sábado, 28 de noviembre de 2020

"El ser humano se ha vuelto una mercancía; lo vemos continuamente en las redes sociales" granadahoy.com

 El escritor reivindica las enseñanzas de su abuela en 'Lo que no se ve' (Pre-Textos), un nuevo libro donde defiende la contemplación frente a los excesos de la vida moderna, líquida y precaria


El poeta Jesús Montiel (Granada, 1984) posa en el interior de su casa JESÚS JIMÉNEZ / PHOTOGRAPHERSSPORTS


ISABEL VARGAS


Un pequeño manual de supervivencia en pleno siglo de las prisas; un tierno homenaje a nuestros mayores y a sus enseñanzas; una serie de relatos llenos de luz y poesía sobre el triunfo del amor (el amor en mayúsculas, no ese que nos han vendido en edulcoradas películas y series de televisión). Algo así vendría a ser Lo que no se ve (Pre-textos), el nuevo libro de Jesús Montiel (Granada, 1984). El poeta reivindica con su prosa el legado de su abuela, a quien esta dedicado el volumen. "Una princesa nonagenaria que vive en un castillo de piedra derrota cada jornada al siglo XXI. Sus armas, un cazo con leche hirviendo, una pastilla de jabón, la bolsa de agua caliente que templa la cama de su nieto", dice el escritor sobre su "pilar afectivo".

Aquellos gestos de ternura que nutren la infancia de Montiel y otros más recientes vehiculan este libro donde se vislumbra un halo de esperanza entre tanta pandemia: "Pero no todo es pérdida: el desastre puede ser el nido de una vida más amorosa. Ahora que no podemos viajar el uno hasta el otro, tenemos otros lugares cerca y otros viajes por hacer". El autor también defiende la contemplación frente a los excesos de la vida moderna, líquida y precaria, rendida al culto del cuerpo y sometida al liberalismo salvaje. El libro llegará a las librerías el próximo nueve de diciembre.

-En primer lugar, ¿cómo has pasado estos meses?

-Bien, igual. Quizá no me he visto tan afectado porque trabajo como profesor y puedo seguir dando clase online. También he escrito mucho. No soy muy callejero. Así que tampoco lo he notado mucho en ese sentido. Esto tarde o temprano acabará y volveremos a la locura de antes.

-La pandemia aparece en sus textos. ¿Qué ha aprendido de esta crisis mundial?

-Desconfío de las opiniones generalistas. Lo único que puedo contar es mi pequeña experiencia. Para mí ha supuesto un tiempo donde he redoblado el trabajo que llevo haciendo desde hace tiempo con mi interior, mi corazón. Llevo bastante tiempo desbrozándolo, trabajando mi sombra. He seguido en ese camino. Ha sido un tiempo donde veo más la mugre que tengo en el corazón. Prefiero empezar cambiando mi interior. Eso es lo que va transformando lo que hay a nuestro alrededor, la sociedad.

La portada del nuevo libro de Jesús Montiel /
 
G. H

-Atravesamos más crisis, no sólo la pandémica y la económica. De ello habla en su libro. ¿En qué cree qué va a derivar esta crisis de valores?

-No lo sé. Está todo un poco en el aire. La crisis no nos va a hacer mejores. El hombre siempre va a ser una mezcla de sombra y luz. Vivimos un tiempo donde se puede radicalizar nuestra elección. Lo veo en la literatura. Cada vez hay más voces que desconfían más de la modernidad y reivindican o anhelan la forma de vivir de nuestros abuelos, o vuelven sus ojos hacia lo antiguo. Va haber más vidas degeneradas en el lado de la sombra. Es tiempo de radicalidad.

-Miguel Ríos dice que "los mayores nunca han vivido tanto y nunca han influido menos". ¿Qué ha propiciado que se piense que los ancianos no tienen valor?

-Hay una clara influencia de la economía, del liberalismo este radical en el que vivimos inmersos en el que todo acaba siendo un producto con fecha de caducidad. El ser humano se ha vuelto una mercancía, un producto. Lo vemos continuamente en las redes. La gente se publicita. “Nos explotamos a nosotros mismos y nos convertimos en nuestros propios verdugos”, dice Byung-Chul Han. El anciano, el enfermo, lo que está roto, lo que es débil o frágil no vende igual que lo nuevo, lo espectacular y lo pulido. En ese sentido, los ancianos quedan un poco al margen. Lo digo desde el punto de vista mercantil. Estamos en un momento de terremoto respecto a los valores. Hemos abrazo el término progreso con demasiada fe y nos estamos dejando muchas cosas valiosas de la tradición por el camino. Se puede progresar teniendo los pies en el pasado y bebiendo de la tradición. Nuestros abuelos tienen mucho que enseñarnos: su modo de relacionarse con la vida, esa dignidad frente al sufrimiento y la adversidad. Hoy somos una sociedad más adolescente, hedonistas y preocupada por nuestro ombligo.

-"En esta generación estamos tan ocupados con nosotros mismos que nos falta tiempo para cuidar a quienes nos han cuidado", escribe.

-Mi vida ha cambiado porque he tenido hijos y me he casado. Cuando me encuentro con viejos compañeros de instituto me cuentan que están haciendo una tercera carrera y siguen siendo estudiantes con casi 40 años; o trabajan en un puesto precario. Su vida personal sigue igual, plana. Evidentemente la situación económica tiene que ver con alargar la adolescencia. También tiene que ver con una elección propia. Ahora se elige más el propio placer. Uno se ocupa más de sí mismo que de los que vienen. La vida es como un tiempo que tengo que dedicarme a mí mismo. Eso es totalmente opuesto a lo que hacían nuestros abuelos. Había algo que legar o entregar a las siguientes generaciones. Se pensaba en algo más que en el propio ombligo.

-Los trastornos psicológicos se han agravado durante esta crisis donde muchos han cuidado más de su cuerpo, su imagen, que de otra cosa. ¿Cómo cultivamos el espíritu para no sentirnos vacíos?

-Con la pandemia se ha multiplicado el sufrimiento psíquico y este tipo de enfermedades que muchas veces el psiquiatra sólo sabe anestesiar con pastillas. Se está olvidando la parte espiritual del ser humano y sólo nos centramos en lo más corporal o más del instinto. Sin embargo, estas enfermedades demuestras que el ser humano es algo más que pulsiones o apetitos. Hay que armonizar los componentes del ser humano. Un ingrediente fundamental que olvidan los libros de autoayuda es el sufrimiento. Lo digo por experiencia propia. Nadie puede crecer sin sufrir, sin padecer. Mis abuelos saben volverse sagrados frente a la adversidad. Nosotros apartamos el sufrimiento. Buscamos la felicidad apartando el sufrimiento. Es un error.

-La sociedad es más blanda, edulcorada e infantiloide que nunca...

-Todo es más epidérmico. Nos están educando así. Lo que arde de Oliver Laxe y mi libro están hermanados porque miran al mismo sitio. Él decía que en el cine y en las series lo que hacen es darle a la gente mucha azúcar, estímulos fuertes. No nos ofrecen cosas nutritivas. Se ofrecen productos que produzcan sensaciones inmediatas. Nos sacian en el momento pero nos dejan insatisfechos. Vivimos esclavos de la búsqueda de emociones cuando nos falta el alimento más sólido, el espíritu.

-Dice que "la armadura más resistente es la ternura" y del amor que "es una curva delante del cementerio". ¿Sin la ternura y el amor la vida no merece la pena?

-El amor con mayúscula es lo que sostiene la vida de cada uno. Esos pequeños gestos como los de mi abuela aplanando las sábanas. Una de las cosas que sigue en pie con este terremoto es ese gesto de mi abuela. La columna que nos sostiene son gestos que no se ven, pero que son el nido del verdadero amor. El amor es íntimo, es educación. Todo lo contrario del amor que venden en los medios; y muy lejos del amor romántico, idealista, con el que todos hemos crecido. 

-Habla de lo ocurrido a una mujer diabética intentando cruzar Chipre desde el Líbano y luego menciona una pareja de occidentales discutiendo y unos jóvenes quemando contenedores. ¿No cree que el problema esta en este sistema que explota a la gente y no de la cultura occidental?

-Vivimos ajenos a la vida real. Si de algo ha servido la pandemia es que nos ha acercado a la realidad: que la muerte existe, que podemos ser nosotros los que muramos jóvenes, que podemos ser despedidos. Esa es al realidad de millones de persona fuera de occidente. Vivimos en un pequeño centro comercial y pensamos que esa es la vida. La vida no es esa. La normalidad es lo que se vive fuera de occidente. Vivimos quejándonos de tonterías.

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