Bienaventurados quienes usan el 'palo-selfie' para atizar el fuego
Selfie. Así se titularía ahora el gran poema de Walt Whitman. Y no lo escribiría un anciano hermoso como la niebla y ni mucho menos sería un canto total y visionario. El actual Song of myself es una foto generalmente falsaria que nos echamos a nosotros mismos para publicarla pronto en las redes. Malverso a Whitman: "Me celebro a mí mismo./ Y cuanto asumo tú lo asumirás, /porque cada píxel que me pertenece, te pertenece a ti también".
Los hay de todo tipo (consulto al oráculo de Google): en grupo, del culo, en el gimnasio, después de la coyunda (selfie aftersex), en plena berrea (para hacer sexting), con una app que troca y truca las caras, el frontback, el selfie playero de pinreles y el sleeping selfie, que es la foto a una misma haciéndose la dormida. También se ve mucho bodegón -del plato de comida (foodography) y del café capuchino…-. Parece que ya no bastara con vivir como se pueda, sino que necesitáramos ante todo mostrarlo y sentirnos entonces especiales -o, mejor aún, únicos- por hacer la digestión, la siesta o la voltereta. Ahora sí, Baudelaire, podemos ser sublimes sin interrupción. Podemos retratar un ideal impostado de nosotras mismas no sólo para estar encantadas de (des)conocernos, sino para forjarnos una identidad de pegolete y recrear nuestra realidad de cara a la galería. Bien podríamos aprovechar esta Casa de los Espejos que ofrece la tecnología para la reflexión, el arte o para reírnos de nuestra imagen deformada. Podrán ustedes responderme que cada cual es libre de hacer con su móvil lo que le da la gana. Cierto. Pero qué curioso, que a tantos millones de personas les dé por hacer lo que toca cuando creen hacer lo que quieren.
Mundo raro este, en el que los diferentes se parecen cada vez más entre ellos. Los selfies y adláteres han normalizado poses y gestos estándar, impropios de cada cual. Ya no nos sorprende ver a gentes como trinquetes poniendo la boca así, como si estuvieran succionando algo, al hacerse una autofoto. Llámenme antigua, pero siento que hay algo indecoroso en pedirle a la abuela que ponga para la foto el pulgar hacia arriba o morros cualquier otro mohín de estos.
Hace poco recibí una foto por correo. Me extrañó, el remitente no es en esto lo que se dice un hombre de su tiempo. Alguien le había hecho una foto así, al vuelo. Allí estaba él, su gesto inconfundible y el cariño de enviarme su estampa cierta, su verdad. Bienaventurados quienes usan el palo-selfie para atizar el fuego.
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