Brenan cree que el nombre del pueblo viene de una planta que se utilizaba para los ritos del mal del ojo
ANDRÉS CÁRDENAS |
La casa de Teodoro y Maruja, matrimonio que se dedica a quitar el hambre a los viajeros que pasan por Torvizcón, parece un poema de César Simón: «Y se oían vibrar las cacerolas metálicas, y se presentían los azogues oscuros de las jarras de aceite, y se olía el humo de los tizones en el hogar, los yesos mascarados, las cebollas y ajos marchitos de las despensas?». En el corazón del pueblo, el hostal-restaurante Moreno lleva 41 años abierto a todo aquel que quiera llenar la andorga o planchar la oreja. El comedor es lo más parecido a un salón familiar y hay mesas de camilla que ponen en el ambiente un íntimo toque hogareño. Allí no hay carta para los comensales y se come aquello que Teodoro y Maruja cocinan en el día.
-¿Qué hay hoy, Maruja?
-Hoy ponemos salmorejo, migas y conejo frito.
-Pues ya estás tardando.
Maruja y Teodoro conocen al comensal de otras veces. Siempre que el de la rempuja panamá pasa por allí y es la hora de comer, prefiere la pensión Moreno, especialista en rememorar los guisos de la infancia. Allí uno puede recuperar el paladar de los sabores con los que cada uno estructura su alma.
Maruja es de mandil y sonrisa permanente, de amabilidad de madre con hijos pequeños, de persona que sabe lo que es pasar fatigas en el camino, de hostelera que conoce a un cliente corto de bolsa que no permite lujos ni despilfarros. Así que es normal que me encuentre en esa casa siempre regalón de fuerzas y espaciado de ánimo.
Maruja les cuenta a los viajeros que se lo piden, la historia de aquel local, que a comienzos del siglo pasado llegó a ser una posada que tenía varias cuadras para las bestias.
-Aún tenemos cuadras, pero aquí ya nadie viene con animales. Si acaso en bicicleta -dice la posadera.
-Maruja, me acuerdo que una vez probé aquí una tortilla de collejas.
-Claro, todavía las hacemos. Lo que pasa es que ahora no es el tiempo. Eso en invierno vienes y te preparo una.
El de la fotillo de arriba llega a Torvizcón, como queda dicho, a la hora del almuerzo, cuando el calor empieza ya a picar en las túrdigas del organismo. Después de degustar el conejo y las migas con pimientos fritos, pide un lugar en la estancia en donde poder echar una cabezada.
-Te metes en esa habitación que es muy fresquita y tienes una mecedora -le permite Teodoro.
Y así pasa el tiempo que el viajero del sombrero panamá suele dedicar al rito de la siesta.
En la calle
Una vez vencidos mis deseos de indigno perdulario y cumplido con el rito de la siesta hostelera con la que Dios premia a los bien alimentados, me echo a la calle a patearla, no sin antes pasarme por la gasolinera a echar una primitiva, pues es costumbre que tengo de antaño y que tiene su origen en una información que cubrí cuando era un periodista en activo, feliz e indocumentado. Resulta que a Pepe "El Municipal" le tocaron 156 millones de las extintas pesetas en la Primitiva y construyó una gasolinera con el nombre de ese juego: La Primitiva.
Ahora la gasolinera la lleva el nieto de Pepe, que se llama Aniceto y que le sella al de la fotillo de arriba un boleto para el sábado. Así que si esta serie de crónicas, queridos lectores, se queda a medias es porque me ha tocado la primitiva y he huido a una isla virgen (tampoco hace falta que lo sea). Quedan advertidos.
Aniceto es amable y se enrolla con el viajero. Dice que los jóvenes de muchos pueblos de por allí se divierten de manera distinta a como lo hacen la jóvenes de la capital.
-Aquí no hacemos botellón, organizamos barbacoas y reuniones de comidas. La juventud que hay por esta zona es porque está trabajando en algún pueblo cercano o porque no tiene trabajo y no tiene más remedio que vivir con sus padres. Los que pueden, se van.
Aniceto también es nieto de otro "ilustre" del pueblo, de Agustín Góngora, hombre que dedicó buena parte de su ocio en hacer figuras de esparto. Creador también del único museo del mundo dedicado a objetos hechos con esta planta gramínea. Agustín elaboró con esparto que recogía por Almegíjar, a Lola Flores, a Tejero y a Miguel Ríos. También a un médico rural sobre su mula, una mujer lavando, una vecina hilando lana?
Agustín hizo que casi todas las televisiones de España dedicarán un espacio a su museo por lo original y raro, sobre todo cuando le dio por elaborar lencería y ropa interior femenina de esparto: bragas, sostenes, saltos de cama? Y hasta mini faldas.
-¿Había mujeres que se ponían esos sostenes?
-Claro, pero por encima de la ropa, no te fastidia.
