamente, las lágrimas también masajean mi corazón
Lloro de miedo, el mismo miedo a lo desconocido, a qué será de mí, a qué será de ellos. A la pesadilla que a veces me asalta, al enemigo que a veces me agrede y del que me tengo que defender con los ojos vendados.
Sigo llorando, pero también lo hago, afortunadamente, por alegría, por una sonrisa, por un perdón, por una caricia, por una presencia, por un testimonio. Afortunadamente, las lágrimas también masajean mi corazón.
Lloro y me limpio las lágrimas. Necesito llorar, demostrar que detrás de mi supuesta fortaleza se esconde también un hombre débil, un hombre que ha ido perdiendo las corazas y que se muestra orgulloso de su sensibilidad, de la humanidad que le baña y que es la única por la que puedo aspirar a corregir mis muchos defectos.

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