El traductor y profesor universitario imparte esta tarde en la Fundación Francisco Ayala un taller sobre una de sus obras más premiadas: su versión al español de 'Gargantúa y Pantagruel'
BELÉN RICO GRANADA
-Se ha dicho de este libro que es a la vez una traducción y una edición crítica. ¿Qué características reúne para merecer ese elogio?
-Hay diez traducciones al español de Gargantúa y Pantagruel, aunque no todas sean de los cinco volúmenes. Yo las estudié todas y me pregunté como siendo Rabelais un grande, un autor canónico, en España nadie lo ha leído salvo especialistas universitarios. Las cotejé bien y llegué a dos conclusiones. Rabelais es un loco y un genio de la lengua: hay miles de juegos de palabras. Ante eso, algunos traductores los omiten. Otros los dejan en francés. Otros los traducen literalmente y anotan a pie de página que en el original hay un juego intraducible. Claro, como eso es fundamental en Rabelais, un poco mata su obra. Y por otro lado, como es un hombre de un siglo XVI en plena ebullición, el que no es especialista se pierde, porque hay que estar muy al tanto para ver sus críticas soterradas. Eso exige un aparato de notas muy extenso, en algunos casos hasta dos tercios de la página. Ante eso, yo tomé dos decisiones: a todas las maravillas del lenguaje se les buscaría la correspondencia y no poner ni una sola nota. Pero claro, a cada capítulo, para que el lector pudiera disfrutar de ese monumento, le ponía una introducción.
-¿Ha sido muy difícil realizar estos texto introductorios para clarificar tantas cosas?
-A veces más que la traducción. Yo siempre los escribí pensando en un lector meta, que es un lector culto pero no especialista en el XVI. Para él tenía que buscar un punto con la suficiente erudición pero sin ponerme pesado. Y tenía que ser a la vez breve y ameno. Pero estoy contento porque la gente me dice que está bien.
-Aunque el propio Rabelais señalaba que había hecho la obra para entretener a sus enfermos que él trataba como médico.
-En el prólogo a Gargantúa lo que hace es justificarse. Él es un humanista con conciencia plena de ser un renacentista que lucha contra lo medieval y todo eso en la época puede ser peligroso. Por eso dice que escribe en ratos libres bebiendo y que lo que cuenta son cuchufletas. Sin embargo, a la vez dice: no os toméis los títulos a broma, haced como el perro que roe y roe el hueso hasta llegar al tuétano. Pero acto seguido, en el mismo prólogo, dice: no vayáis a creer que esto va en serio porque esto son bromas. Él organiza un lío sobre su objetivo.
-¿Hace eso como forma de pasar la censura?
-Era una forma de pasar la censura y disimular, pero también eso es él. Por un lado es un libro con una cultura deslumbrante, con diálogos filosóficos, tesis humanistas para combatir la herejía, la hipocresía, la censura... Y a la vez ese un divertimento cómico. Por ejemplo, Panurgo, un pícaro o un gracioso, en mitad de una discusión filosófica seria dice: "Pero aclarar esto es más difícil que arrancarle un pedo a un burro muerto". Esa mezcla de lo carnavalesco medieval y de lo humanista renacentista es permanente en Rabelais.
-Pero, ¿por qué esta obra es tan desconocida para el gran público? ¿Cómo no está en el centro del canon?
-Él escribió esto en el XVI, que es un momento previo al Clasicismo. Cuando este llega no soporta ni la mezcla de géneros ni los juegos de palabras, cualquier cosa que emborrone la transmisión clara del mensaje, que haga ruido en la comunicación. El segundo motivo es que es un libro cómico y la risa no ha tenido buena prensa durante siglos. Y una tercera cuestión es que está en el índice de libros prohibidos para todos los países que no hicieron la Reforma protestante. Él atacó a la iglesia, aunque como lo protegía el rey, se publicó. Fue el monarca el que lo defendió de la Sorbona, porque los teólogos lo censuraron. Esa censura provocó que en España la primera traducción al castellano, la de Eduardo Barriovero y Herrán, fuera la de 1905. En esa fecha se publicó Gargantúa y luego en el 22 se publicó la completa.
-Entonces, ¿no es un libro que no haya envejecido bien?
-Ahora es un libro increíblemente moderno. En la actualidad estamos acostumbrados a jugar con la lengua, a que sea un instrumento de experimentación. También por sus posiciones humanistas y éticas. Además, esa especie de sátira, de burla, también es modernísima.
-¿Al lector moderno le puede chocar su humor escatológico?
-Y además a veces es soez, muy obsceno. Hay que tener en cuenta que tiene a la Edad Media pegada. Eso lo que hizo fue que durante ciertas épocas estuviera mal visto, aunque la censura iba más por los ataques a la iglesia.
-¿Fue Bajtín el que la recuperó para la modernidad?
-No, hubo muchos otros. Él lo que hizo es que desde una visión marxista subrayó su lado carnavalesco, en lo que ve un ataque al poder. Lo que pasa es que en España la progresía antifranquista lo ha destacado. Sin embargo, esta tesis en mi opinión es discutible porque está como uña y carne con el rey. Sí que se mete con el poder eclesiástico, con todo lo que es la corrupción medieval del espíritu evangélico. Lo que él defiende es la pobreza, la sencillez, no poner superestructuras.
-Hay diez traducciones al español de Gargantúa y Pantagruel, aunque no todas sean de los cinco volúmenes. Yo las estudié todas y me pregunté como siendo Rabelais un grande, un autor canónico, en España nadie lo ha leído salvo especialistas universitarios. Las cotejé bien y llegué a dos conclusiones. Rabelais es un loco y un genio de la lengua: hay miles de juegos de palabras. Ante eso, algunos traductores los omiten. Otros los dejan en francés. Otros los traducen literalmente y anotan a pie de página que en el original hay un juego intraducible. Claro, como eso es fundamental en Rabelais, un poco mata su obra. Y por otro lado, como es un hombre de un siglo XVI en plena ebullición, el que no es especialista se pierde, porque hay que estar muy al tanto para ver sus críticas soterradas. Eso exige un aparato de notas muy extenso, en algunos casos hasta dos tercios de la página. Ante eso, yo tomé dos decisiones: a todas las maravillas del lenguaje se les buscaría la correspondencia y no poner ni una sola nota. Pero claro, a cada capítulo, para que el lector pudiera disfrutar de ese monumento, le ponía una introducción.
-¿Ha sido muy difícil realizar estos texto introductorios para clarificar tantas cosas?
-A veces más que la traducción. Yo siempre los escribí pensando en un lector meta, que es un lector culto pero no especialista en el XVI. Para él tenía que buscar un punto con la suficiente erudición pero sin ponerme pesado. Y tenía que ser a la vez breve y ameno. Pero estoy contento porque la gente me dice que está bien.
-Aunque el propio Rabelais señalaba que había hecho la obra para entretener a sus enfermos que él trataba como médico.
-En el prólogo a Gargantúa lo que hace es justificarse. Él es un humanista con conciencia plena de ser un renacentista que lucha contra lo medieval y todo eso en la época puede ser peligroso. Por eso dice que escribe en ratos libres bebiendo y que lo que cuenta son cuchufletas. Sin embargo, a la vez dice: no os toméis los títulos a broma, haced como el perro que roe y roe el hueso hasta llegar al tuétano. Pero acto seguido, en el mismo prólogo, dice: no vayáis a creer que esto va en serio porque esto son bromas. Él organiza un lío sobre su objetivo.
-¿Hace eso como forma de pasar la censura?
-Era una forma de pasar la censura y disimular, pero también eso es él. Por un lado es un libro con una cultura deslumbrante, con diálogos filosóficos, tesis humanistas para combatir la herejía, la hipocresía, la censura... Y a la vez ese un divertimento cómico. Por ejemplo, Panurgo, un pícaro o un gracioso, en mitad de una discusión filosófica seria dice: "Pero aclarar esto es más difícil que arrancarle un pedo a un burro muerto". Esa mezcla de lo carnavalesco medieval y de lo humanista renacentista es permanente en Rabelais.
-Pero, ¿por qué esta obra es tan desconocida para el gran público? ¿Cómo no está en el centro del canon?
-Él escribió esto en el XVI, que es un momento previo al Clasicismo. Cuando este llega no soporta ni la mezcla de géneros ni los juegos de palabras, cualquier cosa que emborrone la transmisión clara del mensaje, que haga ruido en la comunicación. El segundo motivo es que es un libro cómico y la risa no ha tenido buena prensa durante siglos. Y una tercera cuestión es que está en el índice de libros prohibidos para todos los países que no hicieron la Reforma protestante. Él atacó a la iglesia, aunque como lo protegía el rey, se publicó. Fue el monarca el que lo defendió de la Sorbona, porque los teólogos lo censuraron. Esa censura provocó que en España la primera traducción al castellano, la de Eduardo Barriovero y Herrán, fuera la de 1905. En esa fecha se publicó Gargantúa y luego en el 22 se publicó la completa.
-Entonces, ¿no es un libro que no haya envejecido bien?
-Ahora es un libro increíblemente moderno. En la actualidad estamos acostumbrados a jugar con la lengua, a que sea un instrumento de experimentación. También por sus posiciones humanistas y éticas. Además, esa especie de sátira, de burla, también es modernísima.
-¿Al lector moderno le puede chocar su humor escatológico?
-Y además a veces es soez, muy obsceno. Hay que tener en cuenta que tiene a la Edad Media pegada. Eso lo que hizo fue que durante ciertas épocas estuviera mal visto, aunque la censura iba más por los ataques a la iglesia.
-¿Fue Bajtín el que la recuperó para la modernidad?
-No, hubo muchos otros. Él lo que hizo es que desde una visión marxista subrayó su lado carnavalesco, en lo que ve un ataque al poder. Lo que pasa es que en España la progresía antifranquista lo ha destacado. Sin embargo, esta tesis en mi opinión es discutible porque está como uña y carne con el rey. Sí que se mete con el poder eclesiástico, con todo lo que es la corrupción medieval del espíritu evangélico. Lo que él defiende es la pobreza, la sencillez, no poner superestructuras.
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