Con 'Anatomía de un instante' y 'Las leyes de la frontera' Javier Cercas ha hecho una completa panorámica de la Transición desde dos perspectivas
JOSÉ ABAD GRANADA |Javier Cercas ha sabido hacer un retrato de la época sin concesiones.
Lo que hemos dado en llamar Transición coincide con mi adolescencia, de modo que los recuerdos de entonces son algo más consistentes que los inmediatamente anteriores, esos recuerdos de plastilina de la niñez. A aquellos años tengo asociada una fuerte sensación de crispación, refrendada por ciertos episodios. En Colomera, el pueblo donde nací, en algún momento a finales de los 70 aparecieron varias señales de tráfico con agujeros de bala. La gente temía a expresarse en voz alta, y callaba; nadie aclaró nunca quiénes lo hicieron, aunque obviamente se trataba de un recordatorio grosero de quién seguía mandando allí. El chaval que fui, poco a poco, aprendió que la dictadura había conseguido un triunfo en toda regla con la política del miedo. A los que se atrevían a hacer alguna pregunta, se les respondía con evasivas. La situación era tensa, confusa. De aquellos días recuerdo asimismo una pintada, en el barrio del Zaidín, que ocupaba toda una pared: "Ni Carrillo ni Carrero ni los burros que van tras ellos". La gente callaba, ya digo, y nadie me aclaró qué diantres significaba.
Luego llegó el intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero -y aquel imperativo tantas veces repetido: "Todo el mundo al suelo"- y las premoniciones más oscuras parecieron hacerse realidad. Hoy sabemos que el levantamiento militar estaba condenado al fracaso, pero el españolito de entonces lo ignoraba, y la mayoría temió lo peor. Yo tenía trece años y recuerdo perfectamente los aleteos de la inquietud, arriba, abajo, todo el día, toda la noche, allá en Colomera. A aquel episodio, Javier Cercas le ha consagrado un libro extraordinario, Anatomía de un instante (Debolsillo), y a estos años, los de la Transición, le acaba de dedicar otro: Las leyes de la frontera (Mondadori). Siendo distintas, son a la vez obras complementarias; se iluminan recíprocamente. En la primera, Cercas recurre a personajes reconocibles y reconocidos, a datos contrastados o contrastables; cabalga por la llanura de la Historia. En la segunda, echa mano a la intrahistoria, que es la historia escrita en minúscula, la de quienes jamás entrarán en los libros de Historia.
La dichosa cantinela de que "Con Franco estábamos mejor", que soportamos tanto tiempo, fue quizás la respuesta lógica de unas gentes educadas en el temor a abrir la puerta de casa después de cierta hora. Y además, la democracia trajo consigo algunas realidades ingratas, que parecían darles la razón a cuantos creían que con la libertad llegaba el Apocalipsis. En una situación de extrema miseria económica, hubo un espectacular aumento de la delincuencia juvenil y las calles se volvieron un lugar inseguro; en el léxico cotidiano aparecieron términos de nuevo cuño como quinquis o yonquis. Los nuevos tiempos, según algunos retrógrados, sólo habían servido para sacar al canalla o la puta que cada cual lleva dentro. La primera parte de Las leyes de la frontera, ambientada en el verano de 1978, le permite a Cercas hacer un retrato de época sin concesiones: "Hacía tres años que Franco había muerto, pero el país continuaba gobernándose por leyes franquistas y oliendo exactamente a lo mismo que olía el franquismo: a mierda", escribe. Las leyes de la frontera habla de la juventud de entonces, de ciertos jóvenes de entonces, delincuentes de poca monta, demonizados por unos, mitificados por otros, abandonados a su suerte por todos.
El protagonista es un adolescente de clase media, Ignacio Cañas, que entra un poco por casualidad, un poco por curiosidad, en una banda que empieza dando un tirón a alguna anciana o robando algún coche para pagarse el porro o el chute, y terminan atracando bancos a punta de pistola. El cabecilla es el Zarco, un joven que a los 16 años está prácticamente de vuelta de todo; lo único que le queda por hacer, hasta que lo maten o se muera, es repetir los mismos errores una y otra vez. La Transición, tierra de nadie, fue un tiempo de fuertes contrastes. Hubo gente que supo subirse al tren veloz del presente y hubo quien no quiso romper con el tiempo quieto del pasado, mientras la sombra del dictador iba perdiendo espesor, adelgazando, empequeñeciéndose, hasta no servir siquiera para asustar a los niños. Algunos llegaron lejos, otros se quedaron en la cuneta, y varios se estrellaron en la primera curva dejando un cadáver más patético que hermoso en los terraplenes de la Historia. En Las leyes de la frontera, Javier Cercas habla de todos ellos. Y cuenta con pulso magnífico una historia absorbente, al tiempo que nos ayuda a entender unos años que también fueron nuestros. Nos ayuda a comprender. Nos ayuda a comprendernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario