La limpieza remite a lo sucio, a lo impuro, a lo mestizo, y es ahí donde reside el éxito de Trump y su muro de la frontera sur
Según todos los indicios, la premier británica, Theresa May, abogará por una ruptura limpia y celérica con la Unión Europea. Una ruptura que no coincide con la opinión de algunos de sus ministros, y de la que May cree obtener una ventaja para el Reino Unido. A ello se añade el apoyo de Nigel Farage y la felicitación entusiasta de Donald Trump, que ya ha manifestado su aprobación a esta nueva insularidad de la vieja Albión, de ventura tan incierta. Lo más desconcertante, en cualquier caso, ha sido la posición del laborista Corbyn, que ha defendido el Brexit y el cierre de fronteras como una mejora para sus votantes. Lo cual nos lleva a preguntarnos, inevitablemente, no sólo por el futuro de Gran Bretaña y de la Europa continental, ahora emparedado por el amistoso tándem Trump/Putin; sino por el futuro del laborismo y el propio concepto de la izquierda que se deriva de las declaraciones de Corbyn.
El problema quizá resida en esa vocación de limpieza, tan reveladora y tajante, que mueve al nuevo segregacionismo del XXI. La limpieza remite a lo sucio, a lo impuro, a lo mestizo, y es ahí donde reside el éxito de Trump y su muro de la frontera sur, así como del folclorismo romo de Nigel Farage. También May parece prometer una cirugía exenta, inmaculada y rauda para la desconexión; y no podemos descartar que Corbyn sueñe con una Inglaterra más inglesa, sin la tediosa variedad que ofrece el emigrante. El problema, claro, es que esta limpieza, esa pulcritud, no existe cuando tratamos de las relaciones humanas. Y ha sido la señora Merkel, ¡ay!, quien mejor ha comprendido este espejismo de lo puro, dando cobijo a los refugiados sirios en una magnitud muy superior a la de cualquiera de sus detractores. Digamos, pues, que ha sido Merkel, y acaso un crepuscular Hollande, quienes han sabido anticipar la naturaleza de este nueva política, a cuyo fondo se adivina el declive, el acoso, quizá la supervivencia, de Europa.
Pero no de su supervivencia económica; sino de cuanto significa y se ampara bajo ese nombre. Dice Ramón Andrés en su último libro que el mito de Europa está construido sobre innumerables guerras. De ese incesante batallar, sin embargo, y de la infinita amargura que propició a sus hijos, nace la necesidad de Europa. Una Europa mestiza, gloriosamente impura, contraria a la que postulan Farage, May y Corbyn. Nada más europeo, por otra parte, que esta anti-Europa ocasional y pedestre que hoy, nuevamente, nos acucia.
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