lunes, 2 de julio de 2018

Educación sexual y manadas elhuffingtonpost

EFE
Además de las individuales (por ejemplo, en Cádiz la pasada noche de San Juan), son constantes las denuncias de violaciones grupales: Molins de Rei, Mazarrón (Murcia), Gran Canaria, Alicante... Los medios destacan tanto la minoría de edad de muchas de las agredidas como de algunos de los violadores. Y las borracheras y la ingestión de drogas.
Lo cual ha llevado a voces bien intencionadas e indignadas a exclamar cómo es posible que emborracharse o consumir estupefacientes pueda ser un atenuante o incluso un eximente. Habría que especificar que esto es para los hombres: si una mujer se embriaga o se droga no lo es; al contrario, se considera un agravante.
Escandaliza saber que sólo alrededor de un 30% del alumnado de primaria recibe educación sexual; en secundaria, ronda el 60%
Por otro lado, se empieza a hablar con profusión de la necesidad de educación sexual en escuelas e institutos. Hay voces en contra pese a saber lo que ocurre cuando, como ahora, no existe. Escandaliza saber que sólo alrededor de un 30% del alumnado de primaria la recibe; en secundaria, ronda el 60%. El escándalo debería convertirse en alarma social si se supiera que la tal educación (combatida siempre ferozmente por la derecha) consiste en su mayor parte en tristes parches, por ejemplo, un taller de dos horas a lo largo de un curso entero desligado de todo lo que se hace en clase y aún gracias al esfuerzo de alguna valiente tutoría; a veces, a contracorriente.
Sé de qué hablo. Como profesora de secundaria acompañé a adolescentes en pleno esplendor hormonal a esporadiquísimas visitas a centros de salud o al Punto joven del barrio. Sorprendía ver cómo reaccionaban a menudo chicas y chicos cuando les ofrecían un condón: lo rechazaban como si no tuviera nada que ver con su sexualidad; tampoco les incumbía ningún folleto; por ejemplo, los referentes a la transmisión de enfermedades sexuales.
Y aunque este aspecto se realizara bien y sistemáticamente, no bastaría puesto que es puramente técnico. Nadie habla nunca a criaturas, adolescentes y jóvenes que las relaciones personales, especialmente las de pareja, pueden ser relaciones de poder. Que el amor romántico puede matar.
Hay encuestas que muestran que muchas chicas que prefieren otras prácticas se ven obligadas al coito vaginal como única posibilidad de relación con su novio. La obsesión masculina meperdonaran la expresión por «meterla» para demostrar su virilidad es tan común y magnificada que muchos chicos son incapaces de querer otra. Y «meterla» equivale simbólicamente a «joder» en los gestos obscenos con que se celebran los goles en tantos campos de fútbol; los puntos, en muchas pistas de tenis. Coitos en los lugares más sórdidos y deprimentes, por ejemplo, en el váter del instituto; también hay encuestas sobre ello. No es extraño, pues, comentarios como estos grabados en el móvil de uno de los violadores de Molins de Rei que muestran que la obsesión se convierte en paroxismo: «No sabes lo que te perdiste anoche. Yo se la metí hasta dentro. [Risotadas] Yo también.» (Y sin condones, claro, faltaría más: una auténtica piedra de toque, el uso de los condones.) O educación sexual real, entre otras cosas, o las manadas y las minimanades serán infinitas e irreductibles.
No se me ocurre nada más integral que enseñar a las chicas que el tan frecuente «yo lo cambiaré» con que se relacionan con los chicos no las lleva a ninguna parte y tal vez sólo las cambia a ellas (a peor)
También hay voces que creen que la educación sexual no es suficiente y propugnan que debería ser «integral». Con lo cual, ni educación sexual ni integral. Por otra parte, ¿alguien cree que no es integral una educación sexual que desenmascare la sexualidad como forma de dominio, que hable de respeto y equidad, que tenga en cuenta el placer y el deseo de las chicas, que prevenga yendo a la raíz de una sexualidad basada en la agresión, que combata uno de los puntales de la violencia machista, que cuestione que la pornografía no puede ser, como ahora, la principal fuente de educación sentimental?
No se me ocurre nada más integral que enseñar a las chicas que el tan frecuente «yo lo cambiaré» con que se relacionan con los chicos no las lleva a ninguna parte y tal vez sólo las cambia a ellas (a peor); o enseñar a los chicos que los «ahora o nunca» los lleva y las conduce donde no deberían ir jamás.
Ahora que en el marco de la lucha por el derecho al propio cuerpo la única que ha hecho dimitir a un ministro las feministas pararon la contrarreforma por el derecho al aborto de Mariano Rajoy y Alberto Ruiz-Gallardón, ahora que el 8 de marzo ha sido un clamor unánime finalmente valorado, ahora que los «yotambién» y los «Cuéntalo» han puesto de manifiesto que las agresiones no eran un delirio feminista, ahora que en cualquier lugar y circunstancia, incluso en los mundiales de fútbol,las mujeres denuncian y rechazan agresiones de un modo que hace poco habría ocasionado que se la tildara de ariscas y exageradas, incluso, de ser unas estrechas, ahora que las feministas han dejado de ser aquellas brujas bigotudas (aunque alguna lo es, qué le vamos a hacer, ¿y por qué sólo deberían poder lucir bigote ellos?), ahora que las feministas ya no son aquellas viejas, feas y amargadas sin un pizca de sentido del humor, que se tome nota de sus fundamentadas y sensatas propuestas para erradicar las distintas violencias patriarcales. De sus políticas integrales.
Al fin y al cabo el feminismo es uno de los pocos movimientos que no tiene nada de qué avergonzarse. O en las hermosas palabras que la genial Rebecca West escribió hace más de un siglo:
Yo misma no he sido nunca capaz de definir exactamente qué es el feminismo: sólo sé que la gente me dice feminista cada vez que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo.
The Clarion, 1913

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