TRIBUNA
Después del diluvio |
Parto del supuesto de un Pedro Sánchez como próximo presidente del Gobierno de España; no porque vaya a ganar unas elecciones generales (no las ganará nunca mientras siga respirando odio), sino porque quedando el segundo (tampoco asistiremos al sorpasso adolescente de Podemos) va a recibir de inmediato el apoyo de Pablo Iglesias y del magma separatista; catástrofe que sólo podría evitar una imposible mayoría absoluta del PP.
Pero esa misma imposibilidad vuelve posible (al menos, sobre el papel) la renovación penitencial del Partido Popular. Cuatro años de oposición, con un nuevo líder comunicador y empático, dan para mucho; sobre todo si va a ser la única oposición activa en el Parlamento, puesto que el resto del hemiciclo se habrá sumado al cordón sanitario contra esa derecha cruel inventada por nuestra izquierda canónica. Ser única oposición proporciona al oponente enorme visibilidad.
Lo que dará de sí el Gobierno de Sánchez ya se sabe de antemano: dosis masivas de Media Memoria Histórica, cambio de nombre a las calles, venta por parcelas del territorio a los nacionalistas, muchos gestos, mucho género, mucha subida de impuestos a la clase media (los ricos) y, va de suyo, un regreso a las cifras de paro en alza y a la prima de riesgo.
En cambio, aún no podemos imaginar la imagen que dará el PP desde los escaños opositores. Los antecedentes no son buenos. Tuvo cuatro años de supermayoría absoluta y, si bien las medidas económicas han dado resultado para sacar a España de la crisis, Rajoy nunca ha comprendido que no sólo de pan vive el hombre, ni tampoco ha percibido que desde hace cincuenta años se está jugando en España una guerra cultural que lo condiciona todo; una confrontación en torno a un imaginario común moldeado hasta hoy en régimen de monopolio por la progresía. El PP requeriría de otros líderes, no únicamente capaces de prometer con solvencia el fin del impuesto de Sucesiones, sino también libres del miedo reverencial a que los progres los tilden de reaccionarios. Como siempre, una cuestión de lenguaje. Una batalla por las palabras a empezar, quizás, por donde el PSOE aparece como más fuerte.
La situación del PSOE de Andalucía se ha vuelto penosa, y son patéticos los esfuerzos de Susana Díaz para disimular su fracaso recurriendo ahora al mismo discurso seudo izquierdista de su enemigo; no cabe descartar incluso, a medio plazo, la alianza con Podemos, la patada a Ciudadanos y la conversión de la presidenta de la Junta en una nacionalista andaluza. En tal coyuntura, si el Partido Popular andaluz fuese capaz de sacudirse el estilo Zoido y recuperar las enseñanzas de Javier Arenas (único líder del PP en Andalucía que sabe lo que significa estrategia y carece de complejos lingüísticos), sería aquí, en efecto, donde el PP podría iniciar más fácilmente su propia reconversión, y el punto de partida para la confrontación cultural en toda España. Cultura, está claro, no sólo entendida como interés por las artes y las letras; también, y sobre todo, como una nueva cosmovisión y unos distintos valores que por fuerza condicionarán la forma de entender y practicar la política. Un cambio de paradigma sobre el que ya he escrito en otras ocasiones, y que resulta imposible de resumir ahora en el espacio de una página de periódico. Sí cabe, en cambio, la referencia a una filosofía de partida y a citas clásicas de autoridad, algunas muy arcaicas, que, sin embargo, hoy suenan a ruptura. Así, cuando quinientos años antes de Cristo el maestro Confucio recela de la multiplicación de leyes que por su mismo número invitan a no cumplirlas. "La verdadera cohesión de una sociedad -asegura- no se funda mediante normas legales, sino por medio del rito"; esto es, de "usos civilizados y convenciones morales". Así, cuando Montesquieu considera que el incremento desbocado de la actividad legislativa, lejos de significar un progreso, refleja la crisis de "la moral social". Así, cuando Simon Leys vuelve a la importancia del lenguaje: "Si los nombres no son correctos el lenguaje no tiene objeto. La primera tarea del estadista es rectificar los nombres", cosa que de entrada evitaría la confusión entre una democracia con partidos y una democracia de partidos.
Entendámonos. No hago apología del Partido Popular. Únicamente presentó la hipótesis de su oportunidad como oposición única. Si después de cuatro años de Gobierno del sanchismo el PP no ha sido capaz de cambiar de piel habrá que darle definitivamente por cancelado
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