Antonio Cobo Linares fue el comercial que introdujo los primeros congelados en la Alpujarra y su hijo, director general de General Motors en España, veranea todos los años en Bérchules
ANDRÉS CÁRDENAS | GRANADA
Algunas vidas hay que verlas para creerlas. Si yo les digo que el director general de la General Motors en España, un hombre que tiene más de seis mil quinientas personas a su cargo, pasa sus vacaciones en Bérchules tomando café en el bar que hay enfrente de su casa, charlando con el patriarca gitano Manolo el "Anguila", viendo con su vecino José Moreno fotos amarilleadas por el tiempo o tomando cervezas y recordando con los paisanos de su edad la época en la que jugaron al fútbol en las eras del pueblo? ¿ustedes se lo creerían? Pues créanselo porque es verdad.
-«No me pierdo ninguna fiesta de la Nochevieja agosteña de Bérchules desde hace años. Me encanta estar en mi pueblo. Aquí encuentro esa felicidad que todos buscamos», le dice al viajero de la rempuja panamá este hombre que, por lo pronto, vive en el ejército de los humildes y que une sus oraciones a las de sus paisanos de Bérchules con la santa libertad del obediente.
Se llama Antonio Cobo y es el responsable de la fábrica que la General Motors tiene en Zaragoza. Este hombre, como digo, tuvo una infancia tan calibrada que necesita todos los años un chute de pueblo para poder seguir siendo ese ejecutivo que llega a la fábrica a las seis y media de la mañana y no se va hasta que ve que el día ha dado todo lo de sí que él quisiera. El berchulero Antonio Cobo es considerado el ejecutivo granadino con más empleados a su cargo y mayor volumen de facturación en su empresa. De la planta que dirige, que ocupa el espacio de casi 30 campos de fútbol juntos, sale cada 35 segundos un coche, el tiempo que él tarda en cambiar el chip cada vez que empiezan las vacaciones y regresa a Bérchules. Es justo cuando su vida se pone en ámbar en espera del rojo que supone volver al tajo.
Una variante de la emigración
El viajero del sombrero de panamá sabía de la existencia de Antonio Cobo por una entrevista reciente a doble página que le hizo Félix Rivadulla, el subdirector de este periódico. Viéndolo ahora allí sentado, tranquilamente tomándose un café y una tostada con mantequilla y mermelada en el bar Los Vergeles de Bérchules, me parece difícil digerir esta variante del cuento de la emigración que asoló los pueblos de esta comarca. Si hubo alpujarreños medio analfabetos que se fueron en los años sesenta a las fábricas de coches de Francia o Alemania a apretar tuercas, hay quien se fue sabiendo varios idiomas y ha escalado los puestos necesarios hasta el más alto de una empresa. El "vente pa España, Antonio" en versión alpujarreña.
Antonio Cobo se ha afianzado en la cercanía y no le deslumbran los excesos. Su humildad tiene certificado de garantía por muchos años porque sabe lo que es el esfuerzo para llegar al Everest de una profesión. En su alma no anida, en absoluto, cualquier afán que tenga que ver con el poder y sabe, como Shakespeare, que «vale más ser de baja condición y codearse alegremente con gentes humildes, que no encontrarse muy encumbrado, con una resplandeciente pesadumbre y llevar una dorada tristeza».
Es esa misma modestia que exhibe cuando lo saludo y le advierto que en realidad no vengo a hablar con él, sino con su padre.
-«Me parece estupendo. Él sí que tiene una vida interesante. Lo mío, comparado con lo que él ha vivido, no tiene mérito», me dice.
El trabajo y los días
Y entonces me presenta a su progenitor, Antonio Cobo Linares, que enseguida me tiende la mano y me invita a que me siente junto a él en una mesa del citado bar.
-«¿Quiere usted un café?
-No, gracias. Ya he desayunado».
Antonio Cobo, padre, es un hombre al que le encanta la conversación y rememorar su pasado. De cejas pobladas, mirada oculta tras unas gafas oscuras y tono de voz un poco por encima del normal, es capaz de enlazar situaciones de su existencia que dan para llenar varias libretas de apuntes. Su memoria no necesita más "gigas" de capacidad en el recuerdo minucioso de su vida. Por lo pronto es uno de los treinta y dos alpujarreños ilustres cuyas biografías ha recogido en un libro Juan González Blasco. Este hombre fue el comercial que llevó a la Alpujarra los primeros pollos congelados, los yogurts y los helados Avidesa, en aquellos años sesenta en los que casi todos los hogares carecían de frigorífico.
-«La gente se quedaba extrañada, no podía imaginar que un pollo pudiera durar varios días, en incluso meses, congelado. Y que tras descongelarse se pudiera cocinar y comer. Los yogurts me los encargaban para los enfermos. "Antonio tráigame usted dos yogurts que hay un niño que está mal", me decían. Y yo se lo traía. Era como un producto de lujo».
Antonio Cobo es de verbo fácil. No hace falta pincharle demasiado para que sus recuerdos salgan en caudal por su boca convertidos en palabras.
Me dice que nació en Mecina Tedel, anejo de Murtas, hace 95 años.
-«¿95 años tiene usted ya?
-Bueno? tengo menos. Lo que pasa es que los hombres nos tenemos que poner más edad para que nos echen piropos. ¡Mira qué bien está fulanico con 95 años? En cambio las mujeres se tienen que quitar años si quieren ser piropeadas».
Antonio es un filósofo de la vida rural. Tiene una agenda ajada y pequeña que está continuamente consultando y que considera que es su "ordenador" personal.
-«Como esta tengo ya doce o catorce. Aquí apunto lo que se me viene a la cabeza o aquello que oigo o leo y me gusta. Mire que frase apunté ayer: "Es bueno tener amigos; pero peor es no tener enemigos, porque el que enemigos no tiene, es señal que no posee ni talento que haga sombra, ni bienes que se codicien, ni honra de la que murmuren, ni cosa buena que se le envidie".
-Es bonita.
-Y muy profunda, no crea. ¿Qué hace un hombre sin enemigos?
-¿Usted los tiene?
-Hombre claro, como todo el mundo».
El padre de Antonio fue uno de los mejores amigos de Gerald Brenan y recuerda que conoció al célebre hispanista cuando él era un niño. Gracias a los esfuerzos de sus padres, pudo estudiar en el Ave María de Granada. Un día, cuando era mozuelo, fue desde Mecina Tedel a Los Bérchules andando a ver los toros («eran cuatro horas de ida y cuatro de vuelta y se gastaban unas alpargatas en la caminata»), conoció a Aurora, con la que se casó en 1956. Fue cuando Antonio se mudó a Bérchules para trabajar en las fincas de sus suegros. A partir de ahí la vida de este hombre fue una lista de trabajos que se aproximan a los de Hércules, más por número que por fatigosos.
-«El primer negocio que tuve fue un almacén de vino Costa. El primer año vendí más de 4.000 arrobas nada más que aquí, en este pueblo. Claro que entonces Bérchules tenía más de 3.000 habitantes. Luego el negocio vino abajo porque se puso en marcha una cooperativa en Albondón que podía vender el vino casi al precio de costo. Me hundió».
Luego fue ganadero y "santanero", pues durante tres años trabajó en los talleres de la fábrica de Land Rover de Linares. Pero él quería volver a Granada. Su futuro (ya tenía dos hijos en el mundo) se iba espigando con una decidida voluntad a su favor.
-«Fue entonces cuando García de la Fuente, con el que me unía una buena amistad, me propuso que llevara una delegación de Avidesa. Me hizo jefe de ventas pero yo aspiraba a llevar una delegación. Le propuse llevar el Valle de Lecrín y toda la Alpujarra, la almeriense también, y me dijeron que sí, que adelante».
Cuatro millones de kilómetros
Antonio se compró quizás el primer automóvil frigorífico que pasaría por las carreteras alpujarreñas. Era un "packard" cuya parte de atrás fue adaptada para poder llevar productos congelados. Fueron tiempos duros, de los de estar trabajando hasta 20 horas al día para poder llegar a todos los pueblos que tenía encomendados.
-«Una vez llegué a Trevélez sobre las doce de la mañana y una señora bilbaína que había venido a la Alpujarra me preguntó si iba a Granada. Le dije que sí pero le advertí que antes tenía que repartir el género que llevaba. Estuvo de acuerdo. ¡Lo que ella no se esperaba es que fuéramos a llegar a la capital a las cuatro de la mañana!
-Entonces, Antonio? ¿cuántos kilómetros hizo usted en aquellos años?
-¡Puf! Una vez lo calculé y me salieron casi cuatro millones.
-Para fundir al menos 30 "opel corsa" de los que hace su hijo.
-Pues chispa más o menos».
Entremedias, a Antonio le dio tiempo a ser alcalde de Bérchules. Lo fue durante dos años y medio, etapa suficiente para oponerse a un proyecto del gobernador civil de turno de unificar varios pueblos de su zona. Eran los años setenta. Durante su mandato, ofreció unos terrenos gratis a la empresa La Alpujarreña para que instalara allí una fábrica de mantas y jarapas alpujarreñas.
Hasta que se jubiló a los 65 años. Su vida ahora la resume con un lema que ha acuñado y que ha apuntado en su "ordenador" personal:
-«De joven me comía los pollos y ahora me estoy comiendo las plumas», concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario