©UNICEF/DELIL SOULEIMAN |
Los niños sirios pagan el precio más alto por la guerra. Sufren el miedo a morir y a resultar heridos. Los que sobreviven sufren el dolor de haber perdido a sus seres queridos. Tienen cicatrices emocionales que durarán para siempre.
Llevo tres años trabajando en temas de salud y nutrición con UNICEF en el noreste de Siria. He visto a muchas familias huir de sus casas debido a la violencia, la mayoría de ellas solo con su ropa a su espalda. He conocido a muchos niños obligados a dejar la escuela, viviendo en condiciones extremadamente duras en campos, con muy poco o sin servicios básicos. He visto a niños rodeados de violencia, aguantando un sufrimiento físico y psicológico inimaginable.
Hace unos días visité un campo improvisado en Ain Issa, a 50 kilómetros de Raqqa. Iba a realizar una evaluación del estado nutricional y de salud de los niños. El campo alberga a más de 6.000 personas que han huido de la violencia en la ciudad de Raqqa. Cada día sigue llegando más gente al campo. Buscan seguridad y lo más básico para sobrevivir.
Yo mismo me vi desplazado de Raqqa hace seis meses. Pero nada de lo que haya visto puede compararse con la miseria y el sufrimiento que he visto en las caras de los niños estas últimas semanas en el campo de desplazados.
Conocí a un niño de tres años tendido sobre una pequeña alfombra en la tienda desgarrada de su familia. Tenía las mejillas rojas y la frente le ardía. Al principio pensé que era por el calor abrasador. Tras un rápido examen médico confirmé que Omar tenía sarampión. Le llevamos rápidamente al hospital más cercano, a una hora en coche, para que le dieran un tratamiento.
Luego me encontré con Adnan, un niño de 13 años que no ha pisado un aula en más de cuatro años debido a las restricciones que impusieron los extremistas que controlaban su ciudad natal, Raqqa. Después de todo lo que ha vivido, Adnan me dijo que su único deseo es continuar con su educación.
Más tarde conocí a Hiba, de 12 años. Esta niña ha sido testigo de hechos terroríficos. Vio cómo su casa era destruida por los combates. Luego tuvo que huir con su familia. "No tenía miedo por el camino", me contó con una preciosa sonrisa. "Todo el rato pensaba que una vez que llegáramos aquí, estaría segura".
Seguridad: es lo único que quiere. A pesar de las terribles condiciones dentro del campo. Mientras esté segura, puede aguantar dormir al raso con apenas un colchón que facilite su sueño, o una manta para cubrir su cuerpo.
Los niños quieren la oportunidad de vivir en dignidad y seguridad. De jugar. De estudiar. Quieren crecer para alcanzar su máximo potencial. En cualquier lugar de Siria, los niños quieren una infancia normal. Nuestro deber es darles esa oportunidad.
UNICEF está dando apoyo a las familias desplazadas en Ain Issa con 50.000 litros diarios de agua llevada en camiones. Junto con sus aliados, UNICEF está proporcionando suplementos nutricionales y micronutrientes a los niños. Para ayudar a mantener la higiene de las familias desplazadas que llegan a los campos prácticamente con las manos vacías, UNICEF distribuye regularmente artículos como jabón, detergente en polvo, cubos y suministros de higiene personal. UNICEF también ha instalado 100 letrinas y 48 duchas en el campo. Pero se necesita mucho más, mientras los niños sigan enfrentándose a una situación desesperada.
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