No se ha desprendido la mañana totalmente del betún de la noche cuando salgo para Murtas, que está a 28 kilómetros de Ugíjar y por una carretera al principio con muchos baches y después más decente. Al tío de la rempuja panamá le gusta encontrarse con la mañana, casi nunca con la noche, por eso ha madrugado hoy para ir a Murtas.
También porque ha quedado temprano en el bar del Pinche con Antonio Valverde, José Espejo y Antonio Arcilla, tres murteños que llevan al pueblo en la memoria y en sus vidas. No es carretera para ir corriendo pero sí pensando u oyendo la radio. El paisaje advierte que queda atrás la vegetación frondosa y lo que aparecen son árboles dispersos que forman manadas como si fueran animales salvajes. Al viajero le gustan mucho los versos de su amigo Reinaldo Jiménez sobre los árboles y se acuerda de lo que él dice sobre las resecas cortezas de las vides, las formas impensables en los lechosos troncos de las higueras, la arisca robustez con que se alzaban los viejos castaños? Y la sabia quietud de los olivos. Y la espinosa dulzura de las plantas silvestres. Y la agreste beldad de los almendros.
De pronto, en la radio que llevo puesta comienzan a hablar en marroquí, lo que comento a la tertulia del bar Pinche nada más aparcar el coche en la plaza, a pie de iglesia, la dedicada a San Miguel y que llaman "la catedral de la Alpujarra"
-Es que aquí oyen mejor las emisoras africanas que las españolas. Y en la televisión se ve mejor la marroquí que Canal Sur. Es porque estamos muy altos y muy cerca de los moros.
Valverde, pues así le llama incluso Elena, su mujer, fue alcalde en la época de Franco y dice que a mucha honra, que no es de los que se avergüenza de su pasado. José Espejo ha sido durante muchos años el maestro del pueblo, cuando en las aulas se les tenía a los profesores un respeto mucho más grande que a los ministros. Y Antonio Arcilla se ha tirado toda su vida repartiendo cartas a los vecinos de la comarca.
La tertulia del Pinche
Dicen los tertulianos del Pinche que el término municipal de Murtas tiene parajes en los que se juntan hasta cuatro municipios. En uno se juntan Murtas, Turón, Adra y Albuñol. Y en el Collado de las Monjas se juntan Lobras, Albondón, Cádiar y Murtas. Y dicen que desde el célebre Cerrajón, que está a 1.508 metros y que se levanta imponente en el paisaje murteño, se pueden divisar hasta 30 núcleos de población alpujarreños.
Murtas, me confirman los tertulianos, es el único pueblo español cuyo Ayuntamiento abre los domingos.
-Antes también abría la caja de ahorros, pero ahora solo el Ayuntamiento -dice Valverde.
-¿Y eso?- pregunto.
-Pues que era el único día en el que podían venir todos los vecinos de las muchas cortijadas que hay aquí. Estaban toda la semana trabajando y solo podían venir el domingo a arreglar cualquier papel- responde el cartero jubilado.
-También se ha dicho que es porque aquí antiguamente se guardaba el "sabbat" de los judíos, que descansan los sábados en vez de los domingos. Pero yo creo que eso es una tontería.
El viajero de la rempuja pasa la mañana oyendo hablar a los tres sabios del pueblo, que todas las mañanas y tardes (cuando toca el dominó) se juntan para hablar de recuerdos, de haberes y de esperanzas.
Como lo saben todo sobre su pueblo, me dicen que a espaldas de la Venta del Chaleco está la cuenta del Cerro del Minchal, de la cual nadie conoce su final, porque siempre se agotan las baterías de las linternas de quienes entran antes de completar su exploración. Y me hablan de un tal Antonio, coleccionista de cencerros, que tiene más de mil ejemplares que ha buscado por toda España. Y me dicen que antes, en todos los pueblos, había una persona experta en afinar cencerros, «porque cada uno tiene un sonido diferente y gracias a él el pastor puede saber dónde están las ovejas».
