El término 'posverdad' ha sido acogido en diccionarios de referencia y, sobre todo, por el de Oxford
Sí, puestos a elegir, puede que posverdad sea palabra válida para dar cuenta de un fenómeno social cada vez más socorrido, dado su positivo efecto para los que saben utilizarlo. Lo preocupante es, pues, su grave incidencia en la opinión pública. La palabra elegida es lo de menos, ya que su invención responde a una simple ocurrencia verbal, un comodín expresivo, que llevaba su buena docena de años pululando por el mundo filosófico inglés y francés. Y, finalmente, el término posverdad ha sido acogido en diccionarios de referencia y, sobre todo, el de Oxford, que lo ha santificado como vocablo del año 2016. Por tanto, como es posible que el lenguaje periodístico lo prodigue cada vez más, quizás convenga clarificar algunas de sus connotaciones.
Hasta tiempos recientes, cuando un discurso político buscaba atraerse la opinión ciudadana, recurría a hechos fidedignos para apoyarse. La verdad de esos datos debía de ser incuestionable. Y los errores eran rectificados, porque de no ser así, el público reaccionaba críticamente al sentirse engañado. En cambio, en la actualidad, ese respeto hacia la verdad se ha difuminado de manera considerable. Son muchos los ejemplos de evidentes fraudes a la veracidad de los hechos. Por acudir solo a los más llamativos, basta recordar cómo impúdicamente se falsearon los datos referentes a la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea. Y una vez obtenidos los resultados deseados, los partidarios de la separación no se sintieron moralmente obligados a excusarse ni a rectificar. Otro tanto podría añadirse del nuevo presidente de los Estados Unidos, que incluso denunció, sin base documental, que Obama no había nacido en el país. Pero ni por ésta, ni por otras no verdades, sus partidarios le han retirado su apoyo. En el caso de España, también, desde hace años, los secesionistas catalanes, ilusionan a su electorado con las idílicas ventajas que aportaría una desconexión, de la que nunca aportan ni medios ni datos concretos.
La pregunta clave, pues, respecto a estas posverdades radica en saber por qué, a pesar de todo, los respectivos electorados no reaccionan y aceptan, incluso entusiasmados, mentiras apenas disfrazadas. Quizás la respuesta está en esos públicos a los que ya no afectan ni la veracidad ni los hechos objetivos. Lo que influye en su opinión es el cultivo de sus emociones personales. Y eso los vendedores de posverdades saben hacerlo, procurando que la gente tome sus decisiones en función de los sentimientos más tóxicos.
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