La revista 'Mercurio', editada por la Fundación José Manuel Lara, dedica su último número al grupo Cántico
ALFREDO ASENSI
No siempre es necesario recurrir a los aniversarios para conmemorar las trayectorias que merecen homenaje. Así lo señala el editorial del último número de la revista Mercurio (publicación de la Fundación José Manuel Lara para el fomento de la lectura), que está dedicado al grupo Cántico. Luis Antonio de Villena, Juan Lamillar, Alejandro V. García y Vicente Molina Foix firman los artículos de un dossier que se completa con una entrevista de Fernando Delgado a Pablo García Baena, ganador de la última edición del Premio Lorca de Poesía Ciudad de Granada.
La labor de Cántico, según Mercurio, "marcó un hito en la poesía española del medio siglo y ha ejercido desde entonces un influjo poderoso, aunque a veces soterrado, en los autores afines, por su calidad y su ambición estética. Pero independientemente de su reflejo en la tradición posterior, la obra poética de Pablo García Baena, Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López -a los que hay que sumar el alto nombre de Vicente Núñez- ocupa un lugar de honor no siempre reconocido, pues de hecho la recepción de su poesía ha conocido altibajos".
De Villena afirma en su texto, Una y varias aventuras estéticas, que Cántico representó "la opción de una poesía sensual, esteticista y neobarroca, que conoce las novedades del surrealismo y de la mejor modernidad". Sus miembros se amparaban "en la tradición simbolista y modernista, en el Gide liberador de Los alimentos terrenales, en el Juan Ramón menos hermético y en parte de la tradición más sensual del 27", y en 1947 pusieron en marcha una revista "siempre abierta a muchos y plurales colaboradores" que llegó a su fin a comienzos de 1949. El articulista cita "el avance poderoso de la poesía existencial" y "el empuje de lo que se llamó poesía social" para preguntarse: "Pese al apoyo explícito de Vicente Aleixandre, desde el segundo número, ¿no estaba aquel proyecto, generoso y pulcro, fuera ya de onda?".
Pero la revista vivió una segunda época, de 1954 a 1957, con Molina, García Baena y Bernier al frente y con momentos felices como el número de agosto-noviembre de 1955, dedicado a Luis Cernuda, "el primer homenaje español que recibirá el poeta sevillano desde su exilio". El ensayo que escribió Vicente Núñez fue el que más gustó al autor de Ocnos.
"Cántico nunca fue una mera unidad", constata De Villena, que asevera "sin duda" que García Baena "es el poeta más regular y más alto" del grupo, "exquisito neomanierista, lleno de símbolos y de fulgor de palabras". Aumente fue "el que, aparentemente, más giró en su estética"; Bernier "es sobre todo el poeta celebratorio de sus inicios y el adorador de la belleza joven que se muestra en los poemas inéditos"; y López "fue siempre un honesto y claro poeta de queridos tintes rurales". El experto considera que "el lírico delicado y neorromántico que es el primer Ricardo Molina queda en general bastante por encima de sus libros finales", y define a Vicente Núñez como "sensorial, sensitivo" y "metafísico". El poeta de Aguilar de la Frontera centra el artículo de Juan Lamillar, que apunta que su vibrante palabra conseguía llevar hasta la campiña cordobesa los ambientes de "Grecia y Faulkner".
El periodista Alejandro V. García rastrea la huella de Cántico en la poesía actual a través de diversos testimonios. "He aprendido de ellos libertad, belleza formal, gracia en el sentido más puro de la estética, concepto ético de la poesía como vida", señala Juan Antonio González Iglesias. El grupo nacido en los años 40 representa, en palabras de Joaquín Pérez Azaústre, "una fe total en el lenguaje, su música verbal, como manera de regenerar al hombre en su esencialidad". Por su parte, José Luis Rey reconoce que de todos ellos sólo le interesa García Baena: "Los demás no me han influido en absoluto y los considero menores". Javier Vela cree que Cántico logra "conjugar sabiamente la carnalidad retórica del lenguaje de herencia gongorina y la inmanencia materialista de la experiencia con la abstracción simbólica de temas y motivos de carácter marcadamente espiritual".
