jueves, 3 de agosto de 2017

Salar, la Villae granadahoy.com


  • Situado en el Poniente granadino, es un pueblo que se asienta junto al río que lleva su nombre
  • Destaca la Villa Romana situada en el paraje popularmente conocido como Revuelta de Enciso
El origen del nombre de la localidad de Salar ha dado lugar a diversas interpretaciones, desde la deriva de la raíz Sall, relacionada con la sal, o del latín Salebrus, de terreno áspero, rudo, de muchos barrancos. La realidad es que cualquiera de las interpretaciones puede ser válida para conocer los orígenes de este municipio.
Situado en el Poniente granadino, Salar es un pueblo ubicado junto al río que lleva su nombre y la historia ha favorecido con múltiples episodios dignos de relatar. Fue en 1486 durante el cerco a Loja cuando fue conquistada por Hernán Pérez del Pulgar a los musulmanes, hazaña por la cual en 1490 recibió de los propios Reyes Católicos la tenencia y señoría de la villa, junto al nombramiento de alcalde y encargo de repoblar el lugar.
En compañía de Eva Pacheco, técnico de Turismo a la que quiero agradecer su tiempo y atención, pude disfrutar de una villa llena de lugares por descubrir, como el Centro de Interpretación de la villa romana ubicado en el ayuntamiento, donde se dan a conocer las viviendas de hace 2000 años. La casa-museo Etnológico ubicado en una antigua casa guarda celosamente objetos y enseres de la vida de antaño en perfecta armonía con el entorno rural. Un auténtico viaje al pasado más reciente.
Mencionar la casa-fortaleza de los descendientes de los Pérez del Pulgar, que aunque muy estropeada, conserva adosada una imponente torre defensiva del siglo XIII. Frente a la fortaleza, la iglesia de Santa Ana, otro de los edificios emblemáticos de la villa, construida en 1501 sustituyendo una antigua mezquita de la que solo se conservó y reconstruyó su minarete. Como anécdota, destaca que durante un tiempo estuvo en la iglesia de Santa Ana el conocido jarrón de Salar o de Fortuny de época nazarí y, asómbrense, como soporte de una pila bautismal. Fue el propio pintor quien lo compró y rescató por algo más de mil duros en 1870. Tras su muerte se subastó y fue a parar al museo del Hermitage en San Petesburgo, donde se encuentra actualmente.
Ya en las afueras podemos disfrutar de la naturaleza en el Bañuelo, un precioso nacimiento de agua cristalina ubicado en la parte superior del pueblo, así como la Fuente Alta y Cueva Monea donde decían que era un escondrijo donde se falsificaban monedas en el límite con Loja o los múltiples senderos que recorren el municipio.
La joya de Salar es, por excelencia, la Villa Romana situada en el paraje popularmente conocido como Revuelta de Enciso. Allí se puede disfrutar de los restos de una villa romana del periodo alto-imperial, los mosaicos de teselas son impresionantes, dibujando ninfas, animales y dragones. También se pueden observar restos de pintura en las derruidas paredes. Sólo tiene un inconveniente, y es que los cerramientos que rodean la villa facilitan la entrada de polvo, cubriendo estas obras de arte por completo, impidiendo apreciar su belleza en todo su esplendor. Todo un inconveniente para los visitantes que debería de ser subsanado. En cuanto a las fiestas, Salar las celebra el 26 de julio en honor a Santa Ana.

LA Leyenda DE CORINA

Cuenta la leyenda que cuando subió al trono el Emperador Trajano, los senadores hispanos celebraron con efusión esa victoria, ya que en la Roma Imperial nadie que no hubiera nacido en Roma podría llegar a ser emperador. Pero Marco Ulpio Trajano, nacido en Itálica, Santiponce, cerca de la actual Sevilla, se había ganado a pulso el nombramiento, pues fue uno de los generales más valorados por sus campañas en las fronteras del imperio.
Uno de esos viejos senadores había viajado hasta Roma para estar en la entronización de su paisano hispano y, de paso, contraer matrimonio con una bella muchacha familia patricia que había caído en desgracia y que con ese matrimonio pactado desde hacía tiempo les devolvería a su antiguo prestigio, pues en Roma todo eran apariencias. Cuando decidió volver a sus tierras cerca de Lacibis (Loja), lugar donde poseía una rica villa agrícola que le reportaba suculentos beneficios, su nueva y bella esposa se negó en redondo a abandonar la ciudad del imperio donde estaba el centro del mundo. El viejo senador Plauto Cornelio impuso sus deseos ante la posibilidad de repudiar a la bella Corina y dejar a su familia en la miseria. Ante la amenaza, la bella romana hizo de tripas corazón y aceptó acompañar a su viejo esposo a la lejana Bética.
La domus (villa) de Plauto se encontraba cerca de las vías de comunicación más importantes de la provincia, las que unía los municipios de Ilberis e Ilurco con Anticaria. La llegada de la joven patricia a la casa fue decepcionante pues la austeridad y simpleza de aquella domus no tenía nada que ver con las de los ricos romanos de su tierra natal. Con las armas de mujer bella engatusó a su viejo marido para hacer que aquella villa fuese un referente de buen gusto y refinamiento, similar a las de los patricios de Pompeya.
De este modo, lo primero que hizo fue traer de Roma un arquitecto amigo de la familia para realizar las reformas oportunas dentro de la vivienda. El ninfeo o santuario consagrado a las Ninfas fue realizado sobre un manantial de agua en forma de U aprovechando el agua que surtía la villa que junto al triclinium, comedor principal de la casa, y una decoración repleta de esculturas daban ese aire imperial que tanto le gustaba. Aún así, algo faltaba a la decoración para que pareciera que estaba en el mismo centro de Roma. Y eran los famosos pavimentos musivos que estaban tan de moda en las villas adineradas de la corte imperial.

El arquitecto le habló de un joven y famoso artista que hacia verdaderas obras de arte, Lucio Castor. Este fue llamado para ornamentar el pavimento con un mosaico policromado de carácter geométrico en el ninfeo-triclinium y de camino encandilar a la joven esposa del senador hispano con el que comenzó una apasionada aventura a espaldas del marido cornudo. Terminado el triclinium o comedor principal a gusto de la señora de la casa, le encargó que hiciera el de ambularco, sala cubierta que comunicaba el atrio con el triclinium y así, a la vez, alargaba la estancia del joven artista en la villa.
En este nuevo trabajo representó en toda la superficie la escena mitológica del cortejo de Poseidón conocido como Thiasos Marino. Los días pasaban y el trabajo de Lucio estaba siendo recompensado en parte con su elevado sueldo y con otros favores que la bella Corina se encargaba de prestar con gran interés y ahínco, mientras su pobre marido, ajeno a todo, pagaba las elevadísimas facturas. Una tarde llegó a la domus un alto militar de Roma amigo de la familia de Plauto, el cual fue recibido con favores y honores por parte del viejo senador. En la cena encandiló a todos con los relatos de sus batallas contra el rey Decébalo de la Dacia, cuestión que agradó enormemente a la bella dama que nunca antes había tenido a un héroe militar tan cerca. Como pueden comprender, aquella noche el joven militar subió al Olimpo de los Dioses en manos de la bella Corina, sin que el astado pariente se percatara de nada.

En los siguientes días, las bromas y guiños entre el militar y Corina no pasaron desapercibidos para el joven artista que, en un ataque de celos, tramó su venganza despechada.
Las obras de la villa terminaron, el militar se fue con sus legiones, el artista a otro trabajo en Córdoba y todo volvió a la normalidad. Bueno todo no, porque el senador cuando vio la maravilla que el joven Lucio había realizado en el mosaico del ambulacro se quedó pasmado de tanta belleza pues ahí estaba Nereida con la cara de su amada Corina montada sobre un monstruo marino rodeada de delfines, angulas, salmonetes y hasta el mero tenía su representación en aquel magnífico policromado mosaico. Pero… ¿qué hace una leona jugando con una pelota? se preguntó Plauto intrigado por aquella figura en el fondo marino. Un pergamino en su despacho firmado por el joven artista al despedirse despejó la misteriosa figura de la leona.
Al día siguiente, la joven mujer salió hacia Roma en un carromato viejo y destartalado con una carta lacrada para su padre donde decía: "Le envió a su hija que tiene más futuro como fornicatriz que como ama de casa". Plauto dejó allí el mosaico de la leona para que quedara testimonio de cómo habían jugado con sus sentimientos.
Como decía el filósofo, "a quien se casa viejo, los cuernos lleva por aparejo".

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