El caldo de cultivo para que fragüe el déspota siempre está latente. Por ello, hay que estar siempre prevenidos
Las comparaciones con el pasado permiten comprender mejor las sombras que arrastran los sucesos del presente. Si esa mirada hacia atrás se orienta con suficiente espíritu crítico, los acontecimientos negativos que -de una forma u otra- siempre retornan, ya no nos cogen desprevenidos. Hay quienes se irritan ante los comentarios que, en estos días, relacionan las oscuras expectativas del presente con las épocas de Mussolini, Hitler y Stalin. Tales analogías les parecen exageradas, pero recordar la resignación y condescendencia con que fueron aceptados aquellos movimientos totalitarios, ayuda a mantenerse ahora en actitud de vigilante análisis. El caldo de cultivo para que fragüe el déspota siempre está latente. Por ello, hay que estar siempre prevenidos, antes de que incube y se haga fuerte. Para conservar la democracia resulta, pues, necesario tener presentes las lecciones del pasado. Y respecto a los momentos actuales, nada más instructivo que volver página y releer los acontecimientos de los años treinta y cuarenta del siglo veinte.
Fue la inercia de sus poblaciones lo que alentó que germinara entonces el monstruo totalitario. Pero ahora puede que, lograrlo, ya no les resulte tan fácil a los aspirantes a tan siniestro papel; porque ha surgido, casi simultánea con el peligro, una activa resistencia. Una resistencia prometedora que se va extendiendo, alimentada por el recuerdo de lo que pasó cuando, en Europa, no se frenó a tiempo aquellas ansias de poder absoluto. Este rearme moral, ya iniciado, desde el día 20 de enero, por parte de la sociedad estadounidense y con visos, ojalá, de tomar cada vez más cuerpo, constituye un punto de partida para recuperar, entre tantos nubarrones, un mínimo optimismo.
La lectura es uno de los elementos que está ayudando a revivir críticamente la experiencia totalitaria. Y como el mejor ejemplo de esta tendencia, el libro de George Orwell, 1984, ha elevado sus ventas, en los Estados Unidos, en un diez mil por ciento, desde la entronización de su nuevo presidente. Se ha convertido, pues, en el estimulante manual de una nueva resistencia. Parte de la prensa europea se ha sorprendido gratamente de esta acogida, quizás porque había olvidado el poder destructivo que encierra esta novela inglesa escrita en 1948. Lo que parecía destinado a ser sólo un libro testimonial europeo, se ha transformado en una obra de combate que ha acudido en generosa ayuda de la democracia americana.
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