-¿Es verdad que aquí se dice eso de «eres más vasto que un sostén de Neguilla»?
-Sí, es que ese era el mote de Agustín. ¿Sabe otra cosa que tenía en mente hacer?
-No.
-Condones de esparto. ¿Qué le parece?
-Pues que hubiera sido un anticonceptivo muy eficaz. Un puntazo.
-Eso mismo digo yo.
Los que conocieron a Agustín dicen que era un hombre que tenía muy desarrollado el sentido del humor y que practicaba la bonhomía. Y que solo inundaba su alma de pena cuando recordaba a su hermano Aniceto, que lo mataron en la guerra junto con otras 24 personas de Torvizcón.
-Por cierto, aquí, en la gasolinera, teníamos un guardia civil de esparto que me regaló mi abuelo. Era un "tejero" hecho a tamaño natural. Un día vino una gente que quería comprarlo y le dije que no estaba en venta. A los pocos días se lo llevaron -dice Aniceto.
Nombre de planta.
Como tengo un apego indiscutible a los modos de vida alpujarreños, espero sentado a que vayan apareciendo por las calles a los vecinos de Torvizcón. Bebo agua de la fuente del Chorrillo y ocupo banco en la plazoleta en la que está el Ayuntamiento. Por una callecilla pasa, diríase que con aplomada solemnidad, una mula desnuda tirada de un hombre con un pitillo entre sus labios. Dos chicas vienen detrás, resueltas y alegres, y llevan en sus hombros sendas toallas camino de la piscina municipal. Quitando esa poca vida humana, la quietud de la tarde es casi total, en espera de la serenidad bulliciosa de la noche.
Brenan dice que el "torvizcón" es una planta que se utilizaba para quitar el mal del ojo. Era el padre que tenía un hijo con este mal el que debía de salir al campo a recoger un brazado de "torvizcón" y "lechetrezna", plantas que tienen fama de pertenecer al diablo. Al niño con mal de ojo lo tenía que acunar una moza que se llamara María (el rito era más efectivo si la chica era virgen) y después había que llamar al sacerdote para que rezara una oración. «El ritual concluye -recoge Brenan- esparciendo la planta sobre la cama; si se seca, la criatura se recuperará, pero si permanece húmeda, el niño se debilitará y morirá».
Torvizcón fue considerada la "capital" de la Contraviesa. Pedro Antonio de Alarcón la calificó "la Metrópoli" y "Ciudad favorita del sol" en los tiempos en los que se escribía con "b" y con "ese": Torbiscón. El escritor accitano alaba la calidad de los higos del municipio («para pan de higo, el de Torvizcón») y habla de la afabilidad de los moradores del pueblo.
Esa misma afabilidad que comprobó el escritor accitano en los vecinos de Torvizcón la compruebo yo al conocer a Francisco Romero Tarifa, al que encuentro en el local que antes ocupaba su carpintería leyendo el periódico:
-Mis hijos me pagan una suscripción al IDEAL, para que no me aburra.
-Pues si usted lee el IDEAL todos los días a lo mejor sabe usted quién soy yo.
-Pues? No.
-Yo soy el que está recorriendo la Alpujarra y hablando con la gente para hacer crónica. Este de aquí -le digo abriendo la página en donde está mi fotillo.
-¡Ah! Pues pase y siéntese.
Francisco, que fue carpintero, nació hace 91 años en Murtas, pero lleva mucho tiempo en Torvizcón. Dice que su mujer y él han trabajado como mulos para darles carrera a sus cinco hijos.
-Tuve una carpintería y luego una fábrica de muebles. ¡Ah! Y otra cosa, al principio fabricaba féretros. Muchos muertos de por aquí están enterrados en los ataúdes que hacía. Yo me esmeraba mucho.
Francisco tiene el oído y la vista desgastados, pero le funciona perfectamente la memoria. Me cuenta que se acuerda de cuando Torvizcón tenía casi 3.000 habitantes y de cuando la vida salía a chorros por aquel pueblo.
-Había tiempo para todo, para trabajar, para divertirse, para comer con los amigos? En fin. Debe ser que ya soy muy viejo y todo lo de antes me parece mejor.
-Francisco? ¿por qué a los de Torvizcón los llaman mayoyos?
-Pues? la verdad es que no lo sé.
-Y se cabrean cuando se lo dicen.
-Qué va. Ya están acostumbrados.
Oyendo cuitas de Francisco el carpintero, que cuando empieza a hablar ya no hay quién lo pare, paso buena parte de la tarde. La atmósfera se ha puesto rara, con un vientecillo tartamudo que pinta guiños y jeribeques en el ambiente. Pero de llover, nada de nada.
Ya está la noche en marcha cuando salgo del pueblo en dirección a Órgiva. Mi mujer me ha dicho que no se me olvide comprar comida para el gato.
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