La bondad nunca tuvo buena prensa. "De buena es tonta", suelen decir quienes se pasan de listos
Investigan al padre de Nadia por explotación sexual de la niña. En Huércal de Almería, un tipo degüella a una mujer porque ya no era suya. El teléfono contra el bullying detecta en sus dos primeros meses de vida 2.000 posibles casos de acoso escolar. Estas y tantas otras noticias, sumadas a las terriblezas -diría Ory-, putaditas, desaires y usuras de nuestro día a día, nos abocan a la conclusión fácil, que consiste en mentar a Hobbes y a Plauto y repetir así, al bulto, que "el hombre es un lobo para el hombre", que tenemos los humanos mala entraña. A esta afirmación le suele seguir un mohín displicente ante esos -a su entender- tontucios aún adscritos, igualmente sin matices, al buen salvaje de Rousseau. No puedo evitar cuidarme de quien afirma que los humanos tenemos mala condición, pues en esa afirmación se reconoce a sí mismo como alguien que, al menos de partida, no es de fiar.
Ni lobos ni corderos. Suscribo a Bertrand Russell, que dice: "Existe una posibilidad para lo mejor de uno mismo y otra para lo peor". Y continúa: "La vida mejor es aquella en la que los impulsos creativos representan la mayor parte y los impulsos posesivos la menor". Salta a la vista: los valores y modelos de nuestro siglo sacan, en mucho, la parte chunga de nosotros mismos. En la práctica, los impulsos posesivos -relacionados con bienes materiales, donde suelen incluirse, como cosas, a las personas y las relaciones- se llevan la palma: competir y no colaborar, dividir y vencer, compararse, barrer para dentro, tener para ser, querer sólo para sí, medrar. La bondad, además, nunca tuvo buena prensa. "De buena es tonta", suelen decir quienes se pasan de listos.
Hay un modo especialmente usual y peligroso de hacer el mal: ser un mandado. Ejecutar, lo que sea, eximidos de culpa. Pero puede haber otro peor: creerse en plena posesión de la verdad y facultado para dispensar el bien. El médico que separó a una niña de su madre biológica para darlo irregularmente a otra, probablemente pensara que hacía el bien. Quien firma un decreto de muerte piensa que hace bien. El yihadista que se inmola cree que hace bien. Y el inquisidor y el pacificador… Sin caer en relativismos -la ética y su estudio nos libra de ellos tanto como de los dogmatismos- no está de más sostener una sana y continua sospecha sobre las convicciones y las bondades propias. Como dice Eugenio Trías, "la buena fe hace estragos" y la falta de conciencia y la ignorancia, más. Y ya "la parte chunga" no digamos…
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