-¡Qué bonito oficio! A mí me gustaría ser afinador de cencerros- digo yo.
-Bueno, mientras no acabe como uno?
El Pinche se llama Antonio Martín Rodríguez, pero si alguien pregunta por ese nombre en el pueblo, nadie sabe quién es.
-Es un mote que me viene de mi abuelo. Aquí, como en muchas partes, los motes se heredan.
El Pinche ha inventado un plato -el conejo al colorín- que hace que muchos viajeros entren a su local con la boca echa agua al saber que allí lo podrán degustar. La receta no se la da a nadie, por ahora, aunque dice que cuando se jubile, que será dentro de poco, podrá pasar a su hija o al que se haga cargo del bar.
-Aquí ha habido hasta seis bares, pero solo queda ya este. Me da mucha pena que cierre, por eso ya he pensado en el relevo. Además, si cierro? ¿a dónde van a ir estas criaturas?- dice en plan sorna señalando a los tertulianos.
El viajero pasa divinamente la mañana con aquellas personas que conocen el valor de la amistad y de los recuerdos compartidos. Valverde, José, El Pinche, Antonio? «qué buena gente, hablan despacio, miran de frente», que diría el trovo.
Los trovos.
Al salir del Pinche, Valverde me pide que le acompañe, que me va a enseñar una cosa. La curiosidad me invade y lo acompaño a su vivienda, que ha convertido en un museo privado, «para mí y mis amigos, pues aquí entra sólo quien yo quiero». Antonio colecciona monedas, fotografías, documentos antiguos y libros sobre la Alpujarra. Los tiene casi todos, hasta uno en el que se explica cómo se hace un condón con tripas de oveja. Tiene también Antonio una bodega con más de doscientos años con unos jamones que ha disecado el tiempo. Y allí, ante un bonito libro sobre troveros, hablamos de la tradición musical por excelencia de la Alpujarra.
Por si hay algún lector que aún no lo sepa, los trovos son quintillas -estrofas de cinco versos, normalmente octosílabos- que se cantan con el acompañamiento musical de instrumentos de cuerda. Sus características primordiales son letras mordaces y sarcásticas y, sobre todo, la improvisación y la rapidez de las respuestas de unos trovadores a otros, lo que los alpujarreños llaman el arte de repentizar, del que organizan festivales y competiciones. Cuando dos troveros se contestan uno a otro en plan desafiante, se llama "la picaílla".
Leamos cómo lo definió un día Juan el Migas, gran trovero:
Trovar es rápido invento,
cuya misión es unir
la rima y el fundamento,
y en cinco versos decir
lo que siente el pensamiento.
Uno de los troveros más famosos de la Alpujarra fue Miguel García Maldonado, más conocido por Candiota. Y Andrés Linares, además de trovar, tocaba el violín.
Al antropólogo y arqueólogo Spanhi, la estrofa que más le gustaba era:
Dice un borracho sin tino
en su angustioso desvelo
que un hombre harto de vino
si ha de subir al cielo
tiene más claro el camino.
Al salir del "museo" de Valverde, el viajero aún tiene tiempo para acabar el día y decide patearse el pueblo para ver el lavadero del siglo XVIII, en el que anidan las golondrinas, visitar el Pradillo (el museo del Prado pero en chiquitín, en el que se cuelgan pinturas decentes) y hablar con Jesús Martín, el hijo de Daniel el Carpintero, que también ha convertido en museo la antigua carpintería de su padre. Allí tienen todos los instrumentos que se utilizaban en la carpintería, hasta una vieja máquina para cortar madera que nos sirve para poner las copas del vino.
-Anda, no se vaya usted sin probar mi vino -me dice antes de ofrecerme un vaso. De tapa, un pepino con sal.
Jesús, dice que de vez en cuando él también le da al trovo, «pero solo cuando me ajumo».
A Jesús le dejó su padre un ataúd que fabricó cuando era carpintero y ahora él quiere convertirlo en botellero. Nunca algo que sirve para la muerte se le ha dado mejor utilidad en la vida.