La Orquesta Nacional de Francia abrió el Festival de este año, conmemorando el bicentenario de Verdi y Wagner
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ANDRÉS MOLINARI | GRANADA
Daniele Gatti, al frente de la Orquesta Nacional de Francia, en la sesión que anoche abrió el Festival. :: ALFREDO AGUILAR |
El programa era casi obligado. Por doquier se viene celebrando este año el doble bicentenario que recuerda aquellas dos hercúleas columnas de la ópera novecentista, a la vez que polos opuestos en estética musical y peripecia vital. Desde nuestra vecina Francia, su Orquesta Nacional vino a jugar el papel de prologuista a los homenajes de rigor, aunque siempre en un tono antológico ya que sus ópera completas aún son un sueño en nuestro festival.
Tres para Verdi y cuatro para Wagner. Esos fueron los fragmentos escogidos de sus proteicas producciones operísticas, siempre restringidos a la orquesta mediana en dimensiones, que es la que suele ocupar el foso teatral, dejándose notar, y mucho más añorar, la presencia de un coro para que alentase la noche con la remembranza de otros fragmentos no menos famosos, además de los puramente sinfónicos.
Cumplir con corrección
La actuación de la orquesta francesa no pasó de cumplir con cierta corrección la tarea encomendada. Toda la noche se esforzó en encontrar los volúmenes adecuados y los matices diferenciales de cada obra, manteniendo el carácter peculiar de ambos autores, pero sólo consiguió una cierta rutina en la lectura de las obras y un pasable deleite en el fraseo de los temas. Con Verdi quiso ser pimpante y festiva, casi como una banda de pueblo, con esa mirada al Mediterráneo del que Francia también forma parte. Pero los arrastres algo cansinos, en su afán del paladeo excesivo, deslucieron los pasajes más discursivos, dichos con escaso salero y menor encanto, como a la espera de los más rotundos y marciales, que era en donde esperaba lucirse.
Daniele Gatti, hombre experimentado en dirigir ópera, trató a su orquesta como si junto a ella estuviesen actores y coro, atendiendo a cada sección pero desatendiendo el conjunto, lo que explica los muy frecuentes desajustes entre el metal y las cuerdas. No obstante es de alabar el espíritu romántico con el que trató de impregnar su lectura de las obras, alcanzando instantes de cierta expresividad cuando se internaba por los laberintos cavernosos y enigmáticos de Verdi o por las pasiones no del todo contenidas en la obra de Wagner. Lástima que no alcanzase a domeñar al pícolo indiscreto en Verdi y a las trompas hiperactivas en Wagner para traerlas al redil de buen empaste y la calidad sonora. Ante estos protagonismos traseros, la cuerda se volvió opaca por momentos y tan sólo despertó de su letargo cuando llegaban los fortísimos, en los que toda la orquesta quiso enmendarse a sí misma mostrando aquella conjunción que antaño la hizo famosa.
Si bien es cierto que el romanticismo meloso se considera ogaño trasnochado y las obras nacidas en aquel período se ejecutan hoy con sobriedad y despojo, a veces unas alícuotas de sentimentalidad no dañan la buena factura de las interpretaciones. Por eso son de agradecer un par de instantes en los que Gatti entrevera su dispersa y un tanto caótica batuta con lirismo nada pastoso y calidez nada contrahecha. Son los momentos en los que acierta y no esos otros en los que busca el final ampuloso o la marcialidad efectista. Sus conatos de entusiasmo, sobre todo con Wagner, quedan oscurecidos por la ausencia casi constante de empaste orquestal, a pesar de colocar los violines segundos a su derecha, los chelos en medio del conjunto y las dos arpas como espejos de los contrabajos.
La Orquesta Nacional de Francia que oímos anoche no es la afamada que hace décadas rayaba en lo más alto de Europa. No puede decirse que su desaliño musical y su falta de gracia se debieran al programa obligado, que rendía homenaje a los dos compositores cuyas letras iniciales son tan correlativas y cuyas nacionalidades bordean a la Galia. Todo lo contrario, son obras que permiten a una orquesta lucirse largamente y al público disfrutar a placer. Pero no fue así. Como en otras ocasiones la intención estuvo muy por encima de los resultados.
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