Arquitecto y concejal socialista en Zarautz a cargo del Área de Cooperación al Desarrollo
Foto: EFE |
Vivimos un contexto paradójico en el que se contraen el apoyo y los fondos destinados a la Cooperación Internacional, particularmente en España, y por otro lado vemos aflorar indicadores de mayor y mejor desarrollo a nivel global. En ese marco, la ONU ha fijado los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que por primera vez incluyen el denominado cuarto mundo -las bolsas de pobreza y marginación que están a la vuelta de la esquina, tu esquina- ubicado en nuestros países supuestamente desarrollados. Y es además en ese marco también en el que la crisis de los refugiados ha llamado ya definitivamente a las puertas de Europa, desestabilizándola profundamente. Dos situaciones que la batidora de la globalización ha introducido en la coctelera, devolviéndonos un panorama en el que la Cooperación al Desarrollo a menudo debe reorientarse para cooperar en paliar situaciones urgentes en países que uno nunca hubiera imaginado como necesitados, países y continentes a los que se suponían medios y voluntad suficientes para hacerles frente.
Esta coyuntura debiera obligar a entender la Cooperación al Desarrollo definitivamente no como una inversión asistencial cuasi caritativa o de ayuda a fondo perdido, sino como una inversión de futuro para nuestros propios países. No haberla entendido así con anterioridad y haber destinado a Cooperación unos fondos residuales y unas cuotas de PIB irrisorias ha contribuido sin duda a acelerar problemáticas dramáticas que finalmente explotan cada vez mas cerca de un Occidente ensimismado. La crisis económica y la reducción de la recaudación en las arcas públicas ha hecho mella aún mas en los exiguos fondos destinados a Cooperación al Desarrollo. Un error estratégico de bulto ya que la Cooperación es también una forma de diplomacia. Su jivarización corre acorde al desdibujamiento de la presencia y de la influencia internacional de España y Europa en el mundo, que se ha visto acentuada por la crisis económica, pero que viene originado por una cierta ceguera endémica en política internacional.
La Cooperación debiera ser un pilar esencial de toda política internacional, pero en realidad debiera ser mucho más que eso. En el fondo, es trabajar por el desarrollo, o sea, el progreso y el futuro, una cuestión de solidaridad global mas allá de la urgencia. Mientras no entendamos que invertir -y no tanto "ayudar"- en el desarrollo de los demás y con los demás es invertir en nuestro propio desarrollo y bienestar, poco habrá que hacer.
Habitamos un único mundo con distintas situaciones entrelazadas y diferentes niveles de desarrollo humano, económico, tecnológico, social y cultural. Combatir la pobreza y la desigualdad a nivel global, por solidaridad, o por simple humanidad, redunda indirectamente tambien en el bienestar y la tranquilidad de los que más tienen. Y está bien que así sea. En un mundo globalizado y altamente interconectado como el que nos ha tocado vivir, trabajar por el desarrollo de ciertos países es en realidad trabajar indirectamente, pero fehacientemente, por el bienestar propio, ya que muchos de los vectores de desestabilización del primer mundo proceden del subdesarrollo de los demás mundos, ya que en definitiva todos estamos en el mismo.
Haber conocido de primera mano la labor realizada por los voluntarios permite tomar la verdadera medida de la importancia crucial de la Cooperación al Desarrollo. Su autentico sentido.
No es buenismo izquierdista que todo lo explica con que las guerras vienen causadas por situaciones de opresión social e imperialismo occidental. Es simplemente reconocer que un cierto nivel de desarrollo contribuye a minimizar la conflictividad del mundo y las situaciones de crisis humanitarias. Basta con comparar los daños de un terremoto con la misma intensidad en países preparados para ello y otros que no lo están.
Si queremos invertir en paz, seguridad y prosperidad, hay que invertir en Cooperación al Desarrollo, aquí y allá. Si no lo hacemos por compromiso ético y moral, hagámoslo al menos por puro interés propio.
Desde un punto de vista socialdemócrata, se trata de una cuestión de justicia social y de redistribución de riqueza a nivel global, simple y llanamente. Algo que como ya se ha demostrado a lo largo del siglo XX a nivel nacional, beneficia a todo el conjunto, y no solo a una parte. Y si nos sacudiéramos los prejuicios sobre la Cooperación al Desarrollo, entenderíamos que es una cuestión de tipo estructural a nivel global y que no solo redunda en beneficio de los países destinatarios de las ayudas, sino que mejora el nivel de bienestar de los países donantes. En el mundo globalizado de hoy, trabajar por la mejora de las condiciones de vida de una comunidad a 5.000 kilómetros de distancia puede paradójicamente acabar siendo, por ejemplo, sinónimo de invertir en formación de capital humano para nuestra propia comunidad. En ese sentido, globalizar la socialdemocracia pasa también por potenciar la Cooperación al Desarrollo y, entre otras cosas, trabajar por la mejora de las condiciones de vida y las condiciones y derechos laborales en el conjunto del planeta.
Confieso que hasta haber sido concejal de Cooperación al Desarrollo del Ayuntamiento de Zarautz, mi único contacto con la Cooperación al Desarrollo eran las revistas periódicas y las diversas comunicaciones que uno recibe por ser socio de una ONG, Medicos Sin Fronteras, Amnistia Internacional y ACNUR en mi caso. Los aportes mensuales son sin duda una base fundamental para que las ONG puedan funcionar. Para el ciudadano, puede acabar siendo una cómoda forma de delegar, pero quizás también de diluir, el compromiso, convertido en transferencia bancaria. Por eso la distintas ONG insisten tanto en la labor de sensibilización. Haber conocido de primera mano la labor realizada por los voluntarios permite tomar la verdadera medida de la importancia crucial de la Cooperación al Desarrollo. Su autentico sentido. Como concejal, me ha tocado ver el nacimiento de pequeñas ONG muy técnicas y profesionales, como Salvamento Marítimo Humanitario, y otras más del tipo movimiento activista surgidas como reacción a la crisis humanitaria de los refugiados de la guerra en Siria. Y también conocer otras más discretas que llevan a cabo una labor más de fondo y que día a día cooperan para el desarrollo de localidades remotas y extremadamente pobres. Muchos de los Derechos Humanos que todos decimos defender no tendrían ni un ápice de realidad si no fuera por el trabajo abnegado y muchas veces arriesgado de los voluntarios que trabajan en la Cooperación al Desarrollo y contra las crisis humanitarias.
Los que todavía creemos y defendemos la politica y las instituciones como herramientas de transformación social, desde lo local hasta lo global, debemos buscar sinergias y formas de colaboración más estrechas, leales y sinceras con aquellos que ya están sobre el terreno, llegando a donde la institución no llega. Debemos potenciar y desarrollar políticas ambiciosas en el campo de la Cooperación Internacional para construir realmente derechos humanos y sociales a nivel global.
Frente a las tendencias hacia repliegue identitario, autárquico y xenófobo que se nos vienen y están cogiendo ya una fuerza descomunal en Europa, debemos apostar por mantener, reforzar y desarrollar la Cooperación Internacional al Desarrollo por el bien de todos y por el nuestro también.
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