El mensaje que transmiten las pintadas da en indolencia. La guarrería crea un ambiente inhóspito. A lo mejor se cansa el cretino, que pinta para que quede y no le merecerá el trabajo si se le borra
-
MANUEL MONTERO | GRANADA
Están la Alhambra, el Albaicín, Sierra Nevada… todas las cosas que justifican Granada. Pero están también las pintadas. Por todos los lados. Al visitante lo dejan perplejo los mensajes absurdos e inútiles, pero sobre todo sucios. Casi no hay calle sin sus pintadas, sean reivindicativas, enamoradas, amenazantes o soeces. Al turista le queda la impresión de que bajo la Alhambra ha visitado una ciudad única en un orden de cosas que no sale en los folletos y que lo inunda todo.
Se va a intensificar la persecución a los grafitis que afean los Bienes de Interés Cultural, dicen. Bien está, pues no tiene nombre que haya monumentos emborronados por cuatro descerebrados (si alguien hace una pintada sobre San Jerónimo o en la Catedral lo más piadoso que se le puede llamar es descerebrado: además de imbécil, fascistilla y majadero). Pero siendo lo peor, hay más. Todo el espacio urbano recibe la agresión.
Llega la pintada y ahí queda para la posteridad. Algunas pintadas se adivinan longevas. Una avisa del paso de unos hinchas futbolísticos allá por 2004. Hay otra que reza «¡Ramiro Ledesma, Presente!». Por el aspecto, se está desmoronando –desaparecerá si no se la declara bien turístico-histórico, para enseñar la desidia– procede del siglo pasado: quizás autor y admiradores hayan pasado a mejor gloria. Pregunté en clase sobre el tal Ledesma. A un alumno le sonaba algo, pero le parecía futbolista del Chelsea o así.
De modo que si buscan solidaridades lo tienen crudo. Su único efecto: manchan la ciudad. En una pared se amontonan, pegándose entre sí, las siguientes leyendas: «Huelga general» (sin fecha, sobresalta), «No a Bolonia», «Piensa en ti misma»: y han pasado la huelga, Bolonia y no sé si el pensamiento selfie pero la mancha permanece. Y así calle tras calle. A la pintada «No permitamos abusos en el comercio» (¿cómo no estar de acuerdo?), que se repite en varios sitios, se le puede calcular una década por lo menos. Las típicas «No a la toma», «No al 2 de enero» pasman al viajero ocasional, que no sabe si ha llegado a otro mundo.
Hay pintadas racistas, contra la inmigración, y de leyenda batasuna. Reinan en las calles como si tal cosa. ¿Por qué el Ayuntamiento no actúa?, me preguntó una vez un visitante. No supe qué decir.
Es falso que Granada esté perdiendo la batalla de las pintadas, como se dice. No la ha dado. La cesión ha sido constante. Y eso que es una cuestión que en otros sitios se ha solucionado. Ciudades ha habido que hace unos años eran conocidas, además de por los desmanes, por la proliferación de pintadas y hoy pasan por lugares limpios.
De entrada, cabría quitarlas, pintar encima, que desaparezcan. Volverán a pintar, se dirá: pues de nuevo a taparlas. A lo mejor se cansa el cretino, que pinta para que quede y no le merecerá el trabajo si se le borra.
El medio es el mensaje, y el que transmiten las pintadas da en indolencia. La guarrería crea un ambiente inhóspito. Si cuando se acabe el metro se admite una sola pintada en las estaciones –y no se borra si la hay– se convertirá en un ámbito deteriorado desde su nacimiento. En estas cosas se la juega una ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario