viernes, 16 de noviembre de 2018

La tiranía del vientre plano ha acabado para mí elhuffingtonpost

Y vosotras, ¿habéis podido escapar de ella?

Está en todas las revistas, en la mayoría de las fotos que se comparten en primera plana (o no) en las redes, en boca de las mujeres que examinan cada una de sus formas al microscopio, dentro de la apreciación colectiva de lo que es un cuerpo "bonito". La cosa no viene de hace dos días y a veces llega a convertirse en una obsesión. Regímenes, sesiones intensivas de deporte, bragas reafirmantes, cirugía estética. Algunas mujeres están dispuestas a todo para ese vientre plano, sin redondeces, ese vientre idolatrado, puesto por las nubes, ese vientre que les permitirá por fin mirarse al espejo y no verse "tan mal", en comparación con las demás...
Todo por eso.

No puedo decir que yo haya escapado a esa maldición.

Lo que me pasó a mí, y le pasa a las demás, es que mi cuerpo se ha transformado a lo largo de los años. La maternidad ha tenido algo que ver, pero no sólo eso. Hace 20 años pesaba 10 kilos menos. Al lado de muchas mujeres, normalmente apreciaba mi cuerpo y nunca he tenido grandes complejos. Pero la tripa se me resistía. Los abdominales, el deporte y las pseudodietas no cambiaron nada. Durante mucho tiempo evité los bikinis. Cada vez que me miraba al espejo sólo veía eso, y pensaba que la gente que posaba sus ojos en mí se quedaba ahí. Esto me molestaba, y yo misma me molestaba. Sin contar con que vengo de una familia en la que las mujeres prefieren esconder más que mostrar, con el pretexto de que la gente no está obligada a ver un cuerpo considerado "poco agraciado", o por miedo a que los demás lo juzguen "inadaptado". Pero, ¿según qué criterios? ¿A partir de cuándo o de qué un cuerpo debe esconderse o mostrarse?

Durante mucho tiempo he envidiado a las mujeres con el vientre plano.

Después envidié a las mujeres rellenitas que lo asumían. Envidié a las mujeres que se burlaban de la mirada de los demás, que se sentían bien con su cuerpo, su sensualidad, mujeres libres que al final tenían una mirada benevolente sobre ellas mismas y del mismo modo invitaban a los demás a hacer eso.
Quienes tienen un vientre plano son una cantidad mínima y a veces, aunque tengan una tripa plana, querrían que fuera diferente. ¡Así que nunca hay nadie satisfecho! Y la lista de complejos es larga...
Podría escribir que una mirada cambió mi situación, pero sería falso. Me llevó tiempo lograr no sentirme mal cuando estaba desnuda. Seguía mirando mi tripa con esa mueca dubitativa, qué iba a hacer con eso. Poco a poco acepté que esa otra mirada quiere a mi cuerpo en su globalidad, sin centrarse en lo que yo consideraba un defecto. Acabé no prestando atención a ello, incluso logré ponerme un bikini ese verano (¡toda una hazaña!). Esa temporada hubo una reflexión que me dio vueltas la cabeza. Volví a sumergirme en el estudio atento de esa isla en el centro, que parecía bien instalada. ¡Cuántas horas perdidas queriendo un cuerpo distinto! Varios acontecimientos recientes me mostraron una relación diferente con el cuerpo, libre de juicios, lo que hizo resurgir la belleza y la singularidad. Poco a poco mi mirada cambia y se vuelve más suave, mira el conjunto. Poco a poco mi cuerpo empieza a sentirse bien y encuentra libertad de ser, tal cual, con sus asperezas, sus fuerzas, sus contornos, sus líneas, sus relieves.
Y a ti, ¿te suena esta relación con el vientre plano? ¿Te gusta tu cuerpo? ¿Te ha costado asumirlo, aceptarlo? ¿O tienes otros complejos?
Este post se publicó originalmente en el blog L'atmosphérique.
L'ATMOPSHÉRIQUE
(El nombre de la autora se ha modificado a petición suya)

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