El novelista y poeta presenta esta tarde en el Hospes Los Patos la nueva entrega de las andanzas de Juan Urbano
G. CAPPA GRANADA
Benjamín Prado, el más rockero de todos los escritores y el más poeta de todos los rockeros, llega esta tarde al Hospes Palacio Los Patos con su nueva novela, Ajuste de cuentas (Alfaguara), un retrato descarnado de la España del pelotazo. Y como los pistoleros zurdos disparan y presentan los libros de dos en dos, Prado aterriza con otra novedad en la recámara, Qué escondes en la mano, los relatos que su alter ego Juan Urbano no pudo escribir.
-Narra las nuevas andanzas de Juan Urbano, que acaba de ser despedido por su periódico con muy buenas palabras, "ya no estás aquí pero esta siempre será su casa". No se puede quejar, hoy en día se despide a la gente con un simple burofax...
-Es verdad, hay gente a la que echan con menos delicadeza. También es verdad que hay gente a quien se despide con más cariño, no vaya a ser que luego cuente que hay empresas periodísticas que aplican lo que luego critican en sus editoriales. Es una reflexión sobre el efecto casi psicológico que tiene en las personas perder el trabajo. Me imagino que, a causa de nuestra educación católica, nos han inculcado la ideal del pecado en la sangre. Así que cuando nos despiden, en vez de sentirnos traicionados por la empresa y víctimas de un aniquilamiento colectivo, nos sentimos inútiles, fracasados, que no cumplimos con lo que la sociedad espera de nosotros y somos un cachivache apartado en un rincón. Ese sentimiento de culpa es muy español. La novela habla de eso y del dilema ético, como cualquier novela que se precie, de elegir entre tus principios y tus necesidades, una decisión muy difícil, porque cuando no alcanza para pagar la hipoteca la dignidad se aleja de uno.
-Habla de novela negra y las similitudes de su Juan Urbano con el Marlowe de Raimond Chandler saltan a la vista desde el comienzo, con reflexiones tan contundentes como "caminaba tan cabizbajo que habría podido desatarme los cordones de los zapatos con la boca". No falta ni la mujer fatal...
-En esta novela hay mujer fatal y media. Tiene razón, aunque es un libro muy mío también, tengo una tendencia natural al aforismo, seguramente por venir de la poesía. Todo lo que se pueda decir con menos palabras para crear un efecto mayor me interesa. Eso se ajusta a los mejores cánones de la novela negra. Es una novela negra en la que la te puedes hacer dos preguntas: el lugar donde empezó la crisis, la España del pelotazo con sus personajes triunfadores, guapos y millonarios que se convirtieron en el ejemplo a imitar, ¿es un buen contexto para situar una novela negra? Por otro lado, la crisis actual que vive Juan Urbano, ¿es un lugar dónde es posible hacer una novela negra? A las dos preguntas respondo con un sí tan grande como la Catedral de Sevilla.
-A diferencia de Marlowe o Sam Spade, Juan Urbano no es un hombre de una pieza, duda a cada paso.
-Sam Spade también tiene sus dudas, los detectives de Hammett y Chandler siempre están torturándose y al final tienen que elegir entre quedarse con la pasta, la chica y el halcón maltés, o quedarse igual de pobres que en la primera página, pero honrados. Ese es el dilema que suele plantear la novela negra. Lo que pasa es que son dudosos y cínicos, algo que yo aplico a toda la serie de Juan Urbano, un truco para que el que lea también se divierta, además de poner una bombilla en un sitio que antes estaba a oscuras.
-Otro nexo de unión con la novela negra clásica es que los personajes son casi unos excéntricos por su honradez.
-Ser honrado hoy en día es nadar a contracorriente, pero de esto justo trata la novela. En la España del pelotazo se nos inculcó la idea perversa de que nuestra máxima aspiración debía ser ganar mucho y arrodillarse ante el bellocino de oro, pero no nos dábamos cuenta de que el dinero fácil era la tapadera del dinero sucio, del dinero incluso manchado de sangre. Una de las cosas en las que pensaba mientras escribía el libro era hasta qué punto tenía que castigar a Juan Urbano, hasta qué punto hemos sido cómplices de nuestro propio asesinato, hasta qué punto nos creímos que España había pasado de ser el Norte de África a ser Alemania... Juan Urbano, como tantos otros, pensó la ingenuidad de que podía pedir una excedencia de su trabajo y vivir de sus conferencias, comprarse una casa y tener la vida solucionada.
-Ha hablado antes del sentido del humor que recorre la novela. A otro protagonista, ex banquero que acaba de salir de la cárcel, le pone el nombre de Martín Duque, que comparte título nobiliario en el apellido con Mario Conde. ¿Le ha engominado también el pelo al personaje?
-También hay otro que se llama Pablo Violeta. Es verdad que Martín Duque tiene cosas de Mario Conde, el paradigma de aquel nuevo español que arrasaba, que le hacían doctor honoris causa y los reyes iban al acto, o se estudiaba su vida en las facultades de Economía. Pero también hay una parte de De la Rosa, de Mariano Rubio, incluso de Jesús Gil... Un personaje literario que es la copia de un personaje real tiene menos valor que un personaje que es la suma de diferentes tipos que, en un momento de la historia de este país, fueron una referencia. Pero no debieron ser muy honrados cuando acabaron todos en la cárcel. Sigo pensando como Balzac, cuando decía que la novela es la historia privada de los países, por lo que quien lea esta novela dentro de 30 años sabrá cómo afectaba a la gente todo este horror que, en los libros de historia, se perderá en cifras y tantos por ciento.
-Esta novela es un paso adelante como escritor, es donde menos se nota el aliento poético. ¿Ha dado carpetazo momentáneo a los poemas con este libro?
-Uno va aprendiendo. El término novela poética me horroriza y, además, Antonio Gala ya las escribió todas. Esta es una novela neta, no tiene nada de poesía o de ensayo. Se nota que la he escrito en un año y medio, como me han echado de todos los sitios que han podido he tenido más tiempo para escribir.
-¿Cuál ha sido la anécdota de este verano en Rota?
-Miguel Ríos y Sabina fueron a tomar una cerveza y Miguel se fue a la barra a pedir. Se topó con dos policías que le pidieron hacerse una foto con él. Miguel les pidió que le ayudaran a gastarle una broma a Sabina, así que se fueron hacia él, que estaba en la terraza, y le pidieron la documentación. Claro, él se dio cuenta de que era una broma. Así que entre risas, bromearon con que le iban a poner las esposas. Y se las pusieron. Después, cuando se las iban a quitar para irse, los policías se dieron cuenta de que no tenían las llaves de las esposas, iban sin llaves. Tuvieron que regresar a comisaría a por las llaves de las esposas y dejaron a Joaquín esposado en el bar...
-Narra las nuevas andanzas de Juan Urbano, que acaba de ser despedido por su periódico con muy buenas palabras, "ya no estás aquí pero esta siempre será su casa". No se puede quejar, hoy en día se despide a la gente con un simple burofax...
-Es verdad, hay gente a la que echan con menos delicadeza. También es verdad que hay gente a quien se despide con más cariño, no vaya a ser que luego cuente que hay empresas periodísticas que aplican lo que luego critican en sus editoriales. Es una reflexión sobre el efecto casi psicológico que tiene en las personas perder el trabajo. Me imagino que, a causa de nuestra educación católica, nos han inculcado la ideal del pecado en la sangre. Así que cuando nos despiden, en vez de sentirnos traicionados por la empresa y víctimas de un aniquilamiento colectivo, nos sentimos inútiles, fracasados, que no cumplimos con lo que la sociedad espera de nosotros y somos un cachivache apartado en un rincón. Ese sentimiento de culpa es muy español. La novela habla de eso y del dilema ético, como cualquier novela que se precie, de elegir entre tus principios y tus necesidades, una decisión muy difícil, porque cuando no alcanza para pagar la hipoteca la dignidad se aleja de uno.
-Habla de novela negra y las similitudes de su Juan Urbano con el Marlowe de Raimond Chandler saltan a la vista desde el comienzo, con reflexiones tan contundentes como "caminaba tan cabizbajo que habría podido desatarme los cordones de los zapatos con la boca". No falta ni la mujer fatal...
-En esta novela hay mujer fatal y media. Tiene razón, aunque es un libro muy mío también, tengo una tendencia natural al aforismo, seguramente por venir de la poesía. Todo lo que se pueda decir con menos palabras para crear un efecto mayor me interesa. Eso se ajusta a los mejores cánones de la novela negra. Es una novela negra en la que la te puedes hacer dos preguntas: el lugar donde empezó la crisis, la España del pelotazo con sus personajes triunfadores, guapos y millonarios que se convirtieron en el ejemplo a imitar, ¿es un buen contexto para situar una novela negra? Por otro lado, la crisis actual que vive Juan Urbano, ¿es un lugar dónde es posible hacer una novela negra? A las dos preguntas respondo con un sí tan grande como la Catedral de Sevilla.
-A diferencia de Marlowe o Sam Spade, Juan Urbano no es un hombre de una pieza, duda a cada paso.
-Sam Spade también tiene sus dudas, los detectives de Hammett y Chandler siempre están torturándose y al final tienen que elegir entre quedarse con la pasta, la chica y el halcón maltés, o quedarse igual de pobres que en la primera página, pero honrados. Ese es el dilema que suele plantear la novela negra. Lo que pasa es que son dudosos y cínicos, algo que yo aplico a toda la serie de Juan Urbano, un truco para que el que lea también se divierta, además de poner una bombilla en un sitio que antes estaba a oscuras.
-Otro nexo de unión con la novela negra clásica es que los personajes son casi unos excéntricos por su honradez.
-Ser honrado hoy en día es nadar a contracorriente, pero de esto justo trata la novela. En la España del pelotazo se nos inculcó la idea perversa de que nuestra máxima aspiración debía ser ganar mucho y arrodillarse ante el bellocino de oro, pero no nos dábamos cuenta de que el dinero fácil era la tapadera del dinero sucio, del dinero incluso manchado de sangre. Una de las cosas en las que pensaba mientras escribía el libro era hasta qué punto tenía que castigar a Juan Urbano, hasta qué punto hemos sido cómplices de nuestro propio asesinato, hasta qué punto nos creímos que España había pasado de ser el Norte de África a ser Alemania... Juan Urbano, como tantos otros, pensó la ingenuidad de que podía pedir una excedencia de su trabajo y vivir de sus conferencias, comprarse una casa y tener la vida solucionada.
-Ha hablado antes del sentido del humor que recorre la novela. A otro protagonista, ex banquero que acaba de salir de la cárcel, le pone el nombre de Martín Duque, que comparte título nobiliario en el apellido con Mario Conde. ¿Le ha engominado también el pelo al personaje?
-También hay otro que se llama Pablo Violeta. Es verdad que Martín Duque tiene cosas de Mario Conde, el paradigma de aquel nuevo español que arrasaba, que le hacían doctor honoris causa y los reyes iban al acto, o se estudiaba su vida en las facultades de Economía. Pero también hay una parte de De la Rosa, de Mariano Rubio, incluso de Jesús Gil... Un personaje literario que es la copia de un personaje real tiene menos valor que un personaje que es la suma de diferentes tipos que, en un momento de la historia de este país, fueron una referencia. Pero no debieron ser muy honrados cuando acabaron todos en la cárcel. Sigo pensando como Balzac, cuando decía que la novela es la historia privada de los países, por lo que quien lea esta novela dentro de 30 años sabrá cómo afectaba a la gente todo este horror que, en los libros de historia, se perderá en cifras y tantos por ciento.
-Esta novela es un paso adelante como escritor, es donde menos se nota el aliento poético. ¿Ha dado carpetazo momentáneo a los poemas con este libro?
-Uno va aprendiendo. El término novela poética me horroriza y, además, Antonio Gala ya las escribió todas. Esta es una novela neta, no tiene nada de poesía o de ensayo. Se nota que la he escrito en un año y medio, como me han echado de todos los sitios que han podido he tenido más tiempo para escribir.
-¿Cuál ha sido la anécdota de este verano en Rota?
-Miguel Ríos y Sabina fueron a tomar una cerveza y Miguel se fue a la barra a pedir. Se topó con dos policías que le pidieron hacerse una foto con él. Miguel les pidió que le ayudaran a gastarle una broma a Sabina, así que se fueron hacia él, que estaba en la terraza, y le pidieron la documentación. Claro, él se dio cuenta de que era una broma. Así que entre risas, bromearon con que le iban a poner las esposas. Y se las pusieron. Después, cuando se las iban a quitar para irse, los policías se dieron cuenta de que no tenían las llaves de las esposas, iban sin llaves. Tuvieron que regresar a comisaría a por las llaves de las esposas y dejaron a Joaquín esposado en el bar...
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