Fue la primera mujer en ganar el Nobel, y la primera persona por dos veces
Q style="text-transform:uppercase">UISIERA estrenar este espacio dedicado a la ciencia con un modesto homenaje a una mujer de origen polaco, más conocida por su nombre francés, que dio su vida a la ciencia y por la ciencia. Quizá les suene: Marie Curie. Pero, vamos a ser sinceros aquí, ¿Por qué es famosa? ¿Cuál fue su contribución a la ciencia? ¿Quién fue Marie Curie? ¿Saben algo de su vida? ¿Conocían que trabajó varios años de institutriz para pagarle a su hermana Bronia los estudios? ¿Por qué ese empeño en contar su vida?
Fue una mujer formidable. En sesenta y seis años acumuló logros que tardaron mucho en ser alcanzados por otros científicos, como ser la primera mujer en ganar el premio Nobel o, mejor aún, ser la primera persona en lograrlo en dos ocasiones. Pero mejor empezar por el principio. Manya, el nombre polaco de Marie Curie era Manya Sklodowska, terminó el instituto a los 16, un año antes y la primera de su clase; pasó el año siguiente en el campo, descansando. Ella quería estudiar ciencias pero, aunque su familia la apoyaba, no se lo podía permitir, de manera que su hermana Bronia y ella llegaron a un acuerdo: Manya trabajaría para pagarle a Bronia los estudios de Medicina en París, y cuando Bronia tuviera trabajo, costearía los de Manya. Y así se hizo; en el momento de matricularse por primera vez en la facultad de Ciencias de la Sorbona, lo hizo con el nombre de Marie Sklodowska. Había 1.800 estudiantes, sólo 23 eran mujeres.
Cuando nuestra protagonista se graduó en Física, su expediente le valió una beca para estudiar un año más de Matemáticas. Motivada estudiante y trabajadora incansable, se dice que se concentraba tanto en sus sesiones de estudio que a veces se olvidaba de comer. De hecho ella misma recordaría aquellos años como los mejores de su vida, ya que al fin tenía lo que había soñado. A sus veintisiete, poco antes de obtener su titulación en Matemáticas, conoció a Pierre Curie. Fueron presentados por un amigo común y, rápidamente, congeniaron muy bien. De hecho, al año siguiente se casaron, y en una ceremonia más que sencilla; en lugar de luna de miel, se fueron de excursión en bicicleta a descubrir los bosques de la campiña alrededor de París. Se dice que fueron una pareja formada por el magnetismo, ya que ambos trabajaban en ese tema y fue el motivo de que se conocieran, pero a mí me gusta más decir que fue una pareja unida por la Ciencia, que era su pasión.
Lo que está claro es que fueron una pareja feliz: trabajaron juntos en la búsqueda de la radiactividad, Pierre abandonó sus propios estudios para unirse a los de ella, que eran más prometedores. Y no se equivocó, ya que apenas unos meses después de que Marie defendiera su tesis doctoral, recibieron la noticia de que habían sido galardonados con el premio Nobel de Física (compartido con Henri Becquerel, descubridor de la radiactividad).
Tres años más tarde, Pierre se encontraba ya muy enfermo, con toda seguridad a causa de la exposición a la radiación, cuando fue atropellado por un carro en una lluviosa mañana de abril (quiere la casualidad que esta triste efeméride coincida con mi cumpleaños). Semejante tragedia marcó a Marie, sumiéndola en una depresión, aunque finalmente pudo sobreponerse y continuar sus investigaciones (¿como una forma de honrar la memoria de su marido?), y tomó su plaza de profesora en la Sorbona. Un detalle: viuda, tuvo que compaginar su investigación, con el trabajo de profesora, y con los cuidados de sus dos hijas y su suegro enfermo. ¿Esto les suena? Bien podría parecer una mujer del siglo XXI.
Marie asistió al primer Congreso Solvay (celebrado en Bruselas en 1911), unas prestigiosas jornadas donde los científicos del momento discutían sus trabajos. Fue, por supuesto, la única mujer, y se codeó con científicos de la talla de Einstein, Nernst, Plank, Rutherford; en definitiva se codeó con científicos de su propia talla. A fin de cuentas, sólo unas semanas después recibió un telegrama donde se le informaba de que había recibido su segundo premio Nobel, esta vez en Química. Pero unos días antes la prensa había aireado su aventura con Paul Langevin, un científico infelizmente casado, lo que hizo que la sociedad francesa, lejos de celebrar la hazaña de ganar dos veces el premio Nobel, la repudiara.
Y si son poco conocidos estos detalles de su biografía, lo es aún menos el hecho de que su labor no se limitó a las ciencias exactas. Durante la Primera Guerra Mundial Marie se aventuró a llevar los rayos X al frente: organizó veinte unidades móviles de rayos X y doscientas unidades de estaciones radiológicas, lo que sirvió para hacer radiografías (una técnica muy innovadora en la época) y ayudar así a tratar soldados heridos, encontrando fracturas y restos de metralla. No se limitó a aportar la idea, sino que entrenó personal en técnicas radiológicas y trabajó junto con su hija Irene como técnico en radiología. De hecho Irene, con tan sólo diecisiete años, trabajó aún más duramente en este proyecto que su madre. Incluso es probable que tan prolongada exposición a los rayos X le provocara la leucemia que terminó con su vida tan joven, a los cincuenta y nueve años, y por cierto tras haber ganado también el premio Nobel en Química.
Marie, que siempre había practicado deporte (no nos olvidemos de su particular viaje de boda) ya en sus últimos años se aferró al ejercicio físico, como su particular seguro de vida, pero la radiación ya había envenenado su cuerpo lentamente. Ese radio al que había dado su vida, terminó por causar una leucemia que se la llevó por delante a los sesenta y seis. En su certificado de defunción se reconoció por primera vez en un documento oficial que la radiación era perjudicial para la salud. ¡El radio había matado a Marie Curie! Me permito una pequeña licencia, la de tomar y adaptar palabras de Miguel Hernández: cuando muere un científico la Ciencia se siente, se siente herida y moribunda en las entrañas.
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