Molina Foix cierra el número 149 de Mercurio con un texto en el que recuerda cómo descubrió a estos poetas en los años 60 gracias a "Pedro Gimferrer" y Vicente Aleixandre y cómo buscó por las librerías madrileñas unas obras en las que "el catolicismo y la sensualidad homoerótica lograban maridarse, en un matrimonio que no parece que fuese blanco".
La labor de Cántico, según Mercurio, "marcó un hito en la poesía española del medio siglo y ha ejercido desde entonces un influjo poderoso, aunque a veces soterrado, en los autores afines, por su calidad y su ambición estética. Pero independientemente de su reflejo en la tradición posterior, la obra poética de Pablo García Baena, Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López -a los que hay que sumar el alto nombre de Vicente Núñez- ocupa un lugar de honor no siempre reconocido, pues de hecho la recepción de su poesía ha conocido altibajos".
De Villena afirma en su texto, Una y varias aventuras estéticas, que Cántico representó "la opción de una poesía sensual, esteticista y neobarroca, que conoce las novedades del surrealismo y de la mejor modernidad". Sus miembros se amparaban "en la tradición simbolista y modernista, en el Gide liberador de Los alimentos terrenales, en el Juan Ramón menos hermético y en parte de la tradición más sensual del 27", y en 1947 pusieron en marcha una revista "siempre abierta a muchos y plurales colaboradores" que llegó a su fin a comienzos de 1949. El articulista cita "el avance poderoso de la poesía existencial" y "el empuje de lo que se llamó poesía social" para preguntarse: "Pese al apoyo explícito de Vicente Aleixandre, desde el segundo número, ¿no estaba aquel proyecto, generoso y pulcro, fuera ya de onda?".
Pero la revista vivió una segunda época, de 1954 a 1957, con Molina, García Baena y Bernier al frente y con momentos felices como el número de agosto-noviembre de 1955, dedicado a Luis Cernuda, "el primer homenaje español que recibirá el poeta sevillano desde su exilio". El ensayo que escribió Vicente Núñez fue el que más gustó al autor de Ocnos.
"Cántico nunca fue una mera unidad", constata De Villena, que asevera "sin duda" que García Baena "es el poeta más regular y más alto" del grupo, "exquisito neomanierista, lleno de símbolos y de fulgor de palabras". Aumente fue "el que, aparentemente, más giró en su estética"; Bernier "es sobre todo el poeta celebratorio de sus inicios y el adorador de la belleza joven que se muestra en los poemas inéditos"; y López "fue siempre un honesto y claro poeta de queridos tintes rurales". El experto considera que "el lírico delicado y neorromántico que es el primer Ricardo Molina queda en general bastante por encima de sus libros finales", y define a Vicente Núñez como "sensorial, sensitivo" y "metafísico". El poeta de Aguilar de la Frontera centra el artículo de Juan Lamillar, que apunta que su vibrante palabra conseguía llevar hasta la campiña cordobesa los ambientes de "Grecia y Faulkner".
El periodista Alejandro V. García rastrea la huella de Cántico en la poesía actual a través de diversos testimonios. "He aprendido de ellos libertad, belleza formal, gracia en el sentido más puro de la estética, concepto ético de la poesía como vida", señala Juan Antonio González Iglesias. El grupo nacido en los años 40 representa, en palabras de Joaquín Pérez Azaústre, "una fe total en el lenguaje, su música verbal, como manera de regenerar al hombre en su esencialidad". Por su parte, José Luis Rey reconoce que de todos ellos sólo le interesa García Baena: "Los demás no me han influido en absoluto y los considero menores". Javier Vela cree que Cántico logra "conjugar sabiamente la carnalidad retórica del lenguaje de herencia gongorina y la inmanencia materialista de la experiencia con la abstracción simbólica de temas y motivos de carácter marcadamente espiritual".
Molina Foix cierra el número 149 de Mercurio con un texto en el que recuerda cómo descubrió a estos poetas en los años 60 gracias a "Pedro Gimferrer" y Vicente Aleixandre y cómo buscó por las librerías madrileñas unas obras en las que "el catolicismo y la sensualidad homoerótica lograban maridarse, en un matrimonio que no parece que fuese blanco".
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