Un pequeño universo cargado de vida se desarrolla en las aguas intermareales, en las oquedades de las rocas que el mar ocupa durante la pleamar
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JUAN ENRIQUE GÓMEZ | GRANADA
Cada doce horas la orilla del mar cambia de lugar. Es la consecuencia directa de las mareas, la subida y bajada del nivel de las aguas que conocemos como pleamar y bajamar, y que no solo es un cambio en el paisaje; es también la vida y la muerte de decenas de especies marinas, de organismos vivos que dependen del agua que les llega con la pleamar y queda atrapada entre rocas y arenales. Son los charcos de marea, un universo digno de ser observado.
Pleamar en la costa de Granada el 30 de junio, a las 7.45 horas de la mañana (el horario cambia cada día según la posición de la luna). El agua ha cubierto las rocas más cercanas al rompeolas y la orilla está unos metros más arriba. Entre las rocas se observan huecos cubiertos de agua. En algunos de ellos hay entre 20 y 10 centímetros de profundidad, lo suficiente para que gobios, cangrejos, tomates de mar, anémonas, estrellas, erizos, gambas, e incluso alevines de diversas especies logren sobrevivir el tiempo que tardará en volver a llegar el agua de la siguiente pleamar.
Un pequeño charco entre las rocas, en el que aparentemente no hay nada que mirar es un universo plagado de biodiversidad. Con solo un poco de atención se aprecian movimientos en la superficie, cambios de color y pequeñas burbujas de aire. A contraluz se observan minúsculas líneas de color amarillo y rojo que en lugar de nadar se mueven a saltos. Son gambitas, camarones y quisquillas, de pequeño tamaño, casi transparentes, las más habituales son de la especie Palaemon elegans. Se refugian en estas rocas a pesar de estar a expensas del agua de las mareas. Se ocultan entre diversas especies de algas, que como ramilletes de color verde y marrón tapizan los fondos y laterales de los charcos, algunas de ellas se consideran invasoras y forman verdaderas alfombras, como Asparagopsis armata, y las más curiosas del litoral mediterráneo de Andalucía Oriental, Codium tomentosum, de color verde que tiene forma de dedos.
Tóxicas
Pegados a las paredes de las charcas, en los lugares que han sido batidos por las olas en días de mar rizada y de temporal, viven especies conocidas por todos, los tomates de mar, Actinia equina, de un intenso color rojo. Son redondos cuando están cerrados y se abren para dejar paso a seis coronas con más de 200 pequeños tentáculos para intentar atrapar pequeños peces, crustáceos y moluscos. Igual que las anémonas, que de colores blanquecinos y morados mueven sus tentáculos entre las aguas de la charca. Hay que tener cuidado con tomates y anémonas, ya que poseen nematocistos, que son pequeñísimos arpones que se clavan en la piel y segregan sustancias tóxicas. Es el mismo sistema que utilizan las medusas para paralizar a sus presas y que provoca reacciones adversas en el hombre. También las hay en las charcas de marea. Han quedado atrapadas tras ser arrojadas allí por las olas. Suelen ser de la especie más pequeña y urticante, Pelagia noctiluca, con su sombrero de color morado y tentáculos semitransparentes. La mayoría de las medusas que quedan en los charcos mareales no llegan a soportar las condiciones de calor y falta de oxígeno que se dan durante las horas que pasan sin que el agua vuelva a llegar.
Los movimientos rápidos en el agua de los charcos son producidos por alevines de peces, generalmente bogas, herreras, e incluso algún pequeño salmonete de roca, cabrillas y fredis, pero los que más abundan, sobre todo si los charcos son muy poco profundos, son los blenios. Para ellos, el charco de marea es parte de su hábitat. La especie más habitual es Parablennius rouxi, un pececito de menos de 5 centímetros, blanco, de ojos rojos y dos líneas transversales de color marrón, casi negro.
Los espacios intermareales son el lugar donde viven numerosas especies de moluscos, que tapizan las rocas, como los mejillones, litorinas, pequeñísimas y con conchas nacaradas en espiral, y diversos tipos de lapas, entre ellas la Patella ferruginea, exclusiva del litoral granadino. Hay otros organismos con concha que forman colonias en los charcos de marea, son crustáceos que se llaman bellotas de mar (Chthamalus montagui). Llegan a ocupar grandes extensiones de roca que comparten con moluscos y algas, como la Padina pavonica, que tiene forma de ondas y se les llama gitanilla, y otra alga de aspecto calcáreo que se denomina Coralina mediterránea (Corallina elongata).
Y cangrejos. Los charcos y rocas son hábitat de crustáceos, algunos de ellos minúsculos, como Acanthonyx lunulatus, que mide poco más de un centímetro, y los más habituales, el cangrejo corredor (Pachygrapsus marmoratus) que incluso gusta de tomar el sol fuera del agua.
Al fondo de estos pequeños universos de vida se refugian los erizos, una presencia habitual en zonas rocosas de las costas mediterráneas, con dos especies, Paracentrotus lividus, que se conoce como erizo de mar y Arbacia lixula, que es el erizo negro. Las dos tienen un curioso comportamiento que se ve claramente en estos charcos. Colocan conchas, piedras y algas entre sus púas para camuflarse y pasar desapercibidos